Entre los taurinos hay una expresión de antaño, según la cual… corrida de expectación, corrida de decepción.
La tarde, como todas las de la Feria, fue espléndida, cálida, que invitaba al optimismo. Pero otro aforismo taurino sentencia: el hombre propone, Dios dispone y el toro lo descompone.
La penúltima corrida del abono manizalita registró un común denominador en los muy bien presentados toros de la ganadería de don Juan Bernardo Caicedo: falta de fuerza.
Repasemos lo sucedido.
Abrió plaza Barbado, número 969 de 490 kilos, de bonita lámina pero ahogado. Enrique Ponce lo llevó sin tropiezos a los medios para utilizar los alientos del toro y buscar en cada embestida el máximo de rendimiento. Por eso las tandas fueron cortas y espaciadas. Cabía un siglo entre una y otra. Pases suaves, lentos y templados, mientras el toro consumía gota a gota su combustible, y cuando apenas le quedaba un suspiro de España, el torero instrumentó dos poncinas y buscó su espada. Media trasera y descabello. Saludo desde el tercio.
Entre bostezos saltó el segundo de la tarde, de nombre Temerario, que marcó en la romana 500 kilos. En su plena madurez, Luis Bolívar pudo identificar las verdaderas posibilidades del toro y bordar una faena importantísima. El toro no embestía con tranco, pero Bolívar tiró de él con técnica, dejando su muleta en la cara del astracanado hasta embarcarlo y disfrutar las delicias del toro entregado. Faena inteligente, sobria, sin florituras pero valiosísima por lo difícil que fue lograr lo que 14 mil almas vieron. Espadazo certero y dos orejas para el colombiano.
Otro al que había que tratar con suavidad por su falta de fuerza, fue el tercero del festejo. Aquí la expectativa era suprema, pues se trataba del debut de Pablo Aguado, triunfador rotundo de la más reciente feria de Sevilla. El toro dio juego soso; no transmitía. Aguado dejó en claro, eso sí, que es un torero con empaque y de muy buenas maneras; que es sapiente y eso lo entendieron los asistentes. Espada envainada y media en buen sitio. Silencio.
Caía la tarde y, con ella, la corrida. Asomó a los toriles Talento, que reemplazó a Maestro por inutilización. El castaño requemado tuvo fuerza, y mucha, para empujar en el caballo, al que llegó para emplearse bien. Vara larga y el toro terminó en la muleta desganado. Ponce inició en los medios, pero el juanbernardo, sin aliento, partió a buscar refugio en las tablas. El de Chiva fue a buscarlo allá y se quedó con él, para rematar su labor a base de voluntad. Dos pinchazos y descabello. Saludo entre fuertes palmas.
Puntero salió en quinto lugar, pero al inutilizarse su remo delantero derecho fue cambiado por Aragonés, un castaño que casi se come entero al caballo. Que se empleó bien al comienzo de la faena y embestía de largo y con alegría. Bolívar se confió en las bondades del toro y éste, que casi se come al caballo, comenzó a comerse también los terrenos del caleño hasta que lo desplazó de allí y sentó su protesta con machetazos que lanzaba con la cara alta. Ni sombra del augurio de minutos antes. Bolívar hundió la espada y al salir el toro hizo por él y lo golpeó con fuerza. Dobló. Saludo desde el tercio.
Otro blando de remos y falto de combustible, Artillero, cerró la olvidable tarde. En su cancino caminar, porque no embestía, el jabonero no ofreció posibilidad de lidia, como si tuviera claro su propósito: aguar la actuación de Aguado. El sevillano, no obstante, aprovechó el basto juego del toro y, más por dignidad y honradez que por otra cosa, instrumentó algunos muletazos que gustaron y el público agradeció. Media estocada y descabello.
Así terminó la corrida del triunfo de Bolívar entre toros flojos de remos, ásperos en la embestida y cortos de juego. Otro día será.