Que se sepa, el primero ocurrió en Londres en 1727. Asuntos que hoy en día habrían llenado titulares, en su momento pasaron inadvertidos: Bach, el más grande, se batió a duelo en sus años de su juventud.
Händel, su contemporáneo, por desavenencias casi tira por una ventana a Francesca Cuzzoni. Por un centímetro se salvó de morir bajo la espada de Johann Mattheson que chocó contra el botón de su chaqueta: tenía 18 años. Años después, fastidiados con Arcangelo Corelli porque no tocaba como él quería, le arrancó el instrumento para demostrarle qué deseaba: Corelli, el primer violinista del mundo, de temperamento tranquilo, ni se mosqueó.
Los castrati, primeras estrellas de la música, eran necios, avaros y malcriados, hacían lo que les daba la gana, se bajaban a conversar con los palcos donde la gente comía, bebía, conversaba y jugaba a las cartas. Aparentemente ninguno protagonizó un escándalo. Ese honor correspondió a dos mujeres.
Bordoni versus Cuzzoni
Durante el barroco, los elencos habrían sido exclusivamente de castrati, pero eso era económicamente imposible, por eso recurrieron a las mujeres, que imitaban la técnica de los emasculados.
Algunas llamaron la atención, de Händel por ejemplo. Las más grandes, Faustina Bordoni y Francesca Cuzzoni, casi emulaban con los castrati y eran favoritas de los londinenses. Se aborrecían y se evitaban.
Cuzzoni era feucha, de baja estatura y pésima actriz. Faustina parecía salida de un cuadro de Rubens y actuaba. De estilos diametralmente opuestos, eso tenía a sus admiradores sin cuidado.
El 6 de junio de 1727, por dinero, aparecieron juntas en Astianate de Bononcini. Cada una tenía partidarios; Faustina el Burlington, Cuzzoni el de Peembroke; una favorita de los conservadores, la otra de los laboristas. La rivalidad afloró, perdieron los papeles, una se abalanzó sobre la otra, el público politizado subió al escenario y saldo de heridos. La trifulca fue la comidilla en Londres y le dio la vuelta a Europa.
Wagner pago por un ballet mal instalado
A Wagner lo obsesionaba la idea de una Ópera alemana, en contraposición a la italiana y creía descender espiritualmente de Beethoven. Al principio tuvo que imitar a Meyerbeer con sus óperas en 5 actos y ballet. Se liberó, creó su estilo y resolvió conquistar la Meca cultural de Europa: París.
Le programaron Tannhäuser. Arrogante, contrarió la norma del ballet en el acto central y lo instaló al inicio.
Buena decisión artística, pero socialmente equivocada. Los socios del Jockey acostumbraban cenar, llegaban al acto III, veían el ballet, pasaban al Foyer y se iban de juerga con las bailarinas; los moralistas pensaban que Foyer era en realidad un burdel. Cuando llegaron se les habían adelantado, entonces boicotearon con burlas, silbidos y risas. Tras días de boicot Tanhäuser salió de la programación. Wagner, endeudado y ofendido abandonó la ciudad. Terminó ganando porque se presenta la ópera con el Ballet al inicio.
Escándalo como estrategia publicitaria
Sergei Diaghilev fue el empresario más importante de la historia. Midió sus fuerzas en 1906 con exposición de arte ruso que presentó en el Petit Palais. Al año siguiente conciertos de música rusa, en 1908l Boris Godunov de Mussorgsky con Fedor Chaliapin.
Para 1909 creó su compañía, Los Ballets rusos, una nueva manera de entender el ballet.
La estrella era Vaslav Nijinsky, el bailarín más grande de todos los tiempos, que protegido por él, también ejercía de coreógrafo.
Mezcla de genio y enajenado -terminó en un sanatorio- Diaghilev logró el visto bueno de Debussy para convertir en ballet su Preludio a la siesta del fauno. Nijinsky, muy serio, visitó el Museo Británico para estudiar los vasos griegos, basado en ellos creó su ballet, La siesta del fauno, que él protagonizó, enfundado en un traje ceñidísimo y escenografía de Leon Bask. Flotaba en el aire que estaba desnudo. La noche del 29 de mayo de 1912, además del vestuario, Nijinsky se apartó de los cánones del ballet clásico, las ninfas y el fauno actuaban como un relieve en movimiento. La guinda del pastel vino al final, cuando el fauno se acostó voluptuosamente sobre el velo raptado a una de las ninfas; sus movimientos no dejaban sombra de duda de qué estaba haciendo el bailarín.
El escándalo estalló, la prensa hizo eco y grandes personalidades, como Rodin, entraron en la polémica.
Diaghilev quedó encantado. El escándalo era publicidad gratuita y el aforo del Châtelet se agotaba noche tras noche. Nadie quería privarse de presenciar cómo Nijinsky desafiaba la moral de la época: un escándalo rentable.
Para el año siguiente se programó otro estreno, que por escandaloso también pasó a la historia: La consagración de la primavera, con música de Stravinsky.
Si con el Fauno Nijinsky se alejó de la danza académica, en La Consagración no se alejó sino que la agredió. El 29 de mayo de 1913 en el Teatro de los Campos Elíseos ocurrió el estreno de la partitura más revolucionaria de compositor ruso, coreografiada por un Nijinsky que, sin miedo, fue directamente a los orígenes de la civilización. La esencia misma de la danza académica, el en dehors, es decir, el giro de la pierna, la rotación externa de la cadera, la rodilla y el tobillo dio paso a bailarines tan primitivos que giraban sus piernas hacia el interior: un sacrilegio.
Eso fue apenas el principio. Las protestas se convirtieron en un griterío vociferante que no permitía que la música llegara al escenario. Diaghilev feliz ordenó al director Pierre Monteaux no detener la orquesta, mientras Nijinsky, trepado en un banco a un lado del escenario, a los gritos contaba los pasos y marcaba el ritmo.
Es probable que el de esa noche haya sido el último de los grandes escándalos musicales de la historia.
Los que ocurren ahora, a lo sumo, dan para para una nota en los medios. Nada más.
Por estos lares… ni eso.