Gabriel Ortiz van Meerbeke
Especial para El Nuevo Siglo
Abran Spotify, busquen Aiva y oigan la primera canción de su primer álbum Genesis. ¿Les gustó? A mí no me pareció una obra maestra, pero sí me parece fascinante el hecho de haber sido compuesta por un sistema electrónico. The Awakening (El Despertar), como se llama esta fantasía sinfónica, es un nombre provocador en gran medida porque su creador es el (¿la?) Artista Visual de Inteligencia Artificial (AIVA por sus siglas en inglés) reconocido por la Sociedad Francesa de Autores, Compositores y Editores de Música como el primer compositor virtual.
Otro reto interesante es decidir si un poema fue escrito por un humano o por un programa. En la página web BotPoet.com creada por el periodista Oscar Schwartz y el poeta Benjamin Laird hay un quiz mucho más difícil de lo que uno creería. Acá está mi ejemplo favorito: “algunos hombres solo quieren ver el mundo arder/ algunos hombres solo quieren ver el mundo aprender/ algunos hombres solo quieren desayunar” ¿Robot o poeta? En realidad es simplemente los tres resultados más comunes cuando se ingresa “algunos hombres” en Google. También hay otros poemas escritos por programas diseñados por algoritmos inteligentes y no siempre es tan fácil discernir si hay o no un humano detrás de los versos.
Estos dos ejemplos son una forma particular de la famosa prueba de Turing, llamada así por el matemático británico reconocido por descifrar el Enigma y otros códigos nazis de encriptación. En su formulación más sencilla, se selecciona un jurado para que le haga preguntas a una máquina y a una persona, ambos responden con textos y el jurado tiene que decidir cuál es cuál. Inicialmente, Turing creía que si la máquina lograba engañar al jurado entonces se podía decir que es capaz de pensar, pero luego matizó su afirmación diciendo que dicha máquina logra pensar porque es capaz de ganar el “juego de la imitación”. Muchos de los creadores artísticos que están usando inteligencia artificial aspiran a ganar una versión de este juego. Su meta es crear programas que puedan engañar a los espectadores al imitar obras que un humano podría realizar.
El camino más obvio para lograr esto es emulando a grandes artistas. FlowMachines es una subsidiaria de Sony cuya misión actual es “expandir la creatividad” pero uno de sus proyectos iniciales fue DeepBach, una red neuronal que logró detectar varios patrones en las composiciones del padre del barroco y que posteriormente compuso algunas corales a lo Bach. En el mundo de la poesía está Deep-spear, un algoritmo capaz de escribir sonetos al estilo de Shakespeare. También está GPT-3, un generador lingüístico de OpenAi, la empresa de inteligencia artificial financiada en parte por Elon Musk, que ha sido utilizada para escribir columnas de opinión[1], así como, poemas al estilo de Dr. Seuss que se burlan del propio Musk.
Estas imitaciones son exitosas en gran medida por la naturaleza de la música y la poesía. La rima y el ritmo están profundamente vinculados a las matemáticas, por lo cual son más susceptibles de ser traducidos al lenguaje de los algoritmos. En otras palabras, las corales de Bach y los sonetos de Shakespeare siguen unas reglas de composición que los hacen ideales para ser creados por un computador. El quid del asunto está en crear un programa capaz de reconocer patrones, como qué nota sigue a la anterior o cuál palabra es más probable que acompañe a otra, para luego sí componer este tipo de obras sin que sean meras copias o una colcha de retazos.
Como expliqué en el artículo anterior, esto es precisamente lo que los nuevos algoritmos de inteligencia artificial son capaces de hacer de maneras cada vez más sofisticadas. Tanto así que son capaces de escribir poesía contemporánea que suele recurrir a versos libres y no siguen reglas de composición estrictas precisamente porque pueden detectar patrones sutiles como el estilo de un autor o combinaciones de palabras que suele utilizar. Por otra parte, creo que la dificultad de saber si un poema está escrito por un programa o por una persona es que el sentido de la poesía recae a menudo en sus lectores. Un verso puede parecer indescifrable a una persona y llegar directamente al corazón de otra. Esta ambigüedad permite que un poema escrito por esta nueva generación de máquinas se sienta natural, precisamente porque muchas veces ni siquiera somos capaces de entender los de un ser de carne y hueso.
