La licencia -de pronto resulta medio cursi o cursi y media- -de que “Il gardelino se posó en la Luis Ángel Arango” me la permito porque la agrupación flamenca, especialista en repertorio barroco, deriva su nombre del concierto del mismo nombre, tercero, “en Re mayor” de la colección de “6 Conciertos opus 10 para flauta y orquesta” de Antonio Vivaldi, publicados en Amsterdam en 1728; además, porque de sus fundadores, Marcel Ponseele y Jan de Winne, este último es flautista.
Se presentaron la noche del pasado miércoles. 23 de octubre, en la Luis Ángel Arango, la mítica sala de conciertos del Banco de la República en la Candelaria. La Luis Ángel es mítica por su legendaria acústica y porque fue por décadas “La Meca” de la música de cámara en el país. Por su escenario pasaron figuras de la talla de Friedrich Gulda, Martha Argerich, Ivo Pogorelich, Nelson Freire, Rafael Puyana y muchos otros.
Su leyenda también tiene qué ver con la belleza de su arquitectura, obra sin parangón de Jaime “el Chato” Vélez contenida en el corazón de los edificios de Germán Samper de los años 60 y de Álvaro Rivera Rialpe de los 80. Está en mora el Consejo Nacional de patrimonio en declarar la sala Monumento Nacional para salvarla -así como salvaron los Columbarios de Beatriz González- de esas decisiones groseras de la burocracia distrital, que aparentemente han obligado la instalación de avisos de acrílico verde en el escenario que son un atentado estético a esa maravilla de trabajo de madera, que luego de medio siglo se mantiene, repito, como el más bello auditorio del país y, no exagero, uno de los más bellos del mundo.
Pues bien, en ese marco maravilloso de estética y acústica, pese al acrílico verde, actuó la noche del miércoles “Il Gardellino” para hacerle honor a su prestigio internacional y a su manera de entender la interpretación del barroco, con uno de sus compositores más emblemáticos: Johann Sebastian Bach. Sus otras especialidades son, Händel, cómo no, Fasch, Graun, Telemann, Janitsch y su inspiración primigenia, Vivaldi.
Bach, de sobra estaría decirlo, es de los compositores el más grande y el grupo holandés lo hizo con lo que es su sello y también el de la mayor parte de las agrupaciones flamencas: la austeridad llevada al máximo.
Un programa bachiano
Cuatro obras en el programa: dos “Conciertos”, dos “Cantatas”. Sólo Bach, eso no es muy habitual en Colombia. Salvo cuando en la Catedral se recorrió toda su obra para órgano el año pasado y antepasado
Los conciertos fueron el para «Violín y oboe en Do menor BWV 1060 R y el para Flauta, violín y clavecín en La menor BWV 1044. En el primero la actuación de Marcel Ponseele en el oboe fue toda una lección de buen gusto y estilo, la de Johanna Huzzeza por momentos no tan precisa como habría sido ideal, ya se sabe, cuando se toca con la pureza estilística del barroco, prescindiendo del Vibratto, en el violín cualquier imprecisión se evidencia mucho más que en otros repertorios. En el segundo las cosas anduvieron en las alturas y el resultado no tuvo la menor sombra de duda.
Las Cantatas: en la primera parte la «BWV 158 Der Friede sei mit mir, La Paz sea contigo para la Purificación de María y Tercer día de Pascua, desde el inicio mismo se impuso la categoría del barítono-bajo Tiemo Wang como gran estilista en el difícil arte del “recitativo”, porque lo hizo con esa fluidez y naturalidad que no se pueden esquivar en la escandación del texto. También transcurrió impecablemente el aria Adiós mundo, estoy cansado de ti que domina la voz masculina con los ecos de la soprano, Gudrun Sidonie Otto, que exhibió una voz de inefable dulzura. En fin, gran interpretación.
La segunda, encargada de cerrar el concierto, la BWV 32 Liebster, Jesu, mein Verlangen, Amado Jesús, ni anhelo de 1726 para el “primer domingo después de Epifanía” para soprano y bajo-barítono sobre texto de Lehms. Nuevamente gran interpretación, de instrumentistas y solistas. Sin duda la soprano estableció bien el clima de la obra en el aria inicial trenzando con habilidad su texto y voz con la actuación de oboe y el fondo de la cuerda. Esa categoría no decayó ni por un instante.
La noche del miércoles en la Sala Arango los flamencos de Il Gardelino, valga la expresión, pusieron “una pica en Flandes” con su interpretación «bachiana». Habría que agradecerle al grupo, y a la sala, haber traído a la vida musical de Bogotá dos “Cantatas”, que no se oyen aquí sino excepcionalmente y son una de las piedras angulares de la música de todos los tiempos.