Cumbre de las Américas: Santos y el equilibrismo geopolítico | El Nuevo Siglo
Jueves, 2 de Febrero de 2012

En dos meses el presidente Juan Manuel Santos tendrá que enfrentar un reto geopolítico de grandes proporciones: como anfitrión, tendrá que sentar en la misma mesa a mandatarios que, literalmente, han estado en pie de guerra verbal en los últimos años.

El escenario será del más alto estatus: la VI Cumbre de las Américas, del 9 al 15 de abril en Cartagena. Se trata, sin duda alguna, del cónclave más importante de los mandatarios y jefes de Gobierno del hemisferio occidental, en donde, por lo general, se supera la esfera formal y protocolaria de otras reuniones presidenciales y abocan discusiones e incluso definiciones de fondo.

Pero la cuestión no termina allí. A la Cumbre asisten representantes del más alto nivel de organizaciones internacionales e instituciones financieras, entes del sistema interamericano, los principales empresarios y voceros de sectores sociales.

Para nadie es un secreto que el encuentro en Cartagena ha tomado visos cada vez más trascendentales por tres circunstancias puntuales. La primera, y de mayor peso, es la coyuntura electoral en Estados Unidos, ya que el presidente Barack Obama está en campaña reeleccionista y desde las toldas republicanas una de las principales críticas a su política internacional ha sido precisamente el abandono de la Casa Blanca a Latinoamérica.

Ese descuido sería, según los republicanos, causa principal del fortalecimiento político y electoral de un eje de gobiernos antinorteamericanos (con Venezuela, Ecuador, Nicaragua y Bolivia a la cabeza) y la incursión de otras potencias económicas en la zona, como el caso de la Unión Europea, China y Rusia, o los coqueteos geopolíticos de naciones abiertamente contrarias a Washington como Irán, tal como quedó comprobado con la reciente gira del radical presidente Mahmoud Ahmadinejad por cuatro países de nuestro continente.

Aunque meses atrás se especulaba que Obama podría excusarse de asistir a la Cumbre, ahora en medio de la difícil coyuntura electoral interna y tras la visita del Mandatario iraní por la región, la presencia del presidente norteamericano está más que garantizada y en círculos de poder en Washington se especula que vendrá con grandes anuncios para Latinoamérica. Sin duda temas como la reforma migratoria que alista la Casa Blanca centrarán la atención de los presidentes y jefes de gobierno americanos.

Una segunda y clave circunstancia puntual se refiere a que Chávez tiene los ojos puestos en la Cumbre cartagenera, no sólo para tratar de despejar los cada vez más crecientes rumores internacionales sobre el deterioro fatal de su ya delicado estado de salud por el cáncer que padece, sino porque se encuentra también inmerso en una campaña de reelección y la oposición parece fortalecerse poco a poco de cara a los comicios de octubre próximo.

Y en tercer lugar, es evidente que el eje de la geopolítica latinoamericana está registrando cambios importantes, después de una década en que la balanza pareció inclinarse hacia la izquierda. Aún así, Daniel Ortega se reeligió, Cristina Fernandez (que tiene empatía con Chávez) sigue al mando en Argentina, Rafael Correa apunta a lo mismo en 2013, y Castro no tiene riesgo de ser removido en Cuba. También se da como muy posible el regreso del PRI al poder en México este año, mientras que en el resto de Centro y Suramérica el centro y la centro-derecha ganan algo de terreno.

En la mitad

Así las cosas, en 65 días Santos será el anfitrión de Obama, Hugo Chávez, Daniel Ortega, Raúl Castro y Rafael Correa, que de seguro aprovecharán el escenario para hacer valer su discurso geopolítico y lanzarles pullas a sus rivales.

Y en medio de todo ello estará Santos, quien obviamente no podrá tomar partido ni alinearse con ninguno de los seguros contendientes, toda vez que en la estrategia de política internacional de la Casa de Nariño la columna vertebral es fortalecer la relación con la Casa Blanca, nuestro principal aliado geopolítico, sin que ello implique echar un milímetro para atrás el proceso de recuperación y consolidación del intercambio político, diplomático y comercial con Venezuela y Ecuador, menos ahora que Chávez y Correa se convirtieron en los nuevos “mejores amigos“ de Bogotá.

El problema no es protocolario, de fotos o de quién se sienta en qué mesa o cuál discurso iría primero o el tono de las pullas o las réplicas, sobre todo por el verbo incendiario y desafiante de Chávez o Correa.

En realidad hay temas de fondo en donde el Gobierno colombiano tendrá que hacer gala de un equilibrismo geopolítico muy delicado.
Por ejemplo, las propuestas de reformas al sistema interamericano de la OEA, que podrían afectar la capacidad de instancias como la que se encarga de velar por el respeto a la libertad de prensa y de expresión. También estará sobre la mesa el rol cada vez más protagónico de grupos subregionales como la Unión Suramericana de Naciones (Unasur) o la misma Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (CELAC), creada en 2010 y que reúne a 33 Estados latinoamericanos, excluyendo de manera clara y consciente a Estados Unidos y Canadá.

Es apenas ingenuo desconocer que Chávez y compañía están muy interesados en que esos nuevos grupos regionales tengan un perfil antagónico o, como mínimo, que no dependan de los criterios de Washington, y de allí su marcada intención de debilitar instancias como la OEA.

Serán esos la m´´edula que captará la atención y en cada uno de ellos Colombia tiene la obligación de situarse en una especie de centro radical, en donde una estrategia de neutralidad activa la lleve a mantenerse con relaciones abiertas y amigables con todos los países del continente, sobre todo con Estados Unidos y el eje de países chavistas.

Aunque la agenda de la Cumbre es más amplia y contiene temas como el cambio climático, la integración comercial, las reformas a la ONU, la reconstrucción de Haití, el nuevo mapa económico con un Brasil confirmado como potencia mundial, el blindaje continental a las crisis financieras internacionales y varios países latinoamericanos entre las economías emergentes, lo cierto es que en 65 días el pulso geopolítico está muy caliente en Cartagena y Santos deberá hacer allí las veces de anfitrión, árbitro, componedor y equilibrista.