La actuación del Cuarteto Casals colmó las expectativas de la afición de Bogotá, en el cierre de la más relevante programación de la Luis Ángel Arango
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Los conciertos, en edificios concebidos expresamente para hacer conciertos son de finales del siglo XIX, cuando la Gewandhaus de Leipzig construyó su auditorio, que copió el modelo de las iglesias luteranas. Obviamente fue un gesto significativo: templos para sacralizar la música, los músicos se instalaron en el altar, presidido por el órgano. Después llegaron otros modelos, con la orquesta al centro, en arena o con el auditorio en abanico, como la Sala Arango, obra maestra del Chato Vélez.
Todos los auditorios, profesionales, están equipados de órgano que, siguiendo esta cadena de metáforas, es el Sumo pontífice de los instrumentos. También se caracterizan por permitir al público oír en las mejores condiciones acústicas y con óptima visibilidad. Es decir, no se sigue la norma de los teatros de ópera, a donde se va a ver y a ser visto, porque se va a ver y a oír.
La Luis Ángel es la única sala en Colombia que cumple con todos esos requisitos: los tubos del órgano se asoman coquetos sobre el escenario, la acústica es magnífica, la visibilidad es plena para todo el aforo y, de paso, la silletería en cuero es comodísima, aunque últimamente chirrea un poco.
Todo este preámbulo para dejar testimonio de que fue un placer ver al Cuarteto Casals en los dos últimos conciertos del Ciclo Beethoven. Un placer porque la observación facilitó ver en cada cuarteto, cómo los temas pasaban de un instrumento a otro, también la intensidad de los diálogos y la fuerza de ciertos pasajes o la complejidad de algunos movimientos. Además, de paso, las relaciones entre los músicos y la comunicación entre ellos. En el Casals el violoncelista Arnau Tomás, aparentemente, es el más alerta de los cuatro, buscaba la mirada de sus cuatro cómplices musicales permanentemente; la violinista Vera Martínez Mehner, en unos cuartetos violín I, en otros violín II, en todos los recitales de borgoña y encaje negro sobre borgoña prácticamente no miraba a sus compañeros, salvo un par de excepciones con su par, Abel Tomás, unas veces I, otras II violín. Por lados de la viola, el norteamericano Jonathan Brown -único no español del grupo- poquísimas miradas a sus compañeros. Puede sonar banal esta apreciación si se piensa que el trabajo de fondo se ha hecho con antelación en la preparación de semejante faena: 16 cuartetos en seis sesiones, dos semanas, cuatro de ellas en de 36 horas, entre el viernes 21 y domingo 23. En todo caso el saldo musical fue absolutamente a favor del Casals y, por supuesto de la sala.
Recitales No. 5 y 6
La tarde del sábado 22 trajo en primer lugar el Nº4 en Do menor op. 18 nº4, único de los 6 de la primera época en modo menor, que recorrieron con profundidad. Enseguida, de la segunda época, el Nº9 en Do mayor, op. 59 nº3 “Razumovski, resuelto a tope, el sonido etéreo, el pizzicati del violoncelo en el Andante con moto quasi allegretto fue glorioso, como también lo fue la agilidad y limpieza, como mecanismo de relojería, del Allegro molto que corona la obra. La segunda parte fue para el Nº14 en Do sostenido menor op. 131, tercera época, para muchos la joya de la corona de la colección, que los Casals lograron convertir en lo que es, una experiencia estética más allá de la música, cuánta inteligencia y sensibilidad, por ejemplo, cuando al final del «presto» le dieron sentido expresivo al pasaje sull’ponticelllo.
La mañana del domingo 23, el programa fue uno de los más exigentes para la audiencia: dos de la tercera época. En la primera parte el Nº11 en Fa menor “Serioso”, op.95, otra experiencia, de esas que hace reflexionar sobre la inutilidad de poner en palabras asuntos musicales del mundo exclusivo de lo abstracto, salvo, por ejemplo, dejar constancia de la robustez del sonido en el segundo movimiento Allegretto ma non troppo, pero eso, a la hora de la verdad, qué sentido podría tener…
En la segunda parte, para cerrar el ciclo, vino lo que era de justicia, el Nº 13 en Si bemol mayor op. 130, que según las intenciones originales de Beethoven, no las de su loco editor, se tocó con la Gran fuga como último movimiento. Ahora bien, lo hicieron como resueltos a decirle al público que el Nº 13 es mucho, pero mucho más que un preludio a la Gran fuga, porque lo recorrieron con absoluto sentido de unidad, con un cierto carácter de rusticidad y gracia, como a hurtadillas en el Alla tedesca. Allegro assai y enseguida, la Cavatina. Adagio molto espressivo asumida como lo que es, como una de las páginas más intensamente confidentes y sinceras de la literatura musical romántica. Por eso no fue sorpresa que hicieran de la Gran fuga un ejercicio de inteligencia y rigor matemático al servicio innegociable de la música en la que es la forma musical más importante de la historia.
Así, por lo más alto, concluyó el Ciclo de los cuartetos de Beethoven. Para qué negarlo, fue el evento más importante del Año Beethoven 250 años en el país. Salvo, por supuesto, que la Orquesta Filarmónica haga algo más que las 9 Sinfonías, o que haga de ellas algo verdaderamente grande.
De las 32 Sonatas para piano no se compadeció nadie, tampoco de los Tríos, ni hablar de las Sonatas para violoncelo y piano y menos aún de los Lieder.