Por Emilio Sanmiguel
Especial para El Nuevo Siglo
En los intermedios, cuando los hay, antes de las representaciones y después de ellas, se oyen toda clase de comentarios del público. Hay quienes disfrutan lo que contemplan porque se programan para ello, y quienes detestan todo porque hacen lo mismo: aborrecen el circo y se van a ver La veritá de Suiza al Municipal con la esperanza de lograr respuestas a las angustias existenciales del género humano, o quienes desean un solaz de la trágica cotidianeidad del mundo contemporáneo y se le apuntan a la Medea de los croatas en el teatro de Colsubsidio. Porque no hay manera de darle gusto a todos
De eso, en parte, se tratan los festivales. En este que es el XIV, y en los últimos, me parece que hace falta algo estremecedor, como al principio, cuando medio mundo se rasgó las vestiduras porque un evento tan pagano se realizara en la Semana Santa, cuando para eso están el resto de los 365 días del año. Pero eso ya no es noticia y hasta un alto jerarca de la Iglesia se refirió al respecto en los últimos días.
Pero en realidad no es de un escándalo fortuito que hablo, sino de una propuesta dramática que nos agarre a todos fuera de base, que estremezca los cimientos del establecimiento artístico –si es que lo hay- y por fin se abra la arena de los debates: una buena polémica siempre es bienvenida.
De todas maneras el festival es una maravilla, así apenas en una oportunidad haya cabida para una de las más refinadas manifestaciones del teatro que es la ópera. El Iberoamericano sería el espacio natural para, por ejemplo, darle cabida a melodramas que el público jamás tendrá la oportunidad de ver de otra forma, como El asesinato en la catedral de Pizzetti, o El teléfono de Menotti, porque para las Bohèmes y las Traviatas está muy bien el resto del año.
Porque como decía, no hay forma de darle gusto a todos. Pero para evitarse contratiempos y contrariedades, es mucho mejor estudiar la programación, informarse, ponerle al asunto un poquito de olfato y así el Iberoamericano se convierte en la mejor experiencia. Lo digo porque da resultado…
La veritáen el Teatro Musical
El espectáculo de la compañía suiza Danielle Finzi Pasca, que se presentó en el Municipal, trajo justamente lo que ofrecía, una obra cuyo medio de expresión hunde sus raíces en el mundo del circo, con precisión y una buena dosis de esa nostalgia que es inherente a ese mundo: artistas profesionalmente preparados, control absoluto en escena, ciertas dosis de humor sin atisbo de chabacanería, y sobre todo, en escena un telón pintado por el mismísimo Salvador Dalí en 1944 para una ballet en la Metropolitan de Nueva York.
Con la venia de los extremistas, pero estar tan cerca de un telón de Dalí ya fue bastante y remontó al auditorio a eso que tan pocas veces ha ocurrido en el país, que es la vinculación de los grandes artistas al teatro. Era lo habitual en tiempos de Diaghilev cuando Bask, Picasso y Chagal firmaban sus escenografías. Aquí lo han hecho, con muchísimo éxito, Ramírez Villamizar, Roda, Cárdenas o Manzur, pero no es algo habitual.
Bello espectáculo, para disfrutarlo así no más.
Medeaen el Teatro Colsubsidio
Si un personaje ha escrito páginas memorables en los Iberoamericanos, ese es Tomaš Pandur, que fiel a sus antecedentes trajo su versión del mito de Medea para el Teatro Nacional de Zagreb en Croacia.
Extraordinario golpe de audacia instalar sus actores entre el público cuando este empezaba a hacer su ingreso en la sala, y poco a poco, con un sentido formidable del drama, hacer que el auditorio se percatara de que esos hombres de negro, con sombrero, no eran espectadores despistados, sino algo más.
Cuando poco a poco los actores empezaron a desprenderse del público para traspasar la escena, apareció Medea en toda su dimensión, pero como regresando a lo que pudo haber sido esa mujer antes de convertirse en mito, capaz de invocar a los dioses pero también atada al mundo de lo cotidiano.
Intensa, extraordinaria puesta en escena traducida al escenario por Pandur, que siempre justifica su presencia bianual en Bogotá.
Woyzecken el Teatro Mayor
Woyzeck, la obra original de Georg Büchner, ha ejercido una fascinación excepcional sobre los escenarios, la ópera de Alban Berg, por ejemplo, es uno de los clásicos del melodrama del siglo XIX, y lo menciono porque había que olvidarse del Wozzeck de Berg para disfrutar de la versión de Bob Wilson llevada a escena con la dramaturgia de Susanne Meister y la dirección de Jette Steckel entreverada con las canciones de Tom Waits y Kathleen Brennan.
Indispensable para disfrutar el drama la escenografía de Florian Lösche, una monumental red que ocupaba todo el escenario, a la manera de una telaraña, quizá para retratar lo inexorable del destino de esos infelices que son Woyzeck y su mujer Marie.
También el Thalia Theater de Alemania, una vez más, ha jugado un rol decisivo en el éxito de este festival.