Por este mismo motivo, estos sistemas todavía no han podido escribir una novela coherente, lo máximo que han llegado a hacer es escribir un “nuevo” capítulo de la saga de Harry Potter. Al no poder saber qué escribieron en el pasado, no pueden mantener el hilo de la historia, por lo cual en algún punto se vuelve contradictoria o deja de tener sentido. Una de las consecuencias más peligrosas de estos modelos de lenguajes complejos es que pueden imitar el estilo de un periódico particular, por lo cual son especialmente buenos para crear fake news. Afortunadamente se están usando estos mismos sistemas para detectar las noticias falsas creadas por inteligencia artificial, demostrando que no hay nada mejor que un criminal para descubrir a otro.
Aunque los productos de estos algoritmos no son meras falsificaciones. Tomemos el caso de The Next Rembrandt un proyecto conjunto de Microsoft y la Universidad Tecnológica de Delft. Su intención fue crear el último retrato de un pintor que fue capaz de captar el alma humana. Para ello analizaron copias tridimensionales y en alta resolución de todas las obras del maestro neerlandés. Con esta información un algoritmo inteligente no solo determinó cuál sería el sujeto más probable (un hombre caucásico, entre 30 y 40 años, con ropa negra y collar blanco, mirando a la derecha) sino que analizó cada detalle imaginable: la posición relativa de las facciones faciales, la cantidad de luz alrededor de los ojos, el grosor de la pintura en diferentes partes del cuadro, etc. Una vez el algoritmo determinó todos estos patrones creó una versión bidimensional que no es ni una copia, ni un compuesto de todos los cuadros, sino una obra “original”. Posteriormente fue plasmada en un lienzo usando una impresora 3D que imita la pincelada original de Rembrandt. El resultado final ha sido criticado por muchos expertos, pero al ojo de un ciudadano común y corriente el resultado es indistinguible de uno original.
Por si recrear un cuadro no fuera poco, estas nuevas tecnologías han intentado revivir a un genio loco. Nathan Shipley creó un vídeo inteligente de Salvador Dalí que genera una conversación única para los visitantes del Museo de Dalí en St. Petersburg, Florida, pero que siempre termina con un gesto distópico: se toma un selfie con las personas. A esto se le conoce como un deep-fake ya que usa material filmográfico de Dalí para recrear un vídeo híperrealista de un artista que afirmó “aquellos que no quieren imitar nada, no producen nada”.
El problema, tal como yo lo entiendo, con todos estos tipos de aproximaciones es que en realidad no son procesos artísticos originales. Estas empresas copian a los grandes maestros, en parte porque necesitan una fuente de información lo suficientemente rica para que estos sistemas de inteligencia artificial puedan aprender a imitar incluso a Shakespeare, Rembrandt o Bach. En este sentido, todas estas creaciones son más como trucos publicitarios que exhiben las capacidades alucinantes, nadie lo puede negar, de estas nuevas máquinas. Lo más triste es que estos algoritmos inteligentes no son usados posteriormente para crear otras obras maestras sino para componer canciones libres de derechos de autor, crear fotos de personas que no existen para incluir en una página web, escribir artículos periodísticos engañosos, y todo esto a una fracción del costo de un creador humano. Muchas de estas compañías nos deslumbran con sus avances tecnológicos, para luego vendernos la versión más sencilla de sus programas.
Sin embargo, hay otros artistas que están explorando la inteligencia artificial desde otra perspectiva. En la siguiente columna me enfocaré en estos pioneros que están usando la inteligencia artificial para expandir lo que muchos consideran es una cualidad intrínsecamente humana: la creatividad.
[1] Como nota aparte me parece importante señalar que el artículo que publicó The Guardian utilizó ocho versiones distintas que arrojó el sistema GPT-3 pero fue un editor humano quién terminó por componer la versión final.