Por Emilio Sanmiguel
Especial para El Nuevo Siglo
Las funciones de Piedras en los bolsillos de Marie Jones se vienen desarrollando con el aforo agotado en el Teatro Nacional de la 71 Fanny Mickey. Un éxito absoluto, no me cabe ninguna duda. Pero vale la pena intentar entender por qué el público se ha volcado sobre la taquilla.
Los puntales del triunfo
En primer lugar están los protagonistas, Julián Arango y Antonio Sanint, que son dos actores inteligentes, carismáticos y en cierta medida contestatarios, Arango es un caso raro en el panorama nacional, porque mandó al diablo el cuentico de ser galán, galán y mal actor suelen ser sinónimos en el mundillo de las telenovelas y los seriados, y Sanint, bueno, Sanint nunca lo ha dicho ni lo dirá, pero se ve a la legua que se burla de todo eso. Creo que he pasado por alto afirmar categóricamente ambos son buenos actores, y visto su trabajo en Piedras en los bolsillos, mejores de lo que uno hubiera imaginado.
Enseguida está la obra original, Stones in his pockets de 1996, de la irlandesa Marie Jones, escrita para la compañía del Double Joint Theatre de Dublín, cuya trama se desarrolla en County Kerry en tono de comedia.
Luego viene la buena adaptación de Felipe Botero, capaz de entender la esencia misma del original de Jones y con la audacia suficiente para establecer paralelismos y trasladar la acción a nuestro contexto, sin caer en chabacanerías pero sobre todo sin pretensiones innecesarias y fuera de lugar.
Finalmente entra en juego el nombre del director de escena Pedro Salazar. El más profesional de los directores de escena de su generación en el país. El mejor porque de todos es el único que actúa como un director profesional, el único que entiende que la carrera se construye paso a paso y poco a poco, cargando muchos ladrillos y curtiéndose la piel en el escenario: ha estado cerca de figurones como Patrice Chérau en la puesta en escena de Tristan und Isolde de Wagner, pero no lo suficientemente cerca como para aparecer en los créditos del montaje; trabajó como asistente de dirección del Cabaret del Teatro Nacional y, Sotto voce se afirmó que su mano en más de un momento salvó el montaje del naufragio. Pero lo más increíble es que haya trabajado como asistente de esos pobres jumentos que se encargan de las puestas en escena de la ópera local, que llevan décadas en la brega y ya demostraron ser absolutamente negados para el asunto, porque se afirma que los pocos logros de esas puestas en escena son obra de Salazar… que tiene la paciencia de hacer su carrera poco a poco, paso a paso, colaborando con personalidades como Chérau o con los rocines de la ópera local.
Por último, si la obra tiene éxito en Bogotá y agota la boletería, es porque por una vez en Bogotá han entendido que la tragedia hay que entenderla en clave de comedia. Casi es un privilegio de las sociedades evolucionadas mirarse a sí mismas en el espejo de la ironía: Francia sólo fue capaz de empezar a salir de la depresión de la Guerra Franco-prusiana gracias a las operetas de Offenbach, que ridiculizaban a Napoleón III presentándole como Menelao enLa bella Helena o como Júpiter en Orfeo en los infiernos. La nuestra, como no es una civilización desarrollada, cree ingenuamente que con telenovelas de mafiosos se enfrenta el asunto, pero, bueno, esa es otra historia.
Sanint y Arango
Vuelvo a los primeros renglones, para referirme a Julián Arango y Antonio Sanint. La tentación inicial es afirmar que como son inteligentes y un poco burleteros, no hay que extrañarse de que resulten tan divertidos sobre el escenario. Pero en realidad, creo, no es así. Son dos señores actores, con las condiciones para darle la talla a la dirección de escena de Salazar, a la adaptación de Botero y, obvio, al original de Marie Jones. Buenos actores en los límites del virtuosismo por lo que es evidente, que le dan vida a una sarta infinita de personajes.
Porque lo interesante es que la producción mantenga la tónica de comedia hasta el último minuto. Al fin y al cabo, siguiendo los clichés locales, era más fácil en el último minuto que el montaje tomara visos de severidad y que las luces se tornaran dramáticas para que Arango y Sanint, en tono trascendental recitaran las últimas líneas de la obra con grandilocuencia.
Porque si el espectador no entendió la tragedia agazapada bajo la comedia, pues no son Jones, Botero, Salazar, Arango y Sanint los llamados a dañarle un espectáculo francamente divertido. Otros lo entienden, pero ya cuando han abandonado la sala y se reencuentran con la cruda realidad.
Cauda
El Teatro Nacional de la 71 logró hacer realidad el sueño de Fanny de adquirir la casa colindante en el costado oriental y proveer el auditorio de una salida de emergencia y fácil evacuación. Buena noticia, porque demuestra que, a pesar de su ausencia irreparable, el espíritu de Fanny sigue ahí, en el teatro de la 71 que lleva su nombre: Teatro Nacional Fanny Mickey.