Por Emilio Sanmiguel
Especial para El Nuevo Siglo
La puesta en escena de la opereta vienesa es sinónimo de lujo y esplendor, y La viuda alegre de Franz Lehár no es, desde luego, la excepción.
Es el platillo musical de la mañana de hoy. Retransmisión desde la Metropolitan opera House de Nueva de la obra maestra de Lehàr en las salas de cine del Andino, Unicentro, Avenida Chile, Calle 100 y Gran Estación, donde el sonido tiene mejor calidad.
La producción de Susan Strotman está en esa línea de escenografía y vestuario marcado por la opulencia y suntuosidad que eran la característica de la Viena del final de la época de los Habsburgos, es decir, el final del gran imperio austro-húngaro en víspera de la Gran Guerra.
Los protagonistas
Para la afición internacional es, desde luego, una garantía la presencia de la norteamericana Renée Fleming asumiendo el rol protagónico de la viuda Glawari, porque tiene la voz idónea para ello: timbre de soprano spinto, con poder y autoridad vocal, agudos bien timbrados y seguros, un centro poderoso, graves profundos y aterciopelados. Al fin y al cabo las grandes Mariscalas y Arabellas de Strauss (Richard), son grandes Rosalindes del Murciélago straussiano (pero de Johann II) y grandes Viudas alegres. Fleming es Mariscala, Arabella, Rosalinde y Hanna Glawari, desde luego.
No menos garantía es la presencia del norteamericano Nathan Gunn que será encargado de enfrentar al Conde Danilo Danilowitsch, el antiguo enamorado de la Glawari, cuando está no era, ni rica, ni viuda. Porque tiene el prestigio (especialmente ante el público de la casa) que le permite estar cómodo y a la altura de Fleming y gran voz; está en la gran línea sucesorial de los grandes barítonos de los Estados Unidos y, sobretodo, sobretodo, es un reconocido actor. Opereta sin grandes actores es inconcebible.
Kelli O’Hara será la encargada de cantar la parte de Valenciènne, la mujer del embajador pontevedrino en París, a quien Lehár reserva uno de los grandes momentos, el gran dúo del Pavillon en el acto segundo, al lado de Camille de Rossillon, que en la mañana de hoy está encarnado por el tenor Alek Shareder.
La orquesta, el ballet y el coro, son obviamente los de la casa. La dirección musical es de Andrew Davis.
La Viuda es un fluir constante de deliciosas melodías, una tras otra, en una mezcla atinadísima de gusto francés, estilo vienés y, sobretodo, toques húngaros, que eran la rúbrica inconfundible de Lehár.
Una historia desconcertante
Decía que el lujo es el sello inconfundible de la opereta y que la viuda no es ciertamente la excepción a esta regla.
Pero, quién lo creyera; las cosas no fueron así la noche del estreno, que ocurrió en el Theater an der Wien de Viena el 30 de diciembre de 1905.
Lehár no era en ese momento una estrella de la escena, la temible escena musical vienesa. A duras penas había mostrado algo de talento con Der Rastelbinder y con Wiener Frau, lo que en la época denominaban “sucesos estimables”, es decir, apenas un poco más que nada.
El libreto era obra de Victor Léon, cuyo verdadero nombre era Viktor Hirschfeld y Leo Stein, que se llamaba Leo Rosenstein, basados en una obra que ya había tenido muchísimo éxito, L’Ataché d’ambassade de Henri Meilhac.
Los directores del teatro le encargaron la opereta a Richard Franz Josef Heuberger, que gozaba entonces de una buena reputación y hoy en día de un pavoroso olvido. Aparentemente por presiones de la hija de Stein se logró convencer a Heuberger de abandonar el proyecto, que se le entregó al joven Lehàr.
Este, entusiasmadísimo, empezó a trabajar. Semanas más tarde trajo a consideración lo que ya había compuesto: ¡Esto no es música!, fue el “alentador” comentario.
Pero no se amilanó y continuó con la composición. Las condiciones de los ensayos fueron absolutamente hostiles, se llevaron a cabo en horarios imposibles y apenas se le permitió un ensayo con orquesta antes del estreno. Sobra añadir que el lujo del vestuario y la opulencia escenográfica estuvieron ausentes…Lo que sí tuvo fue el apoyo incondicional de Mizzi Günther, que cantó la parte de Hanna y de Louis Treumann que fue Danilo.
Al final del estreno de la paupérrima producción el auditorio le brindó al elenco y a Lehár una ovación de esas que pasan a la historia.
Unos meses más tarde, ante el éxito que cosechaba La viuda alegre, Victor Léon fue a la dirección del teatro para sugerir un mejor vestuario y decorados. La respuesta del director lo dejó desconcertado:
UNA OPERETA realmente grande no necesita de un vestuario lujoso.