Nueva York, El Dorado de los más prometedores talentos de la moda y a la vez cementerio de muchas expectativas, es para muchos jóvenes diseñadores una paradoja, donde solo los mejor preparados pueden aspirar a brillar algún día.
Cada año, cientos de creadores de moda lanzan su carrera o intentan hacerlo, con la esperanza de convertirse en los próximos Alexander Wang, Joseph Altuzarra o Jason Wu, todos encumbradas estrellas con poco más de 30 años.
Este fenómeno se ha acelerado recientemente con lo que los expertos llaman un "renacimiento" de la industria de la vestimenta local, muy pujante durante años hasta verse diezmada como el resto del sector a fines del siglo pasado.
Para un joven diseñador, "Nueva York es donde hay que estar, por una enorme visibilidad y un máximo de oportunidades", explica Jonathan Bowles, del Center for an Urban Future, un grupo de reflexión neoyorquino dedicado al desarrollo de la economía local.
Además de escuelas de renombre, como el Fashion Institute of Technology (FIT) o la Parsons School, una fuerte tradición textil, la presencia de marcas internacionales y una Semana de la Moda emblemática, el dinamismo empresarial hace de Nueva York un trampolín prometedor.
Pero para los aspirantes diseñadores que trabajan aún en otras áreas o en otros oficios de la moda, en las finanzas o tratando de crear su propia marca, este universo es despiadado.
"La ciudad de Nueva York es una paradoja. Es al mismo tiempo un ambiente difícil de acceder" pero también un ámbito extremadamente estimulante, "con una concentración increíble de talentos que manda a un segundo plano a todas las ciudades del mundo en comparación", resume Adam Friedman, del Pratt Center for Community Development.
Para hacerse un nombre hay que estar preparado
"Hay que tener un producto excepcional, algo que el mercado aún no sabe que le interesa y de calidad superior", explica Caroline Fuss, una australiana de 26 años originaria de Zimbabue, que trabajó con la firma Proenza Schouler antes de fundar Harare, su marca de prêt-à-porter.
Para Fuss, la búsqueda de la excelencia pasa por la "calidad extraordinaria" de sus tejidos. Fascinada por la tradición textil guatemalteca, Fuss decidió confiar la confección de una parte de sus materiales a comunidades de ese país antes de enviarlas hacia talleres de la calle 39, en el Garment District, un emblemático barrio neoyorquino para la industria de la vestimenta.
"Nosotros contamos con extraordinarios costureros que trabajan también para Thakoon, The Row y Sophie Theallet", todas marcas de renombre.
Tecnología de vanguardia, "un sentido ético" fuerte y "el cuidado del desarrollo sostenible" son valores percibidos como una ventaja.
"Nosotros tenemos una pequeña ventaja porque utilizamos tecnologías muy avanzadas" como la técnica del "wholegarment", que teje un vestido de una sola vez, sin cortes ni costuras ni derroches de lana, y un programa de diseño 3D, explica Lindsay Mann, directora artística de Kotoba, una línea lanzada en Estados Unidos en 2012 por Shima Seiki, un grupo japonés de punta en tejidos.
Además, "todo lo nuestro es 100% hecho en Estados Unidos, en Nueva Jersey, a 45 minutos de Manhattan", destaca la joven de 29 años, al esgrimir un argumento de peso tanto para los consumidores -ávidos de conocer el origen de las prendas tras las reiteradas tragedias de trabajadores textiles, especialmente en Bangladesh- como para los minoristas.
"Nos gusta que tengan sede en Nueva York, desde un punto de vista práctico pero también porque queremos participar en la economía local y la renovación" de la industria textil en la región, subraya Ivan Gilkes, copropietario del showroom Aikaz en el West Village.
Para todos, lo "Made in NYC" es una etiqueta fuerte en una industria en plena evolución, que algunos saben utilizar mejor que otros.
"La moda está concebida para que la gente se sienta bien", y eso exige "conocer la historia de la vestimenta", afirma Bob Bland, creador del semillero de empresas Manufacture New York y de la plataforma de desfiles Launch NYC.