Bajo la dirección de Victoria Hernández llega El Amor es un francotirador, tercera obra de la trilogía de la dramaturga argentina Lola Arias, que estará en temporada hasta el 12 de marzo en la Sala HombreMono. Una producción de La Puerta Abierta creaciones que cuenta con la actuación de Gustavo Angarita, Diana Angel, Ximena Erazo, Lilo de La Vega, Rodrigo Hernández, Cesar Saleh y Antonia Manrique. Una obra que nos habla del desamor, la soledad, el rechazo y la falta de éxito; la historia de seis enamorados suicidas comandados por una niña de once años al ritmo de canciones rockeras y melancolías.
Julián, personaje que conocimos en las obras antecesoras Sueño con revolver y Striptease ahora tiene un sueño recurrente en el que es un viejo actor que se encuentra jugando a la ruleta rusa acompañado por cinco jugadores quienes piden su último deseo antes de morir. En un viejo set de filmación el tímido, el boxeador, el Don Juan, la belleza, la chica del campo y la stripper nos cuentan sus historias, se desnudan ante nosotros y se enfrentan al giro del tambor y la única bala en el revólver. Una obra que cambiará cada noche, ya que es el dado el que decide en qué orden se presentan, expresan sus deseos y se disparan. Algunos al final ya no querrán morir, pero no hay camino de vuelta, no hay lugar para el arrepentimiento, así son las reglas.
De éste particular juego, surgen relaciones inesperadas entre ellos, sus miedos y sus obsesiones. Una mujer que no soporta ser bella, una bailarina nudista que no puede hablar más su lengua, una chica del campo que se encuentra sola en la ciudad, un boxeador que quisiera tener dos corazones, un tímido que nunca ha besado a nadie y un viejo actor que solo sabe interpretar a Don Juan, son dirigidos en éste juego macabro por una niña, que con sus preguntas los lleva a los lugares más recónditos de su inconsciente.
Es así como la actriz y directora Victoria Hernández nos presenta la última pieza basada en los textos de la dramaturga Lola Arias. En esta ocasión el espectador podrá acomodarse con total libertad en el lugar del escenario que lo desee, lo que lo llevará a ser parte directa del sueño, a sentir junto con los personajes el vértigo del juego, las sensaciones causadas por las luces y sonidos que generan los cambios de atmósfera y en algunas ocasiones a ser cómplice y portador de los secretos de éstos personajes. La música de la obra está a cargo de un baterista en vivo, que se va integrando con las historias y que por momentos, convierte su sueño en una pesadilla. La escenografía semeja un set de grabación abandonado, un callejón sin salida que a lo largo del sueño será transformado por la luz, un diván de sicoanálisis y una urna en la que se guarda el revólver que definirá la suerte de los participantes y el hilo de la historia.