La primera noche tuvo un sueño pesado. Sintió que muchas personas caminaban a su alrededor mientras dormía en la ranchería, como se denomina el conjunto de viviendas un clan familiar wayúu. En la ciudad habría pensado que era una simple pesadilla y la habría olvidado en un par de horas, pero estaba en la Guajira, donde la línea entre lo real y lo onírico es difusa.
Al otro día, César Alejandro Jaimes se despertó y les preguntó a los indígenas acerca de su sueño. Ellos le dijeron que eran espíritus que habían venido a ver a las personas recién llegadas a la ranchería: “Allá es muy frecuente despertarse y contarse los sueños por la mañana. Lo que uno sueña tiene una relación directa con el mundo material y cotidiano”, asegura Juan Pablo Polanco, quien junto con César dirigió la película Lapü.
“Lapü” significa “sueño” en wayuunaiki, el idioma de los wayúu, y precisamente narra una historia que se mueve en la liminalidad del mundo material y onírico. Doris, una joven wayúu, sueña con su prima muerta. Su abuela interpreta el sueño como un llamado para que ella y su prima se acerquen de manera espiritual por medio de un ritual llamado segundo entierro, que consiste en exhumar los restos del difunto y trasladarlos a otro lugar.
La producción audiovisual también se mueve entre esa línea difusa entre documental y ficción, incluso hay una escena entre Doris y su prima muerta. “Cuando le explicamos a Carmen, la hermana de Doris, quien hace de la difunta, dijo «bueno, listo, yo puedo imaginarme que soy María Úrsula y me encuentro con Doris en un sueño». Fue muy natural para ellas enfrentarse a eso. Improvisaron esa secuencia de diálogo como un juego de imaginación. Doris estaba convencida de que estaba hablando con su prima, no estaba actuando para la película”, cuenta Juan Pablo.
En la cinta no explican lo que sucede y por eso el espectador atraviesa el mismo desarrollo que el de la protagonista: inicia en el sueño, pasa por la exhumación, y termina en el baño realizado por una médica tradicional wayúu llamada “outsu” por los indígenas y “piachi” por los “alijunas”, como denominan a los personas que no pertenecen a la etnia wayúu.
La película está editada en una imagen cuadrada que le da protagonismo al silencio. Tiene un ritmo pausado con planos cerrados y obliga al espectador a prestar mucha atención a otros elementos que no aparecen en la pantalla. “En la Guajira el silencio hace parte de las conversaciones, cuando estás hablando con alguien y de repente llega una brisa fuerte, hay que hacer silencio durante un rato; a veces dudas si la conversación se acabó. Luego pasa la brisa y uno sigue hablando, como si nada”, recuerda Juan Pablo.
La película se estrenó a nivel mundial en el Festival de Cine de Sundance y la Berlinale. Sin embargo, la primera vez que la proyectaron fue frente a la comunidad wayúu en la casa de Doris González Jusayú, la protagonista, con un proyector y una tela blanca. Hicieron una comida y mientras se proyectaba la película, todos comentaban lo que ocurría en la pantalla: “Se sentía como si estuviéramos viendo un álbum familiar”, evoca Juan Pablo.
El largometraje ha estado en más de 25 festivales internacionales. Ganó los premios a mejor director y mejor cinematografía en los Worldwide Cinema Frames studios/films en Boston, EEUU y fue nominado a mejor documental en el Festival de Cine de Cartagena FICCI y en el Sundance Festival. También obtuvo menciones especiales en DocumentaMadrid, DocsBarcelona y DOKer de Moscú, el Festival DMZ de Corea del Sur, entre otros.
Lapü se estrenó en Colombia este jueves, curiosamente el mismo día en que se celebra el día de muertos y de difuntos en varias partes de Latinoamérica. Para Juan Pablo “es una oportunidad muy linda de relacionarse con la muerte de una manera poco familiar, pues se resignifican las emociones frente a los procesos de pérdida que uno ha vivido”.