La lamprea: el bocado milenario de Galicia | El Nuevo Siglo
Viernes, 22 de Mayo de 2015

Su cuerpo alargado y negro repele, pero la lamprea esconde una carne cuya degustación atrae a Galicia, en el noroeste de España, a personas que recorren cientos de kilómetros para presenciar el ritual de su pesca artesanal en el Miño.

 

Fieles a una tradicion heredada de los romanos en la localidad fronteriza de Arbo, los pescadores capturan las lampreas con "pesqueiras", unos muros de piedras que se adentran en el río desde las orillas portuguesa y española del Miño y donde se colocan unas nasas en las que acaban entrando estos 'peces'.

Algunas de estas pesqueiras son del siglo XVII, "e incluso anteriores, de la Edad Media", explica Angel Fernández, de 39 años y presidente de la asociación de pescadores O Trabadoiro, recordando que estos muretes pertenecen "a familias y pasan de generación en generación".

De forma parecida, en el Tea, un afluente del Miño, los pescadores montan 'estacadas', unos pequeños puentes artesanales hechos de tablas y troncos, que van hasta la mitad del cauce.

Subidos sobre estas precarias pasarelas, por encima de las que cuelgan lámparas que se reflejan en el agua, los pescadores esperan el paso de las lampreas para atraparlas con sus "fisgas", unas varas de madera rematadas con pinchos.

 

"Anoche cogimos cinco", dice Daniel, un joven desempleado de 24 años, que se dispone a pasar otra lluviosa noche gallega al raso esperando a estos escurridizos animales, que entre enero y mayo, vuelven del mar de los Sargazos a los ríos donde nacieron para desovar.

 

- Hasta 70 euros la pieza -

 

Lo atractivo de la lamprea es su paso "de agua de mar a la de río" dice el chef Xosé Cannas, una estrella Michelín, del restaurante Pepe Vieira, en Poio. "Es fundamental. Tienen que estar al menos una semana en agua dulce: le cambia el color de la piel, se pone mucho más rígida, más tersa y eso la hace más interesante gastronómicamente".

 

Las capturas de pesqueiras y estacadas suelen ser para consumo particular, aunque muchas acaban vendiéndose a muy buen precio: hasta 70 euros la pieza en los inicios de la temporada cuando las lampreas todavía son escasas.

Desde enero en que empezó la temporada hasta ahora, se han facturado 21.554,59 kilos por unos 127.078 euros, según datos de la Consellería (ministerio regional) gallega de Medio Rural y Marino, en base al pescado que ha pasado por lonja, aunque gran parte se vende fuera de esos mercados.

Armada de unos dientes córneos concéntricos, la lamprea viaja por el mar pegada a otros peces hasta llegar al río, "donde remonta el cauce para desovar. Mientras sube contra la corriente va perdiendo la grasa por lo que es mejor la pescada río arriba", explica Begoña Pérez, una bióloga que ha convertido este manjar en su forma de vida.

 

- Un manjar de césares -

 

Tras años de gestionar en Arbo un restaurante tradicional famoso por sus platos con este animal, Begoña decidió crear "Obrador de Lamprea", una pequeña empresa que elabora conservas y productos como rollos de lamprea ahumada rellenos, hechos de forma artesanal, como casi todo lo que rodea a esta delicia, que intenta llegar a otros mercados como el norte de Europa o Japón.

"Es un producto de temporada y la lamprea, la mayoría de las veces es escasa, no hay demasiada cantidad y no da para una gran industria", considera Cannas, que incluye un plato de este animal en sus menús durante la temporada.

Este chef destaca la tradición en torno a este manjar que "da mucho gusto cocinar porque tiene un sabor potente".

Ya en su "Historia natural", el naturalista romano Plinio el Viejo relata como las lampreas gallegas eran llevadas a Roma en vasijas, y dos mil años después, son los amantes de este manjar los que recorren cientos de kilómetros para degustarlo. 

"Viene mucha gente de Madrid", a 600 km, relata Laureano Calviño, de Casa Calviño, en As Neves, que realiza en la época de la Lamprea, el 90% de su facturación, como la mayoría de los restaurantes que se dedican a este manjar.

La forma más demandada es a la bordelesa, con una salsa de vino y sangre de la propia lamprea, señala Calviño, que es la tercera generación y lleva 28 años al frente del restaurante más antiguo de este pequeño pueblo gallego que abrió en 1935.

 

"Es un sabor peculiar, te gusta o no te gusta", añade Calviño, que teme que la tradición de comer lamprea pueda acabar desapareciendo porque la mayoría que viene "es gente mayor, pocos jóvenes vienen a comerla".