Por Emilio Sanmiguel
Especial para EL NUEVO SIGLO
Tengo que decir, sinceramente, que cuando me enteré que la Fundación Manzur, para su temporada 2016 del Teatro de Bellas Artes, planeaba hacer «La flauta mágica» de Wolfgang Amadeus Mozart, fui sumamente escéptico al respecto.
Porque resulta inevitable sustraerse a las montañas de especulaciones que se han tejido alrededor de la última ópera de Mozart. Bueno, para ser precisos la última fue “La clemenza de Tito”, que en muchos aspectos es un retroceso en el proceso creativo de Mozart.
Lo cierto es que los especuladores, los intelectuales, los pseudo-intelectuales, los charlatanes y los farsantes, han encontrado en «La flauta» una obra perfecta para hacer de las suyas. Hay que decirlo también, que algunos de los grandes genios de la puesta en escena han hecho con ella obras maestras; pero, como ni Mozart, que escribió la música, ni Emanuel Schikaneder, que fue el autor del libreto, están para poner las cosas en su sitio, pues, no hay nada qué hacer.
Sin embargo, los hechos históricos contradicen las especulaciones. Sí es verdad que tanto Mozart como Schikaneder eran masones, también lo es que la simbología masónica juega un rol muy importante en la trama y el uso del clarinete y la tonalidad masónica por excelencia, La, no son casualidad (fue Mozart quien asoció el clarinete y a la tonalidad de La con la masonería). Pero, también es verdad, y de a puño, que esta no se escribió para la Ópera de la corte, tan esquiva con Mozart, sino para el teatro, digamos que independiente, Auf der Wieden, que regentaba Schikaneder y por lo mismo, no podía poner en riego sus finanzas con un espectáculo excluyente y misterioso que no tuviera acogida clamorosa por parte del público.
Ese espectáculo era el Singspiel. Que de las formas líricas germánicas de la época era la más popular, porque se cantaba en alemán, lo cual la acercaba al público de manera definitiva y vocalmente no estaba tan plagado de dificultades como lo que se hacía en el teatro imperial. Para no alargar más la historia, «La flauta» tenía que ser un espectáculo popular, en realidad una entretención, una especie de equivalente de las parodias que se hacían, y eran muy populares, de las óperas italianas o de la opereta y la zarzuela, donde se alternan partes habladas con partes cantadas, casi sin excepción en lengua vernácula.
Luego de esta introducción, entro en materia.
Sorprendió
Desde el momento cuando la orquesta, dirigida por Óscar Vargas, atacó la popular obertura, quedó en claro que la interpretación tenía mucha dignidad. Y en la medida que avanzó el espectáculo, los prejuicios fueron cayendo uno a uno.
Porque ya reflexionando, pues hay que decir que Manzur hizo lo que sabe hacer, una producción que acercó la obra a la sensibilidad del auditorio. Porque al contrario de tantas versiones de «esas» de que hablaba, esta era perfectamente comprensible para el público, y Manzur sabe perfectamente a qué clase de público está dirigido su trabajo: las partes musicales cantadas en alemán y los diálogos en castellano, suena descabellado, ¡pero eso funcionó!
Funcionó aplicar su experiencia con la zarzuela a un Singspiel, que a la hora de la verdad ¡son lo mismo!
Como funcionó la producción de telones pintados, como fue la del estreno en 1791 en Viena, porque su lectura era directa; y de eso no quedó la menor duda en el acto II, cuando Pamina y Tamino logran vencer finalmente todos los obstáculos ¡el público emocionado aplaudió!
Y bien el vestuario, como siempre con la mano experimentadísima de Pedro Nel López.
El elenco
Ahora, esto hay que decirlo: la nómina de voces las tuvo de cal y arena. Si bien es cierto los personajes de Tamino, el tenor Manuel Franco, y Pamina, la soprano Diana Cardona estuvieron bastante bien resueltos, especialmente en el caso de la soprano Cardona, probablemente del elenco la voz más idónea para su parte, también hubo afanes vocales con el caso de la soprano Beatriz Mora que hizo la temible «Reina de la noche», un rol que le presentó problemas a su tesitura muy corta para poder cantarla con cierta comodidad, y problemas técnicos, particularmente en la resolución de los pasajes de pirotécnica vocal. Bueno, es que, tanto la «Reina de la noche», como su «Primera Dama» -Carmenza Pérez, que lo hizo muy dignamente- son roles muy comprometidos.
Y con sus altos y sus bajos se resolvieron los demás roles. Aldubar Salazar le sacó el mejor partido posible al Pagageno, que es uno de los personajes más simpáticos y queridos de toda la historia del melodrama. Alexis Trejos hizo con bastante corrección el Sarastro y Beatriz Ospina y Carolina Mantilla completaron, bastante bien. El trío de las damas de la «Reina de la noche»; en tanto que la voz de Camilo Rodríguez no fue la más idónea para el importantísimo personaje del “Sprecher”.
Excelente, absolutamente excelente el trío de voces blancas de los genios, Ingrid Bernal, María Carolina González y Diana Cifuentes.
De manera que, al final de la representación del pasado domingo, viendo esa reacción del público, y ante la certeza de un resultado por fuera de dudas, hubo que hacer de lado el escepticismo ante la aventura de hacer una Flauta «Mágica» y sin «Misterios».