"Resucita" órgano de la Catedral | El Nuevo Siglo
Miércoles, 4 de Mayo de 2016

Por Emilio Sanmiguel

Especial para El Nuevo Siglo

LA experiencia de oír el sonido esplendoroso de un gran órgano es algo muy difícil de borrar de la memoria. Especialmente si ocurre al interior de una gran catedral, como Notre Dame de París, o Notre Dame de Chartres. Porque se trata de un instrumento, como ningún otro, ligado totalmente a la arquitectura. Los órganos no son instrumentos que se compran y se instalan en las iglesias, hay que fabricarlos sobre medidas, ese es el arte de los organeros al que luego le dan vida los organistas.

 

Es de los grandes instrumentos el más complejo de todos y su sonido no se puede equiparar sino con la gran orquesta. Sus orígenes se pierden en la mitología con la creación de la flauta del dios Pan. Lo inventó Ctesibio, en Egipto, en el siglo III a.c. Ocupó un lugar importantísimo en el Imperio Romano, aparentemente tenía lugar de honor en el circo, hasta se dice que Nerón fue un buen intérprete.

 

En Bizancio se le asoció a las fiestas de la corte y no fue hasta la edad media, cuando fue introducido a las catedrales por los papas.

 

No hay dos órganos iguales. Porque no hay dos iglesias absolutamente idénticas, cada época ha dejado su impronta en su construcción y cada organero sabe poner su rúbrica en lo que construye. Si a ello se añade que cada cierto tiempo hay que someterlos a procesos de modernización y restauración, pues la variedad  se va al infinito.

 

Aquí en Colombia la tradición de los órganos es exigua y más escasa aún la necesidad de restaurarlos; además, no hay muchos y los pocos que existen, con un par de excepciones, son verdaderas ruinas El estado de postración, para apenas citar un ejemplo, del órgano de San Pedro Claver en Cartagena, da tristeza, y eso que allá ocurre buena parte de los matrimonios de la realeza nacional.

 

Por todo esto hay que celebrar la restauración del órgano de la Catedral Primada de Bogotá, encomendada a Gerhard Grenzing de Barcelona y cuya primera audición ocurrió la noche del pasado 21 de abril.

 

Fue un proceso complicado y no exento de alguna polémica. En este caso me atrevería a asegurar que completamente injustificada. Muchas entidades intervinieron para lograr la restauración del instrumento, construido  a fines del siglo XIX, entre ellas, desde luego la Diócesis, que es su propietaria, y el Ministerio de Cultura, seguramente escandalizados por el monto de los trabajos; que aparentemente se acercó al millón de euros, pero, por Dios, es que en estos asuntos no hay alternativa, los órganos son en sí mismos obras de arte y como tan deben ser intervenidos.

 

Lo cierto del asunto es que la noche del 21 de abril las tres naves de la Catedral Primada volvieron a llenarse con el sonido majestuoso del instrumento, construido en 1890 por Aquilino Amezua, restaurado primero por Oscar Binder a principios de la década del 60 y ahora por los ya mencionados organeros catalanes.

 

Para esta primera audición (me advierte monseñor Juan Miguel Huertas Escallón, inolvidable Mayordomo de Fábrica de la Catedral- que primera audición no debe entenderse como el sinónimo de la gran ceremonia de Inauguración del instrumento, la cual ocurrirá próximamente) vino Pascal Marsault, organista titular de la Iglesia jesuítica de San Ignacio de París, que allá se desempeña en un histórico Cavallé-Coll.

 

Creo que le asiste la razón a Monseñor Huertas. Pues para la noche del 21, aunque hubo alocuciones previas al concierto y una cierta solemnidad, pues estaban presentes personalidades del Clero y de algunas instituciones culturales, el protagonismo no estuvo centrado exclusivamente en el órgano, por la actuación del coro Schola Cantorum, un coro infantil, dirigido por Barbara de Martiis, por cierto, de gran calidad musical.

 

El programa oído se escogió a tono con el timbre del instrumento que lo hace  más idóneo para el repertorio romántico que para el del siglo XVII o principios del XVIII: obras de Mendelssohn, Rheinberg, Brahms, un Mozart y los dos momentos centrales, donde Marsault pudo demostrar su jerarquía de gran instrumentista: la transcripción de Franz Liszt sobre el Coro de los peregrinos de Tanhaüser de Richard Wagner y ya al final del concierto-ceremonia, otra de las grandes piezas de exhibición: la Toccata de la Sinfonía nº 5  de Charles Widor.

 

Queda pendiente, de  momento, la solemne ceremonia oficial de inauguración y lo realmente importante: si en el país no hay tradición de órganos, menos la hay de organistas titulares en las iglesias y la restauración del instrumento justifica abrir ese capítulo en la música colombiana: Por ejemplo, que la Orquesta Sinfónica Nacional, que devenga prácticamente la totalidad de su presupuesto de recursos del Estado, se encargue de llenar esa plaza en la Catedral, pues tocar la Sinfonía nº 3 de Saint-Saëns o el Manfredo de Tchaikowsky no son propiamente lo usual en su repertorio.

Cauda

Salir de intermedio al atrio de la Catedral Primada da verdadero terror: las hordas de indigentes y personajes amenazantes hacen de la experiencia un verdadero momento de pánico… En el interior del recinto se impone, parece ser, que la Gran ceremonia de inauguración no puede programarse sin darle a la Catedral una manito de pintura: la suciedad de las paredes rivaliza con el espectáculo siniestro del atrio.