La danza australiana triunfó en Bogotá | El Nuevo Siglo
Sábado, 12 de Octubre de 2013

Por Emilio Sanmiguel

Especial para El Nuevo Siglo

 

Los lazos  que unen al coreógrafo catalán Rafael Bonachela con la Sydney Dance Company de Australia, que la noche del pasado sábado se presentó en el escenario del Teatro Mayor, se remontan al 2008, cuando creó su primera colaboración para la compañía. Apenas unos meses más tarde fue designado director de la misma.

 

2 one another, el ballet que vio el público del Mayor la noche del sábado es del 2012. Como es frecuente en los ballets contemporáneos, hay determinantes en el proceso creativo -en este caso es la obra literaria de Samuel Webster- que influyen el proceso pero que no son muy evidentes para el público; pero a los coreógrafos (Bonachela no es la excepción) les gusta compartir esa experiencia con el público a través de las notas de los programas de mano, como efectivamente ocurrió el pasado sábado.

 

«Invité al poeta y escritor Samuel Webster al estudio, le pedí que escribiera de forma instintiva e inmediata respondiendo a lo que fuera observando, luego utilicé esas frases y oraciones como base para tareas y exploraciones para crear movimiento», dice Bonachela; interesante, muy interesante saber cómo se llega a la raíz de la creación pero, cuando se alzó el telón, era mejor olvidar las confidencias del coreógrafo y mejor dedicarse a disfrutar de uno de los espectáculos más hermosos que haya visto el público bogotano en años.

 

No creo exagerar si afirmo que uno de los más hermosos desde la presentación en el Teatro Municipal de la compañía de Martha Graham en 2006, y no exagero.

 

Porque los quilates de una coreografía se miden en el mayor o menor grado de originalidad, y en este caso bastaría con ese momento cuando los bailarines de alinearon en el costado izquierdo del escenario y con rigurosa precisión se iban desplazando hacia el derecho, uno tras otro se iban rezagando en el recorrido hasta que apenas uno de ellos consiguió conquistar el costado opuesto; de inmediato se hizo el movimiento inverso: una fuga coreográfica de alto bordo.

 

Por supuesto para lograr esa excelencia se requiere de eso que contempló el público, bailarines de sólida formación y una producción que no hay que dejar pasar por alto: el sobrio pero eficiente vestuario de Tony Assness, la impecable banda sonora de Nick Wales y sobretodo las luces de Benjamin Cisterne, un panel de Leds sobre el cual el luminotécnico crea las más asombrosas atmósferas que están íntimamente ligadas al trabajo de Bonachela. La reacción del público fue un atronador aplauso. Merecido, por demás.

 

La Tatiana de Anna Netrebko

 

Anna Netrebko, que hoy por hoy es la más querida soprano del mundo, empieza a darle un giro radical a su carrera. Se prepara para abordar roles del peso vocal y dramático de la Lady Macbeth de Verdi y el pasado sábado, en las ya habituales transmisiones de la Met. de Nueva York, se le midió a uno de los personajes más paradigmáticos de la ópera rusa, la Tatiana del Evgeny Onegin de Tchaikovski.

 

Un reto temible, porque a las Tatianas las espera en escena el fantasma de Galina Vishiewskaya, la gran Tatiana del siglo XX.

 

Salió airosa la soprano rusa, especialmente en la famosa Escena de la carta, que es una de las arias más complicadas de la historia del melodrama. Como es su costumbre, cantó como si de la última actuación de su vida se tratara.

 

Estuvo rodeada de un elenco impecable, que encabezó el barítono Mariusz Kwiecien en el rol protagonista y el hoy cotizado tenor Piotr Beczala como Lensky; todos bajo la experimentada batuta de Valery Gerguiev.

 

Triunfo por fuera de dudas y, más admirable aún si se piensa que la dirección de escena de Deborah Warner y Fiona Shaw no es propiamente de la mejor ley por sus frecuentes despropósitos, como no hacer cantar a Tatiana la Escena de la carta en su habitación, o trasladar el final de la ópera al exterior, cuando la música, la sublime música de Tchaikovski con su magistral orquestación, dice sin dejar espacio a la duda, que el trágico desenlace tiene lugar en el interior de la casa.

 

Pero no hay nada qué hacer. Los directores de escena en su afán de ser originales a cualquier precio hacen lo que les viene en gana y descuidan otros asuntos, como el malogrado vestuario de Chloe Obolensy, que en nada favoreció a Netrebko, cuyos kilillos de exceso tienen al mundo lírico al borde de un ataque de nervios.