UNA tarde de marzo del año 2000, alrededor de un centenar de paramilitares del bloque Héroes de los Montes de María entraron en tres camiones a Mampuján, corregimiento de María la Baja, al norte del departamento de Bolívar. Ese fue el inicio de una tragedia que, al igual que otras tantas, quedó en el olvido del imaginario colombiano, una historia de dolor rescatada por un grupo de mujeres de aquella población que con agujas y retazos bordaron el flagelo de la guerra que vivieron en carne propia.
“Contamos los episodios de violencia en tapices porque queríamos tener un registro visual de lo que sucedió en ese momento. Se trataba de una terapia para el duelo, para sanar el dolor y el sentido de venganza, pero también se trataba de hacer memoria. Fue así como los tapices se convirtieron en una forma de hablar sin palabras pues en aquel marco del conflicto estaba prohibido contar lo sucedido. Por eso también los usamos como una forma de denuncia y resistencia”, cuenta Juana Alicia Ruiz, una de las victimas del desplazamiento y líder de las Tejedoras de Mampuján a EL NUEVO SIGLO.
Una memoria bordada
La tranquilidad que vivía Mampuján fue destruida por aquellos hombres armados que sacaron de sus casas a todos los miembros de las 245 familias campesinas y los concentraron en la plaza del pueblo. La orden directa era masacrarlos pero una llamada frenó la acción y el dictamen cambió: los pobladores tenían nadas más que unas horas para salir de sus casas y dejar atrás todo lo que tenían.
Siete hombres del corregimiento fueron escogidos por los paramilitares como guías para ir a la vereda contigua Las Brisas donde al siguiente día cumplieron su objetivo: 12 campesinos fueron torturados y masacrados a la sombra de un árbol de tamarindo y bajo la aterrorizada mirada de una población que no tuvo otra opción que abandonar sus tierras.
Aquel profundo dolor de la muerte y el destierro quedó entre los pobladores que como andariegos buscaban refugio y ayuda en cualquier parte. Ya nada quedaba de los días buenos cuando cultivaban y pescaban y reinaba la armonía en su pueblo. Ahora se apoderaba de ellos la desesperanza, el odio y el temor de los cuales buscaron formas de liberarse. Fueron las mujeres de Mampuján quienes tomaron la iniciativa, haciendo de agujas, hilos y retazos sus armas para la reconciliación.
Este trabajo, como explica Ruiz, se basó en la tradición afrodescendiente que heredaron de sus abuelas, la cual consistía en elaborar sábanas con trozos de tela que quedaban de otras costuras. A esto se sumó las enseñanzas de Teresa Geiser, una religiosa estadounidense que había trabajado con víctimas del conflicto en El Salvador, quien las instruyó en el arte del quilting, una técnica para elaborar tejidos con retazos.
En el 2008, 15 mujeres fueron las encargadas de plasmar su historia en la tela creando el primer gran tapiz en el que narraron el desplazamiento representado en figuras de hombres y mujeres que huyen con sus burros cargados y niños en brazos mientras sujetos uniformados les apuntan con sus armas.
En la experiencia dominada por el dolor del recuerdo también encontraron libertad y sanación, lo que las llevó a crear otros tapices como “Masacre” en el que contaron el atroz asesinato ocurrido en Las Brisas, además de otros cuantos que hoy suman más de 200 piezas con las que también cimentaron la reconciliación y libraron sus cargas al perdonar a sus victimarios.
Ruiz resalta que para elaborar estos tejidos se requiere de mucha concentración, un elemento que también se convierte en una excusa para sacar esas emociones con el fin de que el corazón y la mente se unan en ese momento con el arte. Tener una buena puntada y hacer que el color coincida son fundamentales a la hora de expresar lo que se quiere narrar.
“Debe quedar bien elaborado para que se pueda entender a nivel artístico y estético, pero lo más importante es que la persona tenga la posibilidad de plasmar lo que tiene internamente, se pueda liberar a través de eso que está haciendo y ojalá que otro lo pueda entender. Sin embargo, no afecta en nada si la otra persona no lo comprende, lo verdaderamente transcendental es que uno se sienta liberado porque una obra de arte puede ser interpretada de muchas maneras”, añade Ruiz.
Las Tejedoras de Mampuján han sido merecedoras de varios reconocimientos a nivel nacional e internacional. Algunos de sus tapices están exhibidos en el Museo Nacional, en el salón BAT de Arte Popular y otros más en museos de Estados Unidos, Irlanda y Canadá.
Así mismo, recibieron en 2015, en manos de Juana Alicia, el Premio Nacional de Paz, y en el 2018 la Medalla Carlos Mauro Hoyos, máximo reconocimiento que otorga la Procuraduría General de la Nación a una persona natural.
“Lo más importante que me ha pasado con este trabajo es el hecho de aprender a experimentar la sanación a través del arte y poderlo compartir con otras personas que han padecido la violencia en todas sus formas: estructurada, armada, social y hasta cultural. En este momento, darle a conocer a los demás que a través del arte podemos encontrar la paz, es lo más bonito.”
Con la exposición de estos tapices en Expoartesanías, las tejedoras desean dejar un mensaje de libertad a la sociedad, mostrarles esa Colombia que padeció y sufrió pero que también se levantó y se volvió resiliente. Dar a conocer ese país que a través del arte pudo resistir a la guerra y por medio de él resurgir.
“Queremos mostrarles a las personas que pueden mirar los horrores de la guerra desde otro punto de vista, sin usar el amarillismo, la sangre y lo explicito, sino que puede ser a través de una obra de arte que está hecha por las manos de las personas que padecieron esa violencia. Una pieza que a través de los colores refleja que estamos vivos y llenos de esperanza”, concluye Juana Alicia.