AUNQUE fue uno de los miles de víctimas del desplazamiento por el conflicto armado y enfrentó la violencia que se vive en una gran urbe como Bogotá, Oscar Villalobos, plasma en sus lienzos de paisajes urbanos un punto de quiebre para construir un mejor país.
Oriundo de San José del Guaviare, tierra que debió abandonar a muy corta edad, hoy a sus 33 años este pintor encontró en el arte la manera de expresar tanto sus vivencias como sus anhelos, a través de una forma muy particular.
Sus pinturas son ante todo un llamado de alerta, no solo contra la utilización de la selva como escenario de desacuerdos ideológicos y problemáticas económicas, sino en pro del cuidado del planeta y de la protección de los entornos selváticos.
Y así se entiende en su reciente metáfora contada mediante la combinación de parajes selváticos con formas exactas, precisas, rectangulares, cuadradas, alusivas a la “civilización” que, con su geometría cementada, cada vez le arrebata más territorio a la naturaleza y más libertad a la fauna y flora nativas.
EL NUEVO SIGLO. - Para entender mejor su historia, ¿Cómo fue su niñez y en que momento se encuentra con la violencia y el conflicto armado?
ÓSCAR VILLALOBOS. - Hasta mis 11 años viví en el Guaviare muy tranquilo. Tuve una infancia muy feliz, rodeado de animales y naturaleza ya que mis padres tenían una pequeña finca que, como muchas en esa época, se dedicaba netamente al cultivo de coca. La finca quedaba a una hora del Raudal de Mapiripán, más o menos a 7 horas en lancha por el río San José del Guaviare desde la capital. En esta zona, mandaba el frente 46 de la guerrilla, pero para ese entonces, generalmente esos alzados en armas eran muy tranquilos y cumplían más bien un rol de “policía”: no se metían con la gente, prohibían el talar mucha selva y cazar ciertos animales, y eso hacia que la naturaleza se conservara mejor.
Todo cambió cuando yo estaba cursando quinto de primaria en un internado, pues hasta allí llegó una cuadrilla guerrillera y atacaron a unos helicópteros desde la cancha del colegio. Más o menos un mes después sucedió la masacre de La Caseta, donde fueron acribillados algunos de mis profesores y forzaron al cierre del internado. Casi que de inmediato llegaron los paramilitares y comenzaron la guerra entre ellos.
Entre todo eso, a mi papá lo amenazaron y le dijeron que se tiene que ir, así que mi madre vendió lo que teníamos, de lo cual recibió muy poco dinero, y nos vinimos para Bogotá.
ENS: ¿A su corta edad entendía lo que estaba sucediendo?
OV: No, para ese entonces yo tenía 11 o 12 años y entendía que nos tocaba mudarnos y cambiar de ciudad, pero no el por qué. Ya mucho más grande fue cuando empecé a entender, analizar y tener un panorama de lo que había sucedido.
ENS: En Bogotá, ¿con que se encontraron?
OV: Culturalmente, Bogotá es muy diferente. Yo venía de un lugar en donde se podían dejar las puertas de las casas abiertas y no pasaba nada. Llegué acá, a uno de los barrios más peligrosos de la ciudad, a tener que enfrentar otro tipo de violencia. Había muchas pandillas, fronteras invisibles y delincuencia. Todo eso tenía que enfrentarlo, día a día, para ir al colegio y regresar a mi casa. Si bien no era la guerrilla, era otra forma de violencia que merece y necesita ser entendida.
ENS: ¿Cómo empezó a pintar? ¿En que momento se involucra en el arte?
OV: Todo empezó desde muy pequeño. Yo era un niño muy inquieto y en la región había un señor que se encargaba de pintar los letreros de las diferentes fincas y tiendas. Entonces, un día, para mantenerme quieto, ese señor me puso a dibujar y me quedé tranquilo toda la tarde. Desde ahí él me empezó a enseñar cosas nuevas todas las tardes y le cogí amor al dibujo. Luego, en los colegios que estudié, siempre era el niño encargado de hacer las diferentes decoraciones para los salones. Y. años más tarde, cuando cursaba el bachillerato, se me despertó un gusto por dibujar comics, y al salir del colegio, como en Colombia no hay una carrera dedicada al dibujo de comics, decidí entrar al Sena a estudiar artes gráficas, pensando que era una carrera de dibujo. Pero me di cuenta de que tenía más que ver con la edición, impresión y pre-prensa; sin embargo, decidí terminar y graduarme. En ese camino, un compañero me habló de la Facultad de Artes de la Universidad Francisco José de Caldas, Asab, así que me presenté, empecé a estudiar, conocí la pintura y me enamoré de ella.
ENS: ¿Cómo llega a pintar paisajes urbanos?
OV: Después de aprender bien las técnicas me autocuestioné “¿Qué voy a pintar?” Fue ahí cuando empecé a hacer esa reflexión sobre el territorio, alejándolo de la conmiseración y analizando por qué sucedían ciertos casos de violencia en Colombia. Entonces comencé a leer e investigar temas políticos y de historia del país para poder entender todo lo que estaba detrás de eso. Ahí comienzo a plasmar en mis obras, la realidad que vivía.
NS: ¿Qué representa la pintura en su vida? ¿Qué le hace sentir?
OV: Para mi la pintura es ese lenguaje que me permite expresar, incluso de una manera más clara que el mismo vocabulario, mis ideas y vivencias, logrando que el espectador sea alguien más que aunque inmerso en ese mismo paisaje, desde sus experiencias, le puede dar su propio significado. Con el arte y la pintura podemos entender las distintas realidades de una manera poética.