A pesar de haber sido vigilado y considerado como sospechoso durante décadas por la policía francesa, Pablo Picasso nunca dejó de desplegar su genio, y ese ámbito poco conocido de la vida del artista es el que presenta el Museo de la historia de la Inmigración de París.
El malagueño llegó a París a los 19 años, cuando Francia apenas salía del asunto Dreyfus. No hablaba francés y estuvo alojado en una situación muy precaria por sus únicos amigos, los catalanes. Esto le valió ser vigilado y etiquetado, erróneamente y durante décadas, de anarquista catalán y comunista.
Fue “tratado por la policía como el equivalente actual de un expediente S” (persona vigilada, que aparece en los sumarios de la inteligencia francesa), escriben los autores del catálogo de la exposición.
A pesar de ello y de no haber logrado obtener la nacionalidad francesa, se quedó por más de 70 años en este país, en el que navegó entre la efervescencia artística y las guerras asesinas.
Formó parte del germen de una gran revolución cultural, al mismo tiempo que fue denigrado como vanguardista. Fue importunado y humillado por “el único delito de ser extranjero”, dijo a la AFP la historiadora Annie Cohen-Solal y comisaria de la muestra, que se abrió este jueves.
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Esta exposición comenzó como una investigación de Cohen-Solal, que más tarde se convirtió en el libro “Un extranjero llamado Picasso”, ganador del premio Fémina de ensayo 2021, y que pretende mostrar el alcance universal de la experiencia de Picasso.
Furor creativo
La exhibición escudriña los archivos, el expediente policial de Picasso, transportado de París a Berlín antes de regresar a Francia, vía Moscú, y su persecución por parte de los “informantes” de la comisaría de policía en los bares de Montmartre.
Nunca fue encarcelado, a pesar de que cada dos años tuvo que dejar en la comisaría sus huellas dactilares.
El recorrido de la exposición es un viaje a un aspecto desconocido de la vida de Picasso, que tuvo “como único país, su taller, y por nacionalidad, sólo su obra”, dice Cohen-Solal.
Incluye pinturas, esculturas, dibujos, fotos, documentos y archivos raros, entre los que se cuentan cartas de su madre, María Picasso y López, que revelan la evolución de su obra, en resonancia con los excluidos de la sociedad, y sus lazos de amistad con los poetas Max Jacob y Guillaume Apollinaire, así como la admiración que profesaba por el escritor austriaco Rainer María Rilke.
Es posible descubrir cómo, habitado por una mezcla de angustia y furor creativo, Picasso despliega “una infinidad de obstinadas estrategias evasivas, con una cierta inteligencia política, con el único objetivo de seguir creando”.
Gracias al apoyo de su red de amigos, artistas, mercaderes de arte, coleccionistas, en su mayoría expatriados, logró ganarse la vida con su arte desde 1908.
Adquirió notoriedad y riqueza en muchos países occidentales: antes de la Primera Guerra Mundial en los imperios austrohúngaro, alemán y ruso, en Suiza y, desde el periodo de entreguerras, en Estados Unidos.
Pero, al ser extranjero y estar vigilado, es ignorado y despreciado en Francia. Pocos críticos elogian su trabajo. Los museos, de un academicismo aplastante, no mostraron ningún interés por él y no encontró compradores, aparte de coleccionistas expatriados como la pareja Leo y Gertrude Stein.
De hecho, fue solamente en 1947 cuando entró en las colecciones públicas francesas.
Secuestro de obras
En 1914, el estado francés incauta unas 700 obras de su periodo cubista, que albergaba su amigo y mercader de arte Daniel-Henry Kahnweiler, y que fueron dispersadas en una serie de subastas, por lo que desaparecen durante casi 10 años.
En 1937, comprometido con los republicanos españoles, crea “Guernica”, en el que denuncia todos los abusos del fascismo, lo que le valió fama artística y política internacional.
Pero cuando pidió, por temor a ser expulsado, la nacionalidad francesa en 1940, se le negó. “Fue un oscuro funcionario de ventanilla, petainista y pintor dominical, quien entierra su solicitud”, dice Cohen-Solal.
La última parte de la exposición evoca su instalación en el sur de Francia, a partir de la década de 1950. Más tarde, rechazó todos los honores, incluida la Legión de Honor en 1966.