‘Tiempo, trabajo y capitalismo: una revisión histórica’ | El Nuevo Siglo
En todas esas investigaciones, el tiempo, la tecnología disponible, las relaciones sociales, y las instituciones religiosas y políticas, ocuparon un lugar destacado en regular y darle significado al trabajo
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Domingo, 27 de Septiembre de 2020
Luis Gabriel Galán Guerrero (*)

SOBRE  la piedra cálida, acariciada por el sol y la lluvia, se yerguen todavía altos, rígidos y monásticos, los relojes solares en el interior de algunos claustros medievales de la Universidad de Oxford. El paso de los siglos los ha convertido, en medio de las gárgolas y las agujas de ensueño, en guardianes de un tiempo ceniciento. Aquellos artefactos sobresalen en el paisaje cotidiano por otras razones además de su inútil belleza. Su presencia, casi enmudecida, nos recuerda una pregunta que aún rige nuestras vidas: ¿Qué es el trabajo y cómo medirlo?  

Esta inquietud aparentemente sencilla, que perdura en el corazón de nuestros días, ha producido una extensa bibliografía histórica y antropológica, especialmente en Inglaterra. En todas esas investigaciones, el tiempo, la tecnología disponible, las relaciones sociales, y las instituciones religiosas y políticas, ocuparon un lugar destacado en regular y darle significado al trabajo. Algunos académicos han acentuado el rol del tiempo como un aspecto fundamental, dedicándose a observar sus concepciones a lo largo de los siglos.

Una de las interpretaciones más importantes fue hecha por el historiador inglés, E. P. Thompson, en un artículo publicado en Past & Present en 1967. Thompson observó que la revolución industrial británica operó un cambio fundamental en los tiempos del trabajo campesino. Los viejos ritmos agrarios asociados a tareas estacionales y festividades religiosas fueron quebrados con el tiempo disciplinado de las fábricas del norte de Inglaterra. El tiempo del reloj y del capitalismo industrial se impuso como el maestro de un trabajo más rígido, eficiente e individual, endureciendo la tenue distinción con el ocio. La supervisión de tareas con multas, castigos y campanas; y las exhortaciones evangélicas de los reverendos a una vida industriosa y regulada, ayudaron a difundir prácticas, valores y creencias encaminados a arraigar el nuevo valor del tiempo entre las clases obreras, saturando sus mentes con una ecuación: ‘El tiempo es la nueva moneda; no pasa sino que es gastado.

Uno de los grandes reparos a la interpretación de Thompson fue su sobrestimación de la fábrica y la revolución industrial como lugares y procesos donde se dieron estos cambios. En años recientes, algunos historiadores han mostrado que los horarios precisos, las nociones asociadas al reloj y la preocupación por la eficiencia existían de forma más difundida en la sociedad inglesa antes de lo imaginado por Thompson.

Una de las pruebas más fascinantes descubiertas está en las deposiciones judiciales: copiosos testimonios campesinos revelan su cotidiana consciencia del reloj; sus ritmos agrarios no eran libres de todo apuro o afanes de productividad. Igualmente, la revolución del consumo trajo consigo nuevos hábitos y sociabilidades, como el consumo del té, que regularon el trabajo doméstico.

La revolución financiera fue otro proceso que condujo a un uso más consciente y eficiente del tiempo. Londres ocupó un lugar capital: esa prodigiosa ciudad fue testigo de una multitud hormigueante de tareas, pausas y horarios de trabajo en bancos y comercios regulados por el reloj, un objeto cuyo rumor se propagó en el siglo dieciocho por toda Europa: ‘tic-tac, tic-tac’.

La relación de los hombres y las mujeres con el tiempo es uno de los aspectos centrales en el estudio del trabajo, pero su historia no puede reducirse al caso británico. Tampoco podemos contentarnos únicamente en comprender el paso hacia las sociedades modernas o basarnos tan sólo en nociones temporales.

Justamente, parte de la dificultad en establecer qué es el trabajo deriva del problema que tenemos en ubicar cualquier actividad en el seno de sociedades con creencias, valores, símbolos y relaciones diferentes de los nuestros; sólo hasta muy recientemente, y con algunas reservas, la economía podría ser considerada un ámbito social independiente y autónomo de otras estructuras sociales. No es un asunto menor incluso en el presente: la definición del trabajo que adoptemos determinará en gran medida el modo en que comprenderemos la sociedad.

En ocasiones, algunos trabajos fueron completamente olvidados porque no presentaban un uso ‘eficiente’ del tiempo o eran realizados por fuera de los horarios de la fábrica, relegados entonces al ocio o el hogar. Los economistas clásicos tuvieron un lugar destacado en esta historia pues excluyeron el trabajo doméstico de su concepción de la ‘economía’.

A pesar de que la economía (oikonomia) había sido percibida como una agregación de casas familiares desde la Grecia antigua, triunfó la aproximación de Adam Smith y los demás economistas clásicos, todos guiados por la idea de anteponer el intercambio de bienes a los servicios en la base de la contabilidad nacional. Después de la Segunda Guerra Mundial, la ONU ayudó a diseminar esta concepción de la economía. Como resultado, la exclusión conceptual del trabajo doméstico no remunerado se convirtió en un fenómeno global.

El efecto de este cambio fundamental de perspectiva todavía lo alcanzamos a sentir. Naturalmente, esta omisión no ha dejado satisfechos a muchos feministas, como tampoco a los historiadores. En parte, un concepto moderno que defina el trabajo como cualquier actividad realizada fuera de casa con el fin de obtener un salario monetario, borraría una porción considerable de los hombres, mujeres y niños laboriosos que han poblado el mundo. Es una idea empobrecedora que no permite capturar las realidades de las sociedades pasadas, pues en ellas el trabajo doméstico y el salario no monetizado definieron el curso de la gran mayoría de vidas antes del siglo veinte.

¿Concluiremos, entonces, a pesar de la caudalosa evidencia de felicidad, esfuerzo, sudor y lágrimas, que no se trataba de trabajo?

* Candidato a Doctor en Historia de la Universidad de Oxford, St. Anne’s College