La Costa Caribe le ha dado al país grandes representantes del arte, en su época brillaron Alejandro Obregón, Eduardo Celis, Manuel de los Ríos, Enrique Grau y Manolo Vellojín. Este último barranquillero, que se trasladó a Bogotá en la época de los 60´s, nació en 1943 y aunque no tuvo una ardua formación, le dejó como legado al arte nacional una mirada diferente, más geométrica y abstracta.
Vellojín murió ayer pero su trabajo es tal vez uno de los más hermosos visualmente, para Eduardo Serrano, curador de arte “Vellojín era un artista excepcional. Su trabajo fue abstracto geométrico, él siempre trabajó con una connotación mística, religiosa, sus obras hacen referencia a la liturgia católica, a los altares y sobre todo quiso destacar los rituales funerarios de la iglesia. Su obra es realmente maravillosa, hecha con un gran cuidado y con una precisión mágica”.
Vellojín fue el primer artista en Colombia en usar bastidores con forma, pues se amoldaban de acuerdo al tema que estaba trabajando, por eso su entrega artística era única. “Fue un artista muy austero, muy riguroso, pero al mismo tiempo sereno. Su obra es de un atractivo visual importante y un contenido espiritual maravilloso”, le comentó Serrano a EL NUEVO SIGLO.
Desde la década del 70, Vellojín realizó exposiciones colectivas e individuales. De hecho parte de sus obras se encuentran en el Museo de Arte Moderno y la Biblioteca Luis Ángel Arango de Bogotá, y en el Museo de Arte de Cartagena. Para Manolo Vellojín el tema religioso lo apasionaba, lo absorbía, pues trabajó para plasmar relicarios, palios, cruzadas, escapularios; algunas de sus exposiciones llevaban nombres como Velorio y beatos, lo que ratifica esa “pasión” por la religión.
A pesar de su rigurosidad al pintar, Vellojín, como buen costeño, sabía cómo divertirse; allegados aseguran que disfrutaba la buena música, de una buena novela literaria y era algo rumbero. Su inquietud lo llevó a explorar otros matices, otras perspectivas del arte y mezcló perfectamente esa alegría del Caribe con la seriedad que poseía, para plasmarla en cada uno de sus cuadros. Vellojín le dejó al país, y a los nuevos artistas esa locura por la geometría abstracta y esa representación colorida de la religión que solo él podía lograr.