Seguramente más de una vez imaginamos, de niños, ser policías cuando grandes. Las niñas por nuestro lado soñábamos con ser reinas de belleza.
Pero para el Brigadier General Luis Eduardo Martínez, Comandante de la Policía de Bogotá, eso de portar el uniforme no fue solo un juego de infancia. Fue una convicción prematura. “Todos los años me disfrazaba de policía en el Halloween. Y en las obras de teatro del colegio, si había un policía, ese era yo. Pero a los 13 años ya sabía que iba a ser policía”, asegura este hombre que, como buen paisa nacido en Manzanares, Caldas, exhala amabilidad y como buen miembro de las Fuerzas Militares porta el servicio en el pecho.
Su padre nunca estuvo de acuerdo con la carrera que eligió, pero curiosamente en casa era casi un militar. “Mi papá a las ocho de la noche nos acostaba a todos y nadie podía hablar”, dice quien ocupa el segundo lugar en una lista de siete hermanos. “Me decía: usted no es capaz. Eso es de mucha disciplina y me daría pena que el día de mañana se aparezca aquí y tenga que decir que ni pa’ policía sirvió”, recuerda el General que, en medio de risas, reconoce que sí era muy vago y rumbero. Pero como no hay mal que dure cien años, el “tate quieto” le llegó.
Caminando paso a paso
Todo el sueño se hizo realidad hace 30 años cuando a sus 18, recién graduado del colegio, llegó a Bogotá para hacer curso de oficial. Ahí comprobó que su padre tenía razón. Ser policía era muy duro. “El trabajo físico era muy fuerte y la disciplina absolutamente rigurosa. Al comienzo lloraba por las noches debajo de la cobija y más de una vez estuve a punto de tirar la toalla. Pero me acordaba de las palabras de mi papá y sacaba fortaleza”. Verraquera que dos años después vio recompensada con su grado de Teniente, que, sumado a un curso de Carabinero y otro de Contraguerrilla, le dio toda la preparación para armar maleta rumbo al departamento del Huila y ser Comandante, por primera vez, del pueblo de Algeciras.
Con tan solo 20 años llegó a imponer el orden en este municipio, que él califica como “uno de los más complicados por el tema de la guerrilla”. Pero no solo fue implacable con las Farc. También lo fue con la insolencia de los jóvenes del pueblo que a las dos de la mañana, después de la rumba, conectaban grabadora en pleno parque para continuar la guachafita. “Me los llevaba al calabozo y les entregaba machete. Los ponía a desyerbar el cementerio o el parque. Hasta que los discipliné”, asegura con voz de mando el General que en Algeciras conoció además el amor de su vida y madre de sus dos hijos.
Luego de trabajar en el Huila, ya como Teniente, casado y con 22 años, fue a parar a la hermosa Santa Marta. “Me fui feliz porque iba a conocer el mar”. Aunque la dicha le duró muy poco, porque dos meses después lo mandaron a Santana, Magdalena, un pueblo sin agua y sin luz. Pero la pesadilla terminó al regresar a la Capital, donde hizo su carrera como Abogado en la Universidad Gran Colombia y se especializó en Derecho Administrativo en la Universidad Militar.
Después de pasar unos cuantos años en Bogotá, llegó uno de sus grandes retos. La orden era trasladarse a Antioquia, donde fue Comandante de Departamento y del Área Metropolitana de Medellín. “Me dediqué a perseguir la Oficina de Envigado”, persecución que se convirtió casi en una crónica de muerte anunciada y que, de no ser por una llamada, ya ni estaría contando esta historia.
“Me llamó el sacerdote del barrio y me dijo: General, esta tarde lo van a matar”. Aviso que lo hizo abandonar de inmediato no solamente el país, sino el cargo, porque la Oficina de Envigado lo tenía entre ceja y ceja.
Después de unos meses por fuera, regresó con el llamado para curso de General. Pero estando en pleno curso, fue nombrado Comandante de la Región 4, que cubre los departamentos de Valle, Cauca y Nariño. Allí, en pleno ejercicio, lidiando con un grupo de palmicultores en Tumaco que tenían la vía hacia Pasto cerrada, se enteró por medio de las noticias que era el nuevo Comandante de la Policía de Bogotá. “Estaba viendo televisión y anunciaron los cambios. Dijeron que yo era el nuevo Comandante, pero en ese momento no le di mucha credibilidad”. Efectivamente, al día siguiente le notificaron personalmente que era cierto y que debía viajar de inmediato para la Capital.
Ahora, como Comandante de Bogotá, el General Martínez tiene una meta clara: “Cuando me vaya quisiera dejar una Institución con credibilidad y cercana al ciudadano”. Semilla que ha ido sembrando, porque Martínez no es el típico Comandante que se sienta en el puesto de mando a dirigir detrás de las cámaras. Martínez es de esos jefes que “se unta” de pueblo, que controla las marchas marchando, que patrulla la ciudad él mismo y que además saca tiempo para contestar cada uno de los mensajes que los bogotanos le dejan en su cuenta de Twitter, así sea para insultarlo.
Y aunque muchos pensaríamos que, ¿por qué no?, algún día podría llegar a ser el Director Nacional de la Policía, él asegura que no es un tema que le ronde por la cabeza y que si algo tiene bien claro es que “hay que aspirar a Papa para llegar por lo menos a sacristán”.