En la tranquilidad de un salón, en los altos de uno de los más tradicionales edificios que dan sobre la Avenida La Playa de Medellín, un martes de cada mes, al filo de las ocho de la noche, se reúne un grupo de melómanos para disfrutar la que es la más íntima de todas las expresiones del arte de los sonidos: la música de cámara.
Teresa Gómez, de todos los pianistas de Colombia la más querida del público, tomó la decisión de organizar esos encuentros hace ya un par de años, cuando se encontró, cara a cara, con esa realidad, que no es de Medellín sino de todo el país, que ese repertorio, raras veces, rarísimas, se hace en su medio natural, es decir, en la intimidad, no en la vastedad impersonal, a veces, de una sala de conciertos.
Cuando tomó esa decisión, Teresa contó con la complicidad de Adriana Moreno, la mayor de sus hijas. Entonces resolvieron que había que hacerlo bien, con el mayor nivel de profesionalismo, no sólo musical, que la intimidad no fuera una excusa. La organización del evento es impecable, los programas de mano que se entregan a los asistentes nada tendrían que envidiarle a los de cualquier sala de conciertos del país y el encuentro se inicia exactamente a la hora anunciada.
Los espectadores poco a poco van llenando el salón, desde cuyos ventanales se ven las luces de esos barrios que en Medellín han ido escalando las montañas a lo largo de los años, es evidente que a lo largo de este par de años se ha ido tejiendo sutiles relaciones entre quienes llenan el salón, hay mucho de camaradería entre ellos.
No ha existido la publicidad o cosa por el estilo, se trata casi de un grupo de iniciados que un martes de cada mes se dan cita en el salón de luces tenues, presidido por dos enormes pianos de cola, hay cuadros en las paredes que le dan al lugar un toque de informal colorido.
A lo largo de este par de años de Martes de Cámara con Teresita, han desfilado toda suerte de artistas, entre ellos, algunos de los más connotados de país, porque, al igual que ese público de iniciados, los artistas también entendido que eso que ocurre en la intimidad del salón sobre La Playa es evidentemente importante, es Música de Cámara, en su más pura esencia. Al fin y al cabo, a diferencia de otras expresiones, esta nace de la necesidad de los compositores y de los intérpretes, de crear algo que es para para su propio e íntimo deleite, sólo que, le permiten a los oyentes participar de esa experiencia que es tan personal.
La noche del pasado martes, 4 de septiembre, el programa fue particularmente inusual, porque se trató de la presentación del Dúo de Cámara que han resuelto conformar la violinista Ana María Trujillo y Teresa interpretando compositores colombianos.
Ana María Trujillo es maestra de violín del Conservatorio de la Universidad de Antioquia, a pesar de su juventud ha sido miembro de las Orquestas, Filarmónica de Bogotá, Filarmónica de Antioquia, Sinfónica de Eafit y Sinfónica de Memphis en los Estados Unidos.
Teresa, iba a decir que no necesita presentación, pero eso no es verdad, su extensa carrera la ha llevado a presentarse, con absoluto éxito en todas las salas de concierto del país y muchas de Europa, América latina y los Estados Unidos, pero para lo que interesa en el caso de este recital, ella fue la pionera en el proceso de llevar los compositores colombianos a las salas de concierto. Antes suyo, eso de incluir obras de Luis A. Calvo, Adolfo Mejía o Gonzalo Vidal en los programas, al lado de Sonatas de Mozart, Haydn o Beethoven, era inconcebible; ella lo hizo y gracias a lo que entonces fue una audacia, hoy en día tocar la música de nuestros grandes compositores está en los programas de todos los pianistas nacionales y hasta de algunos de exterior.
El programa fue una especie de antología, un recorrido por algunas de las más importantes composiciones para dúo de violín y piano de compositores nacionales, como dije. Abrieron con Íntima del payanés, antioqueño de adopción, Gonzalo Vidal; enseguida, también de Vidal, Sweet Recreation. Continuaron con la Romanza del compositor caleño Santiago Velasco y Réverie del bogotano Carlos Umaña. Lopeziana del cartagenero, aunque en realidad nacido en Sincé, Sucre, Adolfo Mejía, para continuar con dos composiciones del caleño Antonio María Valencia, Canción de cuna y Danza colombiana Nº1. De Mauricio Cristancho tocaron Andinense Nº1 y cerraron la noche con el Pasillo en Sol mayor del bogotano Alejandro Tobar.
De sobra está decir que la interpretación fue absolutamente impecable y que evidentemente se transmitía la compenetración entre Teresa y Ana María, la intimidad del recinto y su atmósfera misma permitieron un legítimo despliegue de sonoridad en el mejor sentido de la palabra y, sobre todo lo que no se podía eludir, el estilo, que en algunas de las obras tiene verdaderas exigencias, por ejemplo, en el manejo de los ritmos complejos, como en la Lopeziana de Mejía o el original Pasillo de Tobar.
Y al final, lo que marca la diferencia con otros conciertos, una copa de vino para departir entre los asistentes, entre los amigos, para llevar a la experiencia a otro nivel, para hacer realidad eso de lo cual han hablado tantos escritores y poetas: después de la música, uno de los placeres más grandes que existen es hablar de ella.
Una experiencia estética, no tan frecuente en los tiempos que corren, olvidarse del celular, de las cosas cotidianas para compartir con los intérpretes el milagro de la Música de cámara.