Por Emilio Sanmiguel
Especial para El Nuevo Siglo
Siempre es buena idea construir sobre lo construido. Marta Ortiz, nueva directora del Museo de Arte Moderno de Bogotá, ha decidido darle continuidad al programa Mambo Filarmónico, que no es otra cosa que acoger mensualmente en el interior del edificio la exitosa iniciativa de su antecesora Claudia Hakim y del director ejecutivo de la Filarmónica de Bogotá David García: llevar la música contemporánea al que debe ser uno de sus recintos naturales.
Eso va más allá de lo pintoresco. La música contemporánea, si se quiere, las expresiones sonoras de nuestro tiempo, parecen cobrar más sentido en el marco de un espacio de cuyas paredes cuelgan las obras desafiantes de los artistas de nuestro tiempo, tan provocadoras como las expresiones musicales de los compositores de hoy. En semejante marco casi que la música se explica por sí misma.
En el concierto del pasado domingo, una vez más, la experiencia resultó gratificante. Porque el público, a las once de la mañana llenó el aforo de la Sala Obregón y se acomodó luego en la escalera y en el abalconado de los pisos superiores, para la presentación del Trío de Guitarras Trip Trip Trip –el nombre, casi una declaración, procede de Opio en las nubes la novela de Chaparro Madiedo‒ una combinación inusual dentro de los conjuntos instrumentales de la música de cámara. Porque el del pasado domingo fue un concierto de cámara, particularmente por lo que tiene que ver con la solidaridad e individualidad de sus miembros, por el disfrute íntimo de su trabajo y, seguramente por el interés de traer aires nuevos al repertorio de la que puede ser, paradójicamente, la menos popular de las expresiones de la, bien o mal llamada música clásica.
Ahora sí, lo de rigor, lo casi imposible, intentar poner en palabras lo ocurrido el domingo que, además de camerístico resultó, cierta medida música programática, por los títulos descriptivos de las composiciones; así su contenido no necesariamente lo fuera.
Ireneo Funes
Abrieron con Ireneo el memorioso de César Quevedo, miembro del grupo, una fantasía alrededor de Ireneo Funes, personaje de Borges: un arpegio insistente ‒¿los espejos borgianos?‒ engarzado en un tema de austera sencillez, sonoridad contemporánea, pero sin llegar a los extremos de la atonalidad, atmósfera nostálgica y resueltamente guitarrística.
Enseguida Amores flotantes de Carolina Noguera: una exploración de técnicas no convencionales de la guitarra: el efecto del tambor, armónicos, rasgueados en el clavijero; Noguera propone un plano sonoro solidario del trío y deliberadamente elude los diálogos, dicho de otra manera, no deconstruye ni divide el trío; todo en el marco de una atmósfera tensa, teatral, casi dramática.
Tercera pieza del programa, Dios es inalámbrico de Damián Ponce de León que, al contrario de Noguera, plantea dúos con unísonos de acordes rasgados, en medio de los cuales permite emerger el tema, asumido indistintamente por una, dos o las tres guitarras hasta escalar un intenso final de poderoso ritmo.
Vino después una Danza ‒¿también de Ponce?‒ que pareció por momentos retratar de la manera más fidedigna las obras que en este momento cuelgan de las paredes de la sala Obregón: sonidos sueltos, como puntillistas, algo de inusitada audacia por la originalidad de tener, pese a su nombre, ocultos los ritmos en una suerte de trasescena sonora, notas sueltas, como si el compositor dibujara un pentagrama de sonidos.
Quinto lugar para Variaciones del vecino al lado de Camilo Giraldo, también miembro del trío: en sus propias palabras, las atmósferas sugeridas por un ave de su entorno cotidiano; tras una densa descarga de insistentes arpegios, como si de una saga latinoamericana del Canto de los pájaros de Messiaen se tratara –sin connotaciones ornitológicas‒ Giraldo sugiere, no retrata, el canto del pájaro; sin duda una reflexión personal y de mucha confidencia íntima.
Dueto en staccato
La siguiente composición fue de Eblis Álvarez, Hermanita, ven conmigo, que abre con un dueto en staccato al que se une la tercera guitarra, la pieza surge a la manera de un scherzo, gracioso, hasta se permite ir a los graves de la guitarra, marcada por el intenso colorido –lo decía Berlioz: la guitarra es una pequeña orquesta‒ más adelante el juego da paso a melodías dulcificadas y pasajes efusivos; en términos convencionales, para decirlo de alguna manera, una composición con momentos preciosos en interpretación de alto bordo.
De Angélica Valencia se oyó Variaciones Icterus, inspirada en el canto del Icterus Chrysater, el famoso toche, un juego desnudo de sonidos de las guitarras, que más adelante se torna efusivo –tampoco una propuesta ornitológica‒ y regresa a la reserva acústica del primer episodio.
Para cerrar el programa, la que fue la propuesta más polifónica del programa, Se obedece, pero no se cumple del ya mencionado Damián Ponce: sonido denso, pero no oscuro, ritmos intensos con algún lejano atavismo de flamenco; tal vez del programa la única pieza de sugerencias nocturnas, intensa y coronada por un clímax muy a la medida de la necesidad de cerrar una mañana memorable.
La Filarmónica de Bogotá seleccionó el Trip Trip Trip trío por el mérito de ser una de las agrupaciones ganadoras del Programa distrital de estímulos y de la Beca filarmónica de circulación de Música Contemporánea 2024. Todos los compositores, colombianos.
Al final, ya de salida, lo que siempre ocurre al salir del Mambo: el encuentro con la dura realidad de esa grotesca copia de Calcuta que es la carrera Séptima. El nivel de degradación urbanística, social y de contaminación sonora al que llevó la peatonalización de la antigua Calle Real merecería un gesto caritativo del alcalde Galán. Suficiente con el embeleco del metro elevado, que será cobijo a varios miles de vendedores ambulantes.
Porque a este paso, al pobre centro de Bogotá no lo salva ni Santa Laura Montoya.