Por Emilio Sanmiguel
Especial para El Nuevo Siglo
Missi es María Isabel Murillo, eso todo el mundo lo sabe. Porque con una constancia admirable, poco a poco y año tras año ha ido consolidando el prestigio de su compañía Missi Producciones y el respeto del estamento cultural en Bogotá.
Lo más importante del asunto es que consiguió con el tiempo tomarle el pulso al complicado público de Bogotá hasta conseguir la realización de espectáculos que llenan los teatros donde trabaja. Ella sabe perfectamente que todo la faena que haga con los intérpretes se puede arruinar si la producción no cumple con los estándares internacionales, justamente por el tipo de público al que están destinados sus espectáculos: vestuario, luces, coreografía, decorados, precisión son apenas parte de ello.
Aladdin, que es por supuesto Aladino, el de la lámpara maravillosa es la obra que por estos días llena el aforo del teatro de Colsubsidio Roberto Arias Pérez y baja el telón en medio de una salva de aplausos que es la manera como el público le dice “gracias, ¡me gustó!”.
Y no es una faena fácil. Porque fundamentalmente le apuesta al más difícil de todos los públicos, y sé exactamente de qué estoy hablando, el infantil. Pues el musical de Alan Menken, con letra de Howard Ashman y Tim Rice y textos adicionales de Chad Beguelin, con intermedio incluido, tiene casi dos horas de duración, lo que dura una ópera, de las cortas, y no es fácil atrapar la atención de los niños a lo largo de un lapso tan extenso.
Lo consigue. Y de paso también logra atrapar al público adulto, justamente por eso que decía, porque la producción es impecable y cumple con los estándares internacionales. Al fin y al cabo siempre es grato disfrutar de una puesta en escena que llene las expectativas y hasta las sobrepase.
Una vez más tiene la dirección y coreografía de Rob Barron, que conoce con precisión las fortalezas de su compañía y ha sido uno de los puntales del prestigio de sus trabajos. Además, y esto es importante, salpica el elenco con figuras que provienen de sus huestes y son figuras de sobra reconocidas, como Sebastián Martínez que se encarga del rol protagonista de Aladino, María José Camacho que es la princesa Jazmín y Felipe Salazar que se encarga del más complicado de los personajes: el genio de la lámpara.
El momento cumbre
Desde el arribo a la sala, antes de que bajen las luces, la gran expectativa está centrada en el juego de rieles descolgados del cielo raso del auditorio. Es obvio para el público adulto que se trata del andamiaje encargado de permitir el vuelo de la alfombra mágica, pero no tan evidente la manera cómo funciona; a los niños ese andamiaje no los inquieta y por eso, cuando a la altura del segundo acto la alfombra empieza a volar lo pueden disfrutar como si de un auténtico embrujo se tratara.
Técnicamente hablando es el momento cumbre de la puesta en escena, porque hay que ser de piedra para no conmoverse con Aladino y la princesa suspendidos en la oscuridad del auditorio, pasándole por las narices a los asistentes de los balcones y sobre las cabezas de quienes están en la luneta.
La música
La partitura de Alan Menken es lo suficientemente melodiosa, pero también lo suficientemente sencilla como para permitirle al público la comprensión de los textos. Sebastián Martínez llega con la experiencia de hace unos años en Cabaret en el Teatro Nacional; el tiempo no ha pasado en vano y se muestra bastante cómodo y fluido. También María José Camacho y sobretodo Felipe Salazar.
Pero sobre quien recae la mayor de las responsabilidades es sobre el director Ricardo Jaramillo, al frente de la orquesta en el foso y articulando el desempeño vocal y musical del elenco: lo consigue y con creces.
Créditos de la producción
La puesta tiene una serie de personajes que es de justicia no pasar por alto: el diseño de la escenografía, que funciona y es de impecable gusto lo firma Julián Hoyos. El vestuario de Juliana Reyes es todo un logro, particularmente porque logró conjugar ese esa fastuosidad que se espera de algo que recuerda Las mil y una noches, pero sin caer en excesos. El sonido de Alejandro Zambrano funciona perfectamente y también las luces de Humberto Hernández. Un logro y un triunfo que, repito, no es gratuito. Es el fruto de años de experiencia de María Isabel Murillo y, como decía, de estar en sintonía con las expectativas del público.
Cauda
Imagino que hay asuntos que deben estar determinados por las normas de los derechos de autor del espectáculo. Sin embargo, no puedo dejar de preguntarme: ¿es absolutamente necesario que Sebastián Martínez tenga qué usar semejante peluca?