Un estreno y un debut con Simon Ghraichy

Sábado, 18 de Agosto de 2018
Se vivió una milagrosa unidad entre las profundidades del alma de Schumann y la sensibilidad del auditorio, con un intermediario sensible e inteligente: este pianista libanés

¿Cómo profundizar, hoy en día, sobre el recital de un pianista?

El asunto tiene sus bemoles. Es verdad que el piano atraviesa una especie de “época gloriosa”. Nunca, como ahora, hubo tantos pianistas con sorprendente solvencia técnica. Centenares de ellos tocan Liszt como si se tratara de un juego de niños. Se cuentan por docenas los que enfrentan el tercer Concierto de Rachmaninov con diabólica facilidad y hacen aullar de placer a los auditorios del mundo.

A la final sólo queda una alternativa: trazar una línea para separar a los virtuosos de quienes son profundos músicos y artistas. Simon Ghraichy, nacido en el Líbano en 1885, que debutó en el Teatro Estudio del Mayor, demostró la noche del pasado miércoles que es de los segundos.

Porque se necesita ser un grande para enfrentar, como lo hizo, una obra del calibre de la Humoreske, op. 20 de Robert Schumann. Mejor decirlo sin muchos rodeos: pocos, muy pocos pianistas pueden acometer a esta cumbre del piano romántico. No por sus complicadas dificultades técnicas –qué tal las series de peligrosísimos “acordes”- sino porque se trata, puede ser, de la más personal de todas las composiciones íntimamente personales de Schumann. Tan entrañablemente personal que Schumann mismo creía que ese título, Humoreske no lograba explicar lo que él sentía y así se lo manifestó en su momento a Simonin de Sire.

Ghraichy demostró que es un asunto en el cual la subjetividad del pianista tiene que ponerse al servicio de la música con íntimo compromiso y convicción, para tocar con unidad conceptual esa media hora de música, dejando flotar en el aire eso que los estudiosos han especulado: que se trata en realidad de una misteriosa sonata en cinco o seis movimientos, o, tal vez, una serie de variaciones a la búsqueda de un tema que reposaría en lo más recóndito de la mente del compositor. Porque la maravilla de lo que hizo Ghraichy fue involucrar al auditorio en esa experiencia. Se trató de una experiencia entre intérprete y auditorio. Lo que ocurrió fue una milagrosa unidad entre las profundidades del alma de Schumann y la sensibilidad del auditorio, con un intermediario sensible e inteligente.

¿Subjetiva en exceso mi percepción?: Desde luego. No hay otra manera para intentar explicar que algo tan complejo para el auditorio haya parecido cosa de minutos, y aquí no necesito de la subjetividad: el público seguía esa “faena músico-existencial” con absoluta concentración.

El refinamiento técnico fue excepcional - alga decir que se trata de esos pianistas que no le tiene miedo al buen uso del pedal- pero, el muy buen Steinway de la sala no estuvo completamente a la altura de las circunstancias, y en algunos pasajes, particularmente del tercer movimiento, en los pasajes más íntimos, los “apagadores” jugaron algunas malas pasadas. Nada grave, pero pasó.

Él mismo hizo una breve introducción a la Humoreske, op. 20, pero no sabía que la suya fue la primera interpretación que oía Bogotá de la obra. Valió la pena haber esperado los 170 años desde el año de la composición: 1839

Segunda parte

La segunda parte fue la otra cara de la moneda. Digamos que la compensación necesaria, en las Antípodas, para equilibrar el reto de la Humoreske. Esta abrió con 4 Danzas afrocubanas de Ernesto Lecuona. Enseguida Asturias de Cantos de España de Isaac Albéniz.

Siguió con dos piezas de Heitor Villa-Lobos: New York Skyline y Festa no sertão. Luego enfrentó, de manera soberbia la transcripción del Allegro moderato, molto marcato del Concierto en La menor de Edvard Grieg, hasta podía oírse la orquesta, qué manera de trabajar el colorido. Enseguida la confidencia de sus atavismos mejicanos con el Intermezzo nº 1 de Manuel María Ponce  -reveló nuevas voces en los temas de la mano izquierda- y para cerrar el Danzón Nº 2 de Arturo Márquez, la obra que justamente abre su grabación de debut, Heritage, con la Deutsche Grammophon: sólo los verdaderamente grandes llegan a los estudios del más prestigioso sello discográfico del mundo.

Hubo, además, dos obras fuera de programa: antes del Schumann, tocó su transcripción de Recuerdos de la Alhambra de Francisco Tárrega, y como encore, la Rapsodia argentina de Lecuona.

Cauda

Dije que todo el auditorio siguió al filo de sus butacas la Humoreske de Schumann. Miento: en fila de la sala, una pareja, muy atildado él, ella envuelta en un formidable abrigo de leopardo en peluche, no tuvo problema para navegar en su celular y compartir dichosos sus necedades. Bien lo hizo el director de la sala, Sala, Ramiro Osorio: en el intermedio les abordó, seguramente para advertirles que ya no más…

 

Emilio Sanmiguel