En el arte de Cúchares, la materia prima es el toro. De ahí que, no en vano, al de pitones se le identifica como el rey de la fiesta. Lo ideal, sin embargo, es que a ese rey se junte un experto, un diestro que haga las cosas de manera que permita ver a los asistentes las bondades del animal traducidas en su acometida, en su fijeza, en su manera de humillar al momento de embestir, en su nobleza para acudir al paño rojo sin desarrollar sentido, en su codicia para repetirse en un palmo y en seguir con entrega el engaño cuantas veces se lo presenten. Pero eso, que es lo ideal, en ocasiones no se da de tal manera. Unas veces porque el toro no embiste y otras porque, aunque embiste, quien lo lidia no le ‘da la talla’.
Este martes asistimos a una novillada en la que fuimos testigos de esto último. Un encierro de la ganadería caucana de Paispamba, encaste Conde de la Corte y Carlos Núñez, con el que tuvieron muchas dificultades tres aspirantes a matadores de toros.
Qué pasó
Abrió plaza el novillo-toro Harmodio, número 59 de 436 kilos, que correspondió en suerte a Gitanillo de América y que fue de no muy buena nota en toreabilidad. Gitanillo apenas pudo lucirse en un quite por navarras rematadas con la fregolina; al final, a novillo rajado, algunos estatutarios y adornos para alegrar al público. Palmas.
Su actuación ante el segundo de su lote, cuarto del festejo, fue desafortunada. El novillo fue potable, metía bien el morro en los bajos de la muleta pero el Gitano tenía otro libreto y prefirió las florituras, el pase aislado, la filigrana... y se nos fue la faena.
Andrés Bedoya, torero de la casa, se las vio en primer lugar con Barroso, número 76 de 442 kilos, que dio un juego muy aceptable pero en gran medida desaprovechado por el manizalita, a quien vimos limitado en la profundidad que debió aplicar en su faena.
El novillo acudió presto al engaño pero durante su lidia no hubo siquiera una sola serie ligada de pases. Estoconazo caído y otro ligeramente desprendido. Palmas al astado, silencio a Bedoya.
En quinto lugar, segundo turno del anfitrión, saltó Haragán, un hermoso castaño, ojo de perdiz, también desaprovechado por la inexperiencia manifiesta de Bedoya. Cómo pesa la ausencia de "plaza" en los toreros, que llegan repletos de ganas, pero terminan superados por las divisas.
Al novillo se le notaba el deseo de meterse en la fiesta, pero no hubo quién lo sacara a bailar. Ni modo.
El tercer alternante fue Sebastián Hernández, triunfador en la pasada feria de Cali, quien se las vio en primer lugar con un ejemplar de bonita lámina muy en el tipo condecortesano, que fue toreable desde que asomó a la arena. Faena de muletazos decorosos pero sin ligazón y bajos de temple. Estoconazo desprendido y descabello. El público pidió mayoritariamente la oreja, pero el palco se negó a concederla. Todo quedó en vuelta al redondel.
Cerró la corrida otro lidiable novillo al que en sogamoseño pudo acomodarse al comienzo del trasteo, a base de derechazos que alguna esperanza despertaron. Luego, por naturales, el novillo también respondió, pero se le acabó el repertorio al boyacense y, añadiendo manoletinas, terminó una labor que debió marcar un punto más alto.
No pudimos ver una faena redonda, pero el encierro de Paispamba, con su clase, todo lo recompensó. A eso vamos a las plazas: A ver los toros.