Así no más, con la discreción de siempre, al final de la tarde del pasado martes, Teresa Macía se despidió de la vida.
Hace unos años su nombre y su imagen eran más que familiares para los colombianos, porque todas las noches a las siete en punto aparecía en el Telediario, que era el noticiero de más éxito y con María Teresa del Castillo formaba parte del dúo de “Las Teresitas de Arturo Abella”.
Sin embargo, tras la imagen de la presentadora, estaba la mujer de carne y hueso, cuya presencia era habitual en la vida musical de Bogotá. Asunto que no sorprendía a quienes la conocían, porque era hija del profesor Luis Macía, que fue quien le enseñó a cantar en su cátedra del Conservatorio a quienes luego hicieron de la lírica una profesión, y de Lucía Gutiérrez Portocarrero que era pianista. De manera que para ella la música no era ninguna novedad sino por el contrario algo tan familiar como el aire que respiraba, o como la rutina diaria de enfrentar la cámara cada noche para dar las noticias.
Cuando la etapa de las noticias y la celebridad televisiva quedó atrás de lleno se vinculó al mundo de la cultura y las comunicaciones, fue la pionera de la transmisión por televisión de las óperas que se hacían en Teatro Colón y se inventó una estrategia de mezcla de narración y libretos para, como decía ella misma, “hacerla menos agobiante y más accesible a los espectadores” que tuvo mucho éxito.
Fue por esa época, empezando los años ochenta, que la conocí y, día a día y poco a poco construimos una amistad entrañable y enriquecedora, porque su personalidad era tan positiva y tan cálida que resultaba cautivadora y carismática.
La Teresa que conocimos sus innumerables amigos era inteligente, alegre, divertida y las cosas que decía, con su voz tan hermosa, bien timbrada y contundente, había que oírlas con detenimiento, así uno no estuviera de acuerdo; porque eran el producto de su inmensa cultura y de su admirable capacidad de hacerle la disección a los hechos.
Todavía recuerdo con exactitud esa noche, vísperas de elecciones, cuando nos dijo por quién pensaba votar, “Por Dios, Teresa” la increpamos quienes habíamos tomado partido por el otro aspirante, ella con esa pasmosa seguridad que la caracterizaba nos respondió: “Es que de los candidatos es el único con el que me saludo de beso”: suena a frivolidad, pero no era así, fue su manera de decirnos que efectivamente lo conocía y que por lo mismo pensaba que era un buen sujeto y que en buena medida tenía la certeza de su honestidad y buenas intenciones.
Teresa fue multifacética y el abanico de sus intereses era una especie de inmenso salón lleno de puertas que ella estaba siempre dispuesta a traspasar llegado el momento. Por encima de todo adoraba la ópera, que era una especie de extensión del mundo más íntimo de sus afectos, porque en el canto encontró la prolongación de la admiración, afecto y el respeto que profesaba por su padre, porque con absoluta certeza y objetividad entendía y se enorgullecía, aunque por pudor no lo dijera, de que si en Colombia había una escuela de canto, Luis Macía su papá había sido el pionero.
Traspasó también la puerta de la cocina para aprender la alquimia gastronómica: “Eso no tiene porqué ser complicado, nos dijo con la tranquilidad contundente de sus opiniones,si la receta es sencilla no hay sino que seguir las instrucciones y ya”, en realidad no fue la vanidad de elaborar platos que despertaran la admiración de los comensales sino que descubrió un nuevo camino y una nueva excusa para encontrarse con sus amigos.
También, de una manera muy original, traspasó la puerta de los viajes. Con Max Rueda, que fue su compañero de toda la vida, descubrieron un día que viajar era un placer que se extendía más allá del viaje mismo que empezaba el mismo día que se confesaban lo que querían descubrir. Una vez se recorrieron toda Escocia, hace un par de años se fueron al norte de Europa tras las huellas de un festival de ópera en Finlandia, y otra fue con Alemania y Múnich como epicentro, para desandar con Max los pasos de sus años de estudiante.
Hace año y medio se fueron a España, para recorrerla con sus íntimos amigos Manuel Julián y Rosalina Mancini. En Madrid aparecieron los primeros nubarrones, Teresa los pasó por alto y se bajaron al sur; ya en Granada las cosas resultaron insostenibles y el médico sugirió ponerle fin al periplo. De regreso en Bogotá las noticias no fueron alentadoras, Teresa las aceptó con tranquilidad y tomó, creo, la decisión de vivir el último acto con una resignación sin dramatismos, luchó hasta donde se lo permitió la sensatez, con tranquilidad se permitió cursar las asignaturas que tenía pendientes con la vida y se fue la tarde del martes.
Buena hija, buena hermana, amiga entrañable y trabajadora tenaz, pudo darse el lujo de vivir a su manera el mundo de los afectos y se fue con la discreción que era su rúbrica. El vacío que deja tras su partida resulta imposible de llenar.