El parisiense Museo de Orsay, templo de la pintura impresionista, presenta a partir del martes una exposición de 70 cuadros de Manet, Monet, Renoir, Degas y Caillebote, entre otros, acompañada de 40 vestidos utilizados por mujeres durante la época en que floreció este movimiento pictórico, a partir de la segunda mitad del siglo XIX.
La exposición, que se celebrará hasta el 20 de enero próximo, es organizada de manera conjunta por el Museo de Orsay, el Metropolitan Museum of Art de New York y The Art Institute of Chicago.
El director de ópera Robert Carsen ha multiplicado los efectos, haciendo desfilar unas tras otros, como modelos, varias obras maestras impresionistas.
"Los impresionistas, apasionados por la modernidad, se interesan en la moda, fenómeno que estaba en ese entonces en pleno auge, con el desarrollo de las revistas especializadas y los grandes almacenes", recalca Gloria Groom, curadora de la exposición.
"Al estudiar sus grandes retratos de mujeres, me di cuenta que pintaban ropas contemporáneas que se podían encontrar en las planchas de dibujos de moda", explica Groom, del Art Institute of Chicago.
De ahí la idea de ir a sacar de las reservas del museo Galliera vestidos que se acercaran a esos diseños, reviviendo las siluetas de quienes las usaban.
Los impresionistas hacen posar a las mujeres que les rodean, a sus compañeras y amantes, pero la verdadera heroína del cuadro es el vestido, su manera de captar la luz, sus reflejos.
Los impresionistas son expertos en reproducir la transparencia de la luz, su resplandor fugitivo.
En "La mujer con un loro" (1866) de Manet, el camisón rosa pálido de Victorine Meurent, modelo del pintor, provocó muchos comentarios al ser presentado en el salón de 1868. "Un rosado falso y raro", según el escritor Théophile Gautier, una ropa "suave" para Emile Zola.
Una silueta en S
Manet conocía bien la moda. Su "Parisiense" luce una ropa negra con cola, ajustada en la cintura y un sombrero alto. Arrastra la sedosa cola de su vestido con seguridad, dejando ver sus botines.
Los impresionistas se interesan "en la mujer en movimiento", recalca Groom. En los años 1870, los miriñaques se rebajan en la parte delantera, mientras que en la trasera se inflaba con cojines. Es el triunfo de la silueta en S, que se aprecia de perfil. El corpiño sigue ahí, para dar talles de avispa a las elegantes.
Albert Bartholomé pinta en "El invernadero" a su esposa vestida con su traje de verano de algodón blanco estampado con lunares y rayos violetas. La ropa de la señora Bartholomé, expuesta al lado de la tela, ostenta un talle de 32 centímetros.
El color negro ya estaba de moda. En el gran cuadro "La señora Charpentier y sus hijos", de Renoir, la esposa del célebre editor luce un traje largo que lleva con elegancia.
Con "Naná", Manet explora lo que va por debajo. El corpiño de satén azul cielo de la actriz que le sirvió de modelo, sus enaguas, sus altos tacones, exhibidos bajo la mirada de un hombre vestido, ofendieron la moral pública: el cuadro fue rechazado en el salón de 1877.
Los trajes blancos florecen en los cuadros al aire libre. Para "Mujeres en el jardín" (hacia 1866), de Claude Monet, la compañera del pintor, Camille, viste cuatro ropas diferentes para encarnar cuatro mujeres en diversas poses.
AFP