Una noche musical para la historia | El Nuevo Siglo
Sábado, 21 de Febrero de 2015

Por Emilio Sanmiguel

Especial para El Nuevo Siglo

LAS  grandes noches son así. Como la del pasado sábado en el Teatro de Colsubsidio, con algo de presentimiento, es verdad, pero no se pueden prever.

La del 14 de febrero tenía dos caras, como el dios Jano: una en el escenario con el pianista de la noche, el franco suizo Cédric Pescia; la otra, la más imprevisible, en el auditorio de la sala con el público, que es la misteriosa hidra del mil cabezas imposible de domeñar.

Pescia y el arte de la fuga

Confieso que no me sorprendió el desempeño de Pescia. En primer lugar porque fue uno de los pianistas invitados hace dos temporadas por el teatro para el ciclo de las 32 sonatas de Beethoven, que fue un recital extraordinario. Porque, a pesar de su juventud, ha conseguido reconocimiento internacional como intérprete de la obra única de la noche, el Arte de la Fuga de Johann Sebastian Bach, que en el sentido literal, y musical, es el auténtico Testamento estético e intelectual del Kantor de Leipzig y una de las -¿la más?- obras más complejas y exigentes de la historia. Además, porque su grabación de la misma ha recibido los mejores comentarios de la crítica internacional. Y, bueno, Pescia llegó a Bogotá luego de interpretarla en Bruselas, una de las más prestigiosas capitales musicales del mundo; eso pesa, y mucho.

Antes de iniciar el recital, Pescia se dirigió al auditorio, dio algunas explicaciones y aclaraciones sobre la composición y expresó algunos criterios personales sobre la misma. Como bien se sabe, Bach murió en 1750 y El Arte de la Fuga quedó inconcluso; parece obvio que el hoy conocido como Contrapunctus 14 era su coronación, por su planteamiento decididamente ambicioso, y por la aparición del tema BACH, como a la manera de una rúbrica, pero, como la partitura está inconclusa, la música sencillamente se diluye, desaparece, queda inacabada, y ese es un tipo de experiencia que Bogotá jamás había experimentado… además, Pescia quiso presentar sus credenciales al manifestar que la admira profundamente y que la trabaja ¡desde hace veinte años!

Efectivamente. Su interpretación fue una de las experiencias más trascendentales que pueda experimentar un melómano; me atrevo a afirmar que efectivamente sí es el piano el instrumento más idóneo para hacerlo, la partitura, en dos pentagramas, uno en clave de Do y otro en la de Fa, dice a los gritos que el teclado es su medio natural. Y si a ello se le agrega que apenas un par de años antes, el compositor estuvo en la corte de Federico el Grande y tocó varios de los pianofortes de Silbermann que atesoraba el soberano, y que estos eran instrumentos bastante desarrollados, pues, Bach era demasiado inteligente como para dejar pasar por alto las inmensas posibilidades de un instrumento, novedoso, que era ya, entre otras cosas, el medio de expresión habitual de su genial hijo, Carlos Felipe Emanuel, clavecinista de la corte de Potsdam.

Lo que Pescia demostró es que el punto no es resolver una partitura, de por sí, legendariamente exigente, pero que cualquier pianista profesionalmente preparado está en condiciones de leer; el punto es poner la inteligencia al servicio de una creación bañada de contrapunto mediante la técnica y la forma de la fuga en todas sus facetas: rectus, inversus, en el espejo, pero, cuidando que la belleza emane de la música misma, porque es una obra apolínea, que no da cabida a ninguna subjetividad, ni  a la de los  afectos que era la norma de la época.

Pescia lo logró, como lo que es, como un gran artista.

El público y el “arte de la fuga”

La obra es todo un reto para cualquier audiencia por lo que acabo, someramente, de enumerar. Otra cosa era presentarla en Bogotá. En eso el Teatro tomó una decisión arriesgadísima y no se equivocó: compositor y pianista hipnotizaron al auditorio, que oyó El Arte de la Fuga con una especie de devoción que no fue perturbada por ninguna suerte de ruido (salvo un indiscreto timbrazo de celular, porque siempre hay un desconsiderado), la atmósfera era etérea, entre otras cosas porque Pescia hizo sencillo lo que sobre la partitura es un reto monumental.

Es decir, que no hay que pasar por alto la clase de público del sábado pasado, sin duda sinceros melómanos, que aman la música y no hacen de ella un vehículo para aspiraciones diferentes a ella.

Sí. Porque los temibles protagonistas del Jet-Set criollo, que han intentado arruinar la tradición musical de Bogotá, tuvieron la deferencia, con Bach, con Pescia, y con el teatro, de no hacerse presentes. Favor que nunca terminaremos de agradecerlo. Porque si un concierto, especialmente un concierto de tan alto bordo, es un diálogo espiritual y trascendental entre un compositor y su oyente, con el intérprete como mediador, eso exactamente fue lo que ocurrió el pasado sábado.

Que Bogotá haya tenido la oportunidad, por primera vez en su historia, de oír El Arte de la Fuga, ya de por sí es un triunfo; pero que el público haya estado a la altura, es un hecho  esperanzador.