LA de Jessye Norman fue una de las voces más opulentas del siglo XX y su canto uno de los que exhibieron mayor refinamiento interpretativo. Su carrera se remontaba a la edad de cuatro años, cuando con el apoyo de sus padres entró a formar parte del coro infantil de una iglesia en Augusta, Georgia, la ciudad donde nació el 15 de septiembre de 1945.
Estuvo dos veces en Bogotá. La primera en la década de los 70; la presentó la Fundación Arte de la Música en la Iglesia de San Ignacio por iniciativa de Rafael Puyana cuando su carrera empezaba a despuntar en Europa; quienes tuvieron la oportunidad de verla y oírla esa noche recordaban su recital como algo verdaderamente inolvidable.
Regresó en 2010 para otro recital en el Teatro Mayor, la tarde del domingo 10 de octubre. Para esa época había restringido su repertorio a programas como el de esa tarde: Bernstein, Gershwin, Arlen, Ellington; al menos en Bogotá, no hubo arias de ópera, canciones francesas o Lieder, sin embargo, seguía ejerciendo una especie de hechizo sobre el público, un solo gesto de su mano era suficiente para silenciar en un cosa de un par de segundos el aplauso del público para continuar. Esa tarde no desplegó en ningún momento el sonido opulento de su instrumento; pero sí hubo mucha exquisitez.
Una carrera no convencional
La suya no fue una carrera convencional. Su maestro le sugirió presentarse, tenía 16 años, al Concurso Marian Anderson en Filadelfia. No ganó. Pero sí obtuvo una beca para estudiar en Howard University en Washington donde se graduó en 1967. Al año siguiente, en la Universidad de Michigan una maestría y en 1969, vencedora, finalmente, de un concurso de canto en Múnich, Alemania.
En 1970 empezó su carrera profesional en la Ópera alemana de Berlín donde debutó por todo lo alto con Elisabeth de Tannhäuser de Wagner, en ese momento la crítica alemana no ahorró elogios: la más grande voz desde Lotte Lehmann. A partir de ese momento empezaron a multiplicarse sus actuaciones en teatros de Europa hasta su consagración definitiva en la Scala en 1972 cantando la parte protagonista de Aída de Verdi. Es decir, que los años iniciales de su carrera trascurrieron en Europa, y no en los Estados Unidos. Cuando finalmente se presentó en su país, ya era una celebridad internacional.
Muchos años más tuvieron que esperar los norteamericanos para verla en el escenario operístico. Eso no vino a ocurrir hasta el 82, con la Yocasta de Edipo Rey de Stravinsky en Filadelfia, después la Dido de Dido y Eneas de Purcell y finalmente, en 1983, su histórico debut en la Metropolitan Opera House de Nueva York con la Casandra de Los Troyanos de Héctor Berlioz.
Años más tarde la Metropolitan tuvo la ocasión de ovacionarla en 1993 cantando la Ariadna de Ariadna en Naxos de Richard Strauss, actuación que por suerte quedó inmortalizada gracias al vídeo.
Salvo roles como Aída, o la condesa de Bodas de Fígaro de Mozart, su repertorio no era el habitual. Eso se entiende, al fin y al cabo Norman era consciente de que la suya no era una voz convencional y por lo mismo escalaba las más altas cotas en personajes como Ariadna, Yocasta, Dido, Salomé, Elisabeth, Sieglinde.
La voz de Jessye Norman poseyó una tesitura y una extensión fuera de serie; gracias al dominio del color podía con extrema facilidad ir al tono de las mezzosopranos y conseguir los graves de las contraltos.
Pese al éxito de sus presentaciones en el escenario operístico, el lugar donde se hallaba más a sus anchas fue el del recital. Sus interpretaciones de la Canción francesa y Lieder se encuentran entre las mejores del siglo XX, sin haber pasado por alto su fascinación por la música de sus atavismos, el Negro Spiritual.
Legado discográfico
Norman tuvo una suerte: el micrófono amaba su voz. Eso no ha ocurrido con otras de sus colegas, que triunfan en el escenario, pero no en el disco. El micrófono era capaz de transmitir su opulencia vocal, la riqueza casi infinita de sus armónicos, el poderío de sus agudos, la oscuridad de sus notas graves y la inteligencia de su interpretación. Por años sus grabaciones del sello Philips contaron con la ingeniería de sonido de la colombiana Martha de Francisco; porque para lograr captar la complejidad del sonido de una voz así, evidentemente era necesario el dominio, autoridad y sensibilidad de De Francisco.
Diva absoluta, porque era temperamental, Jessye Norman queda para la posteridad inscrita entre las grandes del siglo XX y en la élite de las cantantes líricas de su raza: Marian Anderson, Leontyne Price, Shirley Verret, Martina Arroyo, Grace Bumbry, Kathleen Battle.
Su paso por la escena dejó huella. Murió en Nueva York a comienzos de este mes.