Escándalo en los tendidos del ruedo lírico | El Nuevo Siglo
Jueves, 16 de Febrero de 2012

Esto estaba cantado: que la Carmen de Calixto Beitio iba a agarrar fuera de base a la afición bogotana la noche del pasado viernes en el Teatro Mayor.

 

Una tristeza que el teatro no haya advertido en los carteles que esto no era apto para la, líricamente hablando, tan provinciana Bogotá y, mejor, recomendarla a los aficionados del teatro.

 

Ha sido la lucha de la ópera desde que apareció en la tierra en 1597: que los espectadores entiendan que es teatro en música. Pero la afición local, que no tiene ni ojos para ver, ni oídos para oír, ni la atención para enterarse de lo que pasa en el escenario prefirió no dejarse seducir por un espectáculo, teatralmente sublime, dirigido musicalmente por el antioqueño Alejandro Posada de manera sencillamente modélica.

 

Ahora, que Calixto Beitio es un provocador no es un secreto para nadie. Es un hombre de la misma España de Almodóvar, a quien adoran los cinéfilos de Bogotá. Lo que pasa es que la afición operística bogotana -que no sabía hasta el pasado viernes que Beitio existía- porque anda anestesiada con los horrores de la compañía local, cuyo legendario mal gusto apenas se compara con su audacia.

 

Y como anda anestesiada, pues se escandalizó al ver en escena, no a una mezzosoprano cantando la Carmen, sino a Carmen misma, encarnada en la voz la española Jossie Pérez, y a Don José, en la voz del tenor Enrique Ferrer, tosco y burdo como debió ser el protagonista asesino de la novela de Merimée de donde bebe la ópera de Bizet.

 

Porque el público nunca ha terminado de entender, al fin y al cabo qué es ópera. Y muchísimo menos cómo es la francesa, porque si la historia de Carmen es española, su esencia es francesa y, por lo mismo, su fin no es la vocalidad sino la intensidad del drama. Al fin y al cabo si a la partitura se le quitan la Habanera, las castañuelas y las panderetas lo que queda es música francesa pura, cargada de intensidad y erotismo.

 

Porque Carmen no es la más grande de las óperas de tema español sino la primera del realismo; una tragedia del bajo mundo que en su momento le puso los pelos de punta a los guardianes de las buenas costumbres, que ya andaban hartos de la mala fama de las francesas en todos los antros y garitos del mundo.

 

Eso lo que entiende a fondo Beitio. De ahí su preocupación para que «su» dramaturgia no deje lugar a contradicciones: como en los viejos tiempos le ha practicado varias cirugías a la partitura para que, por ejemplo, Don José aparezca en escena al final de la Habanera sin ningún tipo de aspavientos y su voz apenas se la oiga en el dueto con Micaela.

 

En cuanto a la música, pues, que la Orquesta nacional de Colombia dirigida por Alejandro Posada tuvo una actuación gloriosa, sí, gloriosa, por la vitalidad de los tiempos y su compenetración con el drama. Y el Coro de la Ópera tuvo una actuación extraordinaria, a millones de kilómetros de distancia de las cosas que hace cuando trabaja para la compañía local, la pobre compañía local: había que verles saltando como poseídos encima del viejo automóvil de los contrabandistas en el acto II o tirados por todas partes, a medio vestir, sucios, cansados y sudados en la travesía de las montañas del acto III, o extasiados y medio enloquecidos de pasión en la primera parte del último acto, y cantando con convicción.

 

Ahora, en cuanto a los solistas, la cosa es más difícil de juzgar. Obviamente la mezzosoprano Jossie Pérez tiene una voz versátil en materia de colores y matices, su agudo es sólido como una roca y las notas graves parecen salirle de las entrañas. Y la voz de Don José, el tenor Enrique Ferrer, proyecta bien y sin problema en la tesitura alta. La voz de la célebre María Bayo, Micalela, es preciosa y más imponente de como se la oye en los discos. Gloria Londoño, la colombiana encargada de la Frasquita, mostró en Bogotá que si está bajo la dirección de un grande, se crece. Impecable el Escamillo de Simón Orfilla: qué actuación en su duelo con don José del acto III. Difícil de juzgar porque no son cantantes, son personajes que cantan.

 

Para decirlo sin rodeos, todo el elenco funciona, desde las estrellas protagonistas hasta los menos protagónicos, pero no menos importantes: Paz Martínez (Mercedes), Alejandro Fonte (Dancaire), Manuel Franco (Remendado), Sergio Enciso (Zúñiga), Camilo Mendoza (Morales). ¿Todos? Sí, todos. Porque más allá del canto estaban haciendo algo que, con la única excepción de las ya legendarias actuaciones de Sofía Salazar en la década del 80, no se veía en Bogotá: actuar con el cuerpo y con la voz.

 

En lo que a mi respecta, sinceramente la Carmen de Calixto Beitio marca un antes y un después. Comko le ocurrió también a el otro medio teatro, el de los que vieron esto sin prejuicios y quedaron extasiados.

 

 

 

Cauda

Una recomendación para la afición lírica local: estar alerta el próximo año con la Puesta de Calixto Beitio para El anillo del nibelungo en el festival de Bayreuth: los wagnerianos se van a rasgar las vestiduras y habrá llanto y crujir de dientes. Guardadas proporciones ese escándalo está cantado. Como el de los locales que jamás entendieron, ni entenderán, qué es ópera.