Serie pianistas: dos caras de la misma moneda | El Nuevo Siglo
Miércoles, 19 de Febrero de 2014

Por Emilio Sanmiguel

Especial para El Nuevo Siglo

El horario  de domingo a las 11 de la mañana no funciona. A eso no hay que darle más vueltas. Porque no de otra manera puede explicarse que el evento pianístico más importante del país se desarrolle con un teatro medio vacío, o medio lleno, la misma da.

 

Alguien propone trasladarlo a las 5 de la tarde del domingo, otro a las 6 de la tarde del sábado, yo digo que la noche del viernes está vacante desde cuando se acabaron los conciertos de la Sinfónica de Colombia en el Colón, porque se acabó la Sinfónica y el Ministerio acabó con el viejo Colón.

 

La decisión queda en manos de las directivas de Colsubsidio. A los altos ejecutivos de la caja tampoco les conviene el horario dominguero. Eso es evidente porque ninguno asiste al, repito, más importante evento pianístico que se desarrolla en el país. Eso en los tiempos de Roberto Arias Pérez habría sido inimaginable que se alzara el telón del teatro sin él y Gloria Nieto en su esquina del balcón del segundo piso.

 

Bueno, también hay que decir que la estrategia publicitaria para promocionar el evento, si es que existe, es absolutamente equivocada y más de un aficionado ha llegado al teatro por instinto y no porque haya tenido oportunidad de enterarse… si el asunto publicitario es de agencia, tocó cambiar de agencia… porque promocionar cultura, cultura de la de verdad, no es lo mismo que vender fajas, o cosas por el estilo.

 

Recital de Joel Fan

 

Domingo 2 de febrero. Poquísimo público para el pianista norteamericano de ancestro taiwanés, que tocó como si el teatro estuviera lleno hasta la bandera.

 

Para su debut colombiano Joel Fan se presentó con un programa decididamente original, porque las obras de su recital fueron perfectas novedades para más de uno de los asistentes.

 

Abrió con la transcripción de Gleen Gould del Preludio de los maestros cantores de Wagner, que se diferencia de la mayor parte de las transcripciones que existen de la misma obra por la aparente sencillez de su textura, que esconde al espectador su proverbial dificultad. Enseguida otra novedad, también wagneriana, la Gran Sonata en la mayor, casi 30 minutos de música y que Fan tocó como si quisiera revelarle al auditorio la admiración que ese Wagner muy joven profesaba por Beethoven.

 

En la segunda parte primero la Polonesa-Fantasía de Chopin en interpretación extraordinaria, enseguida el testamento de los Klavierstücke op. 118 de Brahms tocados con la profundidad y control que ellos demandan y, ya para cerrar, una licencia: la versión para piano solo hecha por el compositor, de la Rhasody in Blue de Gershwin que, como está en los límites mismos del virtuosismo, y como fue tocaba con tamaño despliegue de suficiencia de medios y sensualidad, pues generó absoluto furor en los tendidos. De haber estado lleno el teatro se habría caído de aplausos.

 

Recital de Hinrich Alpers

 

Pasarán años antes de que algo así vuelva a repetirse en Colombia. Que un pianista aborde las 6 pequeñas piezas op. 19 de Arnold Schönberg con tanta destreza, y que mantenga en vilo al auditorio, porque dejó la última nota como flotando en el aire y, en medio de ese clima de tensión irrepetible haya llevado con sigilo su mano izquierda al extremo del teclado para tocar el Sol grave que abre la monumental Sonata en si menor de Liszt. Porque el alemán Hinrich Alpers quiso así decirle al público que hay que bajar la guardia con la obra de Schönberg y que la Sonata de Liszt es mucho más que un despliegue de virtuosismo. Lo cierto es que algo de esa categoría será difícil volver a vivirlo, entre otras cosas porque casi podría asegurar que el Op. 19 de Scönberg jamás se había tocado en Colombia y oír la Sonata de Liszt tan bien tocada no es cosa de todos los días.

 

Alpers abrió con otra obra de esas que es difícil oír en un medio musical tan limitado como el nuestro, y que resulta sorprendente en el repertorio de un pianista tan vigoroso: la Sonatina de Ravel. Otra obra que, como en el Liszt, demanda el dominio técnico absoluto, sobre todo para resolver su increíblemente difícil tercer movimiento. Si el sonido que Alpers sacó del piano fue telúrico y gigantesco en Liszt, para tocar Ravel eligió una sonoridad cristalina y a veces el piano se oía como una celesta.

 

En medio de Ravel y Schönberg/Liszt instaló el Carnaval de Schumann; algunas manos en falso en el Préambule y en la Marcha de la liga de David no pudieron empañar una interpretación muy personal y poderosa. Lo increíble del asunto es que, técnicamente hablando, el Carnaval no demanda ni el virtuosismo pirotécnico ni la suficiencia de medios que sí exigen Liszt y Ravel. ¿Exceso de confianza? ¡Vaya uno a saber!