El tenor dejó el alma en el escenario | El Nuevo Siglo
Miércoles, 13 de Abril de 2016

Por Emilio Sanmiguel

Especial para El Nuevo Siglo

El concierto del tenor marsellés Roberto Alagna, la noche del viernes pasado en el Teatro Mayor, arrancó con mal presagio. Pero las cosas, de un momento a otro dieron un viraje de 180 grados y la noche resultó memorable.

 

Primero porque el abrebocas de la noche fue la Obertura de La gazza ladra de Rossini a cargo de la Filarmónica de Bogotá bajo la dirección de Felipe Aguirre, que sonó como si de un ensayo se tratara; demasiados desajustes en las maderas, un trabajo extremadamente elemental en materia de matices, muy poca precisión en una obra que la exige y francamente sosa.

 

Enseguida vino Alagna con dos fragmