Spotlight “revive el ejercicio”, dijo un hombre, bajo, canoso y de unos 55 años de edad a la salida de una sala de cine de Bogotá. Vestía unos pantalones color caqui y una camisa azul, que conscientemente se le salía del pantalón. Era una víctima más de la ridiculizada “crisis de los “50”. Y su presencia, a fin de cuentas, era tan insignificante como la de una mosca. Pero sus palabras no.
Aquél hombre pronunció una frase que se convirtió en un testimonio real de lo que habíamos visto: una película seria y bien dramatizada al interior de un diario en los Estados Unidos que había aplastado al frívolo periodismo moderno; a la banalidad con la que se cree que es el periodismo contemporáneo.
Spotlight es la cara límpida del periodismo investigativo. Escrita por John Singer y dirigida por Tom McCarthy, muestra ese afán del periodista por buscar historias, encontrar testigos e hilar textos con todos los elementos encontrados. Algo que los románticos han descrito como “perdido” y los críticos como un acto sin sentido ante la incesante búsqueda de muchos medios contemporáneos por la notica sensacionalista y vulgar.
Bautizada con el mismo nombre que tenía ese grupo especial de investigación en el periódico Boston Globe, la película narra una historia sobre los escándalos de abuso sexual que salpicaron a la curia de la ciudad. Con un toque detectivesco, desarrolla un guion que no sólo demuestra que el periodista vive, día y noche, en una sala de redacción, tomando café y trabajando cada línea de una posible historia.
Además de ese simbolismo, tan propio de las salas de redacción, Spotlight presenta las facetas camaleónicas de un grupo de periodistas que hacen las veces de historiadores, detectives y abogados, estudiando las fuentes primarias de los hechos, interrogando testigos y dándole fuerza probatoria a los documentos que hacen parte de su investigación.
Martin Baron, un hombre silencioso y adusto, es nombrado director del Boston Globe; así comienza la película. Invadido por las ganas de encontrar una historia de peso en su debut, cita a los miembros “Spotlight”, el grupo de cuatro compañeros que hacen periodismo investigativo. Al final de la reunión, Baron lanza una idea: un columnista del diario escribió sobre las denuncias de pedofilia contra la curia de Boston.
A partir de ese momento comienza una apasionante historia que envuelve a los protagonistas en un viacrucis frente a las revelaciones de sus testigos. Las escalofriantes historias se roban parte de la individualidad del padre, de la madre o del soltero cotizado que trabaja como periodista. La necesidad de encontrar a los culpables se vuelve una obsesión que traspasa las fronteras del alba y el crepúsculo. El día, como la noche, se convierten en lo mismo: una línea continúa de un tiempo indefinido.
Luego de ocho meses de intensas investigaciones, compaginadas con amenazas y temores infundados, culmina la búsqueda. El equipo de Spotlight pública un titular que involucra a la arquidiócesis de Boston en los abusos sexuales con menores. Tan pronto circula el periódico por la ciudad, los teléfonos de la oficina empiezan a sonar como una granizada incesante. Víctimas de Nueva York, Washington, Atlanta, y otras ciudades no paran de llamarlos a contar su historia.
Como la parodia Network de 1976 o “todos los hombres del presidente de Pakula”, Spotlight reivindica el periodismo y muestra el sentido ético que representa esta noble profesión. No se trata de vender noticias sin ningún sentido, tampoco de ser sensacionalista o de seguir la línea de un poderoso.
Se trata, por el contrario, de hacer buen periodismo. Parece fácil en un mundo invadido por la tecnología y las redes sociales, dicen algunos. Pero no es tan sencillo. La innovación nunca podrá superar la fecunda curiosidad de un periodista nato, su capacidad investigativa y las líneas que, a semejanza de la buena prosa, se plasman en un papel.
Hace unos meses Mario Vargas Llosa publicó, en El País de España, una dura crítica contra el periodismo moderno. Subrayó que: “hoy, salvo excepciones de una minoría que se interesa por el periodismo de investigación o de opinión, el periodismo es un instrumento de diversión”. Spotligth sirve como catalizador de esa verdad tan cierta como incómoda.
Es un llamado tanto a periodistas como a lectores para investigar, escribir y leer textos que valgan la pena. Es la verdad de una profesión que suele perder su sentido a merced del disfrute de las masas. Cuando el placer, por el contrario, debe ser cautivado por una brillante investigación o una excelente pluma, no por una escena dramática o la imagen de un ídolo de barro.
En esta sociedad de hipervisivilidad- término como el filósofo coreano Byung-Chul Han define el mundo contemporáneo-, en donde la banalización de la cultura está ganando la partida y el deseo permanente hace perder de vista lo simple y lo humano, lo bello y lo sagrado, valen más los spotlights que los youtubers. Vale más el fondo que la imagen.