EL ‘JAZZMAN’ y su único espectador están frente a frente en una sala parisina, a cinco metros de distancia. Tras un breve intercambio verbal, el sonido del saxofón irrumpe como una liberación, después de meses sin música en directo por la emergencia generada por el Covid-19.
Desde el 2 de junio, la sala de jazz La Gare, ubicada en el nordeste de París, organiza cada noche un centenar de “recitales en solo para espectadores solos”, de unos cinco minutos, “entre un artista que sufre porque no da desde hace dos meses y un espectador que no recibe”, explica Julien De Casabianca, cofundador del lugar en 2017.
Primero, hay que inscribirse y esperar, mientras se anuncian sucesivamente los nombres en la lista.
Llegado el momento, la puerta se cierra detrás del espectador, que se encuentra en una sala de múltiples arcadas, a oscuras, salvo por la luz de dos lámparas al fondo. Una alfombra y dos ramos de flores blancas, que confieren un ambiente intimista.
“Hola, ¿cómo te llamas?”, pregunta el músico. El melómano, sentado en una silla, se presenta y el concierto empieza.
Durante la experiencia, algunos espectadores sonríen, embelesados. Otros observan con atención, concentrados. Algunos miran a su pareja, a su amigo o a un miembro de su familia, puesto que ambos forman “una sola entidad” y pueden asistir juntos al concierto.
“La gente viene a liberarse, a abrir sus corazones. En este tipo de configuración, no hay ninguna separación entre tú y el público”, explica el saxofonista Benoît Crauste, uno de los dos músicos en cartel este miércoles por la noche en La Gare.
“Cuando tocas solo, eres mucho más libre. Vas adonde quieres ir”, agrega Crauste, saboreando esta vuelta al escenario tras interrumpir su actividad durante la pandemia.
“Volver a tocar, para mí es una liberación”, asegura el otro músico de la velada, el saxofonista Gaël Horellou. “Según el humor de la gente, me dan ganas de tocar una cosa u otra”.
A la salida, los espectadores están maravillados. En la gran terraza de esta antigua estación de tren salen a tomar el aire, con una cerveza en la mano.
“Nos estaba mirando y creo que lo que tocó fue solo para nosotros. Es como un chef que prepara un plato solo para ti”, afirma Alizée Jarycki, de 30 años, que asistió al concierto junto a su compañero.
Thomas Gien se va directamente tras el miniconcierto, con los ojos todavía brillantes por la emoción. “Me acostaré lleno de alegría”.
Para los dos responsables de la sala, organizar recitales “normales” con las reglas de distanciamiento no tiene sentido. “Con 50 personas en una gran sala, sales de ahí pensando que el concierto fue un fracaso. Con un concierto en solo, te vas con un recuerdo para toda la vida”, según uno de ellos, Yacine Abdeltif.
“En términos económicos, por ahora es una catástrofe”, admite su socio Julien De Casabianca. Sin embargo, se congratula del resultado artístico.
“Hay una radicalidad en el hecho de decir que no volveremos a hacer conciertos si no hay una intensidad en la comunión”, asegura.
A razón de un centenar de microconciertos por noche, La Gare planea acoger 3.000 este mes.