¡Un concierto histórico! | El Nuevo Siglo
Viernes, 1 de Julio de 2016

Por Emilio Sanmiguel

Especial para EL NUEVO SIGLO

 

Casi podría afirmar, sin exageración, que la noche del pasado miércoles fue el estreno de la “Sinfonía Turangalîla” de Olvier Messian en Bogotá.

 

Porque sí, de acuerdo, la tocó la Orquesta Filarmónica, bajo la dirección de quien entonces era su titular, el chileno Francisco Rettig en el Teatro de Colsubsidio en 1993. Hicieron una campaña mediática tan asombrosa con el asunto de las “Ondas Martenot”, que se agotó la boletería y hubo muchos aplausos al final de la noche. Pero la desilusión de los asistentes con las “Ondas” fue la tónica a la salida del concierto. Porque el gran esfuerzo se quedó en la novedad del instrumento, que de no ser por Messiaen, estaría archivado donde mismo está su primo hermano, el Teremin.

 

La “Turangalîla” de Rettig fue mortalmente superficial. Para qué decirnos mentiras. Todo se concentró las “Ondas”, en los aspectos más exteriores de la partitura, en la fogosidad de los ritmos, la originalidad de la orquestación y su colorido tan asombroso. Justo eso que entonces le censuraron a Messiaen -hasta Poulenc y el “fiel” Boulez- luego de los sucesivos estrenos, el del 2 de diciembre de 1949 en Boston y el del año siguiente en Aix-en-Provence, dirigidos respectivamente por Leonard Bernstein y Roger Désormière.

 

Pero, bueno, el punto no es si el verdadero estreno de la “Turangalîla” ocurrió en 1993 o antenoche, en el Teatro Mayor con la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar de Venezuela bajo la dirección de Gustavo Dudamel, sino que la versión de la noche del miércoles le hizo justicia a una de las grandes obras del sinfonismo del siglo XX.

 

Dudamel, su orquesta y Bogotá

Tenemos suerte de los lazos tan fuertes que ha establecido el Teatro Mayor con la Simón Bolívar y Dudamel.

Porque en la inefable mentalidad cultural de los colombianos, las presentaciones de la Filarmónica de Israel, o la Filarmónica de Viena, no son más que quimeras inalcanzables, esas cosas de admirar y no más. Pero es que la Simón Bolívar y Dudamel son logros del vecino con quien compartimos la frontera; no es este el espacio para escudriñar las cosas que pasan en su casa; lo que interesa es que lograron una orquesta y un director que están justamente a la misma altura de los grandes, sin complejos tercermundistas y esas cosas. Sí. Tenemos suerte de que nos visiten con la frecuencia que lo hacen y que desde el escenario, además de conciertos inolvidables nos digan con hechos que sí es posible.

 

La Turangalîla del martes

Lo del martes fue más que la gran recreación de una de las partituras sinfónicas más importantes del siglo XX.

La obra es un punto de inflexión en la creación de Messiaen. Punto central y culminante del “Tríptico” que hunde sus raíces en el mito de Tristán, flanqueado por el ciclo de canciones “Harawi” y “Cinq rechant “ para 12 voces a capella, dos obras de tono apesadumbrado que enmarcan la aparente explosión de extroversión de “Turangalîla”, que en su grandilocuencia aparente contiene una de las confidencias más íntimas de la “Bomba atómica de la música contemporánea”, como llamaban a Messiaen en ese momento, y que experimentaba el derrumbe de su mundo personal por la demencia prematura de su esposa Claire y seguramente el nacimiento de un amor prohibido por Yvonne Loriod, incompatible con sus fuertes convicciones místicas, paradójicamente contratado con el reconocimiento internacional de su jerarquía como compositor.

Porque desde el punto de vista emocional, para Dudamel la nuez no está, como para la mayoría de sus colegas, en el explosivo V movimiento “Joie du sang des étoiles”, sino en el VI, “Jardín du sommeil d’amour”, el que realmente va a la esencia del “Tríptico” y se instala a la misma altura de íntimo lirismo del “Himno a la noche” de Wagner.

 

De paso hizo un manifiesto evidente: que el movimiento lento de “Turangalîla” está por derecho propio en la galería de los grandes “Adagios”  de la historia.

 

Y si de “sinfonismo” vamos a hablar, Dudamel la concibe como lo que es, una “Sinfonía concertante” para orquesta y piano, porque puso de relieve las intenciones originales de: 4 movimientos, un “Allegro” tan originalmente construido que contiene en su interior otro movimiento, un “Scherzo”, que se permite anunciar el profundo lirismo del “tristánico” “Jardin du sommeil d’amour”, un “Adagio” íntimamente confidencial y un final digno de la tradición romántica francesa.

 

Por lo demás, bueno, que la actuación de Yuga Wang  al frente de la complicada y exigente parte del piano fue un modelo de categoría, que Cyntia Millar en las Ondas Martenot trajo esa dosis de tradición, como discípula que fue de Jeanne Loriod, hermana de Yvonne, segunda esposa de Messiaen, cuyo papel en la sinfonía, evidentemente fue más decisivo que haber tocado la parte del piano en el estreno.

 

La Simón Bolívar actuó como lo que es: una grandísima orquesta y dejó el sabor de una noche para la historia.