Alberto Fernández R.
Especial para El Nuevo Siglo.
EL HOMBRE es un creador innato de mitos. Lo es por necesidad, pues estos relatos son respuestas a esas cuestiones que desde siempre lo han inquietado. Nada más hay que pensar en los mitos griegos, sobre los que se cimenta la civilización Occidental, o lo que para el contexto latinoamericano puede ser la obra de Oswaldo Vigas, una suerte de mitología pictórica.
Vigas (1923-2014) fue un artista complejo, incluso algunos dirían que ecléctico. Desde el punto de vista formal, su pintura se movió entre la figuración y la abstracción, el cubismo y el expresionismo, la geometría y el informalismo. Así como él mismo lo resumió: “No he sido rigurosamente abstracto ni rigurosamente figurativo. Lo que he tratado de ser siempre es rigurosamente Oswaldo Vigas”.
No traicionarse, ser fiel a sí mismo, era lo que le importaba. Lo que se tradujo en un intento continuo e infatigable por capturar con su arte el alma latinoamericana, que, en última instancia, no es otro que el interés por sus raíces y su identidad. Ahí el hilo conductor de esa obra ecléctica que desarrolló por más de 70 años. Y esto es latente hasta en sus etapas más geométricas, cuando, por ejemplo, su pintura se inspiró en los diseños faciales y textiles de la etnia Wayúu en la alta Guajira o cuando desarrolló sus murales para ese maravilloso museo en forma de campus que es la Ciudad Universitaria de Caracas.
Se trata de un interés que recorrió gran parte del continente y, de alguna manera, emparenta su obra con la de algunos de los “grandes maestros” de la región: Wilfredo Lam, en Cuba; Rufino Tamayo, en México; Oswaldo Guayasamín, en Ecuador; Fernando de Szyszlo, en Perú; y Cándido Portinari, en Brasil. Todos ellos plasmaron la realidad de sus países a través de las corrientes artísticas en ese entonces de avanzada. Por lo cual algo de cierto tiene ese apelativo rimbombante de uno de los “pioneros del arte latinoamericano”.
Pero, paradójicamente, en su natal Venezuela la corriente latinoamericanista se vio disminuida por la omnipresencia de esa suerte de muralismo abstracto-geométrico liderado por Alejandro Otero, Jesús Soto y Carlos Cruz Diez, quienes desplegaron obras monumentales en Caracas y algunas ciudades de provincia por encargo de los gobiernos de turno y la financiación de los dólares del petróleo. Un fenómeno que Marta Traba acertó en calificar como un “arte oficial”.
La relación con los artistas de su generación fue cuando menos problemática. Y es que mientras que los geométricos emprendieron una carrera contrarreloj por alcanzar un utópico lenguaje universal, gozando de los favores de las instituciones culturales, la crítica y el mercado; Vigas se apartó del ‘camino fácil’ al reafirmarse en su particular figuración y fijarse como meta encontrar la esencia cultural latinoamericana, para ello escudriñando en la herencia desdeñada de las culturas precolombinas de su país. Es decir, mientras que sus contemporáneos se propusieron tocar el universo, él se empeñó en descifrar ese rasgo local que define a quienes nacen en esta parte del mundo.
Ese rasgo, según él, estaba relacionado con lo irracional, lo mágico y lo telúrico, así como también con la figura de la mujer, en tanto símbolo del origen y pertenencia a la tierra. Fue así como combatió el mito moderno del universalismo –que entonces la geometría encarnaba como ninguna otra, si bien actualmente se reconoce que incluso estas formas artísticas tienen un matiz local– con los seres fantásticos que brotaron de su pincel, entre los que sobresalen Las Brujas (1948-1952), esa serie de juventud en la que hace una lograda reinterpretación de la Venus de Tacarigua, tal vez, la más bella pieza de alfarería entre toda la cultura material prehispánica encontrada en Venezuela.
Las Brujasque, además, resultan significativas para la historia cultural latinoamericana. Como lo señala el historiador Álvaro Medina, estas sacerdotisas de cabeza horizontal y cuello alargado tienen cierto aire de misterio, una dimensión mágica, por lo que no es exagerado decir que Vigas es uno de los primeros artistas en acercarse al realismo mágico, el mismo que luego adquiere fama internacional con la literatura.
Un carácter mágico que convierte en mitología su pintura. Los mitos están lejos de ser respuestas cerradas y, en todo caso, no son aprehensibles de forma absoluta. En ellos persiste cierto margen de enigma y reinterpretación, un velo de magia si se quiere, en el cual reside su capacidad para no perder vigencia. La obra de Vigas se presenta como una fuente imprescindible, si bien no la única, para responder la pregunta sobre un arte latinoamericano.
Por todas estas capas de significado resulta imperdible la exposición “Oswaldo Vigas, antológica 1943-2013”, retrospectiva que contó con la curaduría de Bélgica Rodríguez, que por estos días presenta el Museo de Arte Moderno de Bogotá. Sin mencionar que es una oportunidad única para dejarse emocionar por esta mitología pictórica.