Mirada a obras primitivistas | El Nuevo Siglo
Sábado, 21 de Mayo de 2016

EL PÚBLICO capitalino tiene la oportunidad de apreciar las obras de nueve artistas primitivos hasta el 22 de agosto, en la Biblioteca Luis Ángel Arango, en la exposición Pintores primitivistas de la Colección de Arte del Banco de la República, con la curaduría de la historiadora Sigrid Castañeda.

 

Castañeda recoge el trabajo de nueve pintores primitivistas colombianos que se destacaron durante la segunda mitad del siglo XX; artistas tildados de “ingenuos”, que con autenticidad y sencillez supieron plasmar su manera particular de ver el mundo.

 

Arte sin pretensiones

 

El término primitivo en el arte tomo fuerza en París a principios del siglo XX, un adjetivo con el que se denominó a un grupo de artistas que no contaban con estudios académicos y que, con autenticidad, colores planos, formas simples, poca técnica y mucha sensibilidad, plasmaron en sus obras temas cotidianos. Aunque los especialistas del arte prefirieron el termino francés naïf (ingenuo) para referirse a ellos, lo cierto es que ambas palabras aluden a lo “natural”, “inexperto”, “crédulo” y “simple” que caracteriza la estética de estas obras, y que son al mismo tiempo características emocionales que corresponden plenamente al espíritu de esos pintores.



En Colombia el movimiento primitivista tuvo su época de esplendor entre las décadas de 1960 y 1980; sin embargo se reconocen referentes de periodos anteriores, por ejemplo los imagineros religiosos, pintores y artesanos de la Colonia y el siglo XIX, que sin formación pero con talento, reprodujeron a su manera las láminas y las estampas de los santos de mayor devoción que llegaron desde Europa. “A pedido de la devota clientela de la época realizaron pinturas de santos “mal copiadas” y tallas populares en madera que no cumplían con los modelos de proporción y que circulaban y tenían gran demanda en el territorio que hoy es Colombia”, explica la curadora.



Los artistas que hacen parte de esta exposición son en sí mismos personajes dignos de admiración que parecen extraídos de una historia de ficción. Por ejemplo: María Villa (1909 – 1991) una mujer antioqueña que trabajó como empleada doméstica y boticaria, quien tras enamorarse de un pintor 32 años más joven que ella, empezó a dibujar retratos e imágenes religiosas; Marco Tulio Villalobos (1910-1990) , un reconocido futbolista que ocupó la posición de arquero en el América de Cali por muchos años, y que “buscándose la vida” terminó por convertirse en pintor cuando ya llegaba a los 60 años; o quizá el más reconocido de todos Noé León, un santandereano viajero que después de ser policía, zapatero, pintor de brocha gorda y vendedor ambulante, terminó pintando paisajes y escenas del Caribe que, para su buena fortuna, impresionaron al artista Alejando Obregón y a todos los intelectuales que se reunían en el bar La Cueva de Barranquilla.

 

 

“Lo que se observa es el carácter individual del artista en cada pintura, su historia personal y su desarrollo autónomo e independiente con respecto a los otros artistas inscritos en este movimiento”, comenta Castañeda.