Por Emilio Sanmiguel
Especial para El Nuevo Siglo
Pocos eventos han despertado tanta expectación como el recital del pianista chino Lang Lang la noche del sábado último en el teatro Santo Domingo.
Como pocas veces ocurre en Bogotá, la atmósfera del corredor que funge de foyer y de cafetería estaba cargada de electricidad; estaban los aficionados, los infaltables “jet seteros criollos”, los industriales, los lagartos, brillaban por su ausencia los políticos, en fin, el “tout Bogotá”. Porque el evento era de cinco estrellas, musicales y sociales, conceptos que ahora se confunden.
El teatro obviamente lleno, porque la boletería se agotó no bien salió a la venta. Casi todos llegaron a tiempo, aunque a una protagonista del “alto mundo” se le atrasó el reloj y resolvió, tercamente, entre la primera y la segunda sonatas de Mozart, instalarse con su acompañante en su localidad, ubicada preciso al centro de una de las primeras filas de la luneta, la procesión duró una eternidad, el malestar fue total y Lang Lang, una de las grandes estrellas del mundo artístico internacional, tuvo que aguardar, estupefacto, a que la señora de marras y su acompañante, se acomodaran en sus sillas.
De manera que el programa y el artista muy internacionales, y la concurrencia de lo mejorcito que da la tierra pero, el comportamiento de algunos, más apropiado para una feria que para uno de los eventos más esperados del año musical.
Y tarjeta roja para el teatro, que es el gran alcahueta de estos comportamientos. Años le tomó a Jaime Duarte French educar al público de la hoy agonizante sala de conciertos de la Luis Ángel Arango para llegar con puntualidad y prohibir el ingreso una vez iniciado el espectáculo; pero vamos como el cangrejo, porque en todas, en absolutamente todas las salas de concierto y teatros de Bogotá el ingreso de público luego de iniciada la función, no es la excepción sino la regla. ¿Hasta cuándo? ¿Hasta que un artista se pare y se regrese al camerino? Y no hablo de los celulares, que interrumpieron el recital en un par de oportunidades, para evitar la cantaleta…
Porque el objeto de esta reseña es el inolvidable recital de Lang Lang en el Teatro Mayor, con un programa de esos que revelan coraje musical. Porque uno de los más grandes virtuosos del mundo, para su debut en Bogotá, optó por un programa riesgoso: tres Sonatas de Mozart en la primera parte, las 4 Baladas de Chopin en la segunda y para la tercera, la de los encores, un Nocturno de Chopin, el en La mayor op 15 nº 1 y para salir por la puerta grande y salirse con la suya, un Estudio de concierto de Liszt, La campanella.
Así, pues, hubo para todos los gustos y Lang Lang se reveló en su primera presentación bogotana, quiera el Altísimo que no vaya a ser la última, como un pianista de calibre aunque eso ya de sobra se sabía; como un artista carismático, que también se sabía de antemano; pero también como un músico capaz de sumergirse en las más hondas profundidades de la expresión.
Porque, sí, hubo para todos los gustos. Los que admiran el virtuosismo, ¿quién no?, deliraron con su estratosférica versión de La campanella, los admiradores del pianismo de alto bordo supieron apreciar su extraordinaria versión de las Baladas. Quienes piensan que el piano es el mejor vehículo para el lirismo instrumental recibieron su parte en la preciosa versión del Nocturno de Chopin. Y los estilistas, los que admiran el respeto por el buen hacer al momento de abordar el repertorio del pasado, debieron sentirse a sus anchas con la cuidadosa y cristalina interpretación de las Sonatas en sol mayor y mi bemol mayor, escritas en el verano de 1774 en Salzburgo, cuando Mozart se preparaba para ir a Munich al estreno de la finta giardiniera: piano galante.
Pero no me cabe duda, el momento cumbre ocurrió con su versión de la Sonata en la menor de Mozart, de todas las obras del recital la más compleja de abordar, porque es música de su tiempo y a la vez un manifiesto de rebeldía; Mozart la escribió en París en 1778, aparentemente tres días después de la muerte de su madre Anna María, estaba solo e indefenso en un mundo hostil y era tan incapaz de expresar sus sentimientos que ni siquiera se atrevió a revelarle la tragedia a su padre que estaba en Salzburgo, de paso andaba enamorado locamente de Aloysia von Weber, en contra de toda su familia y sin un centavo en la bolsa: toda esa tragedia interiorizada explota en la en la sonata en la menor, que es uno de los actos de rebeldía y catarsis musical más grandes de la historia, porque su angustia, su rabia y su enamoramiento están ahí, contenidos en los moldes de un clasicismo tan complejo que a veces ni siquiera se sabe si el primer movimiento está, o no, en Forma sonata; y Lang Lang la recorrió magistralmente, como en una especie de ritual personal muy íntimo, sin excederse ni por un momento, pero llenando la música con esa horda de sentimientos que son la rúbrica de esta partitura.
En lo exterior Lang Lang es un pianista con un extraordinario dominio técnico (algo relativamente común en los tiempos que corren), ha logrado ampliar su paleta sonora a pianissimos casi inaudibles y a Fortissimos telúricos, su sonido es asombrosamente limpio, con los pedales es un maestro y de paso el público lo adora desde el momento que pisa el escenario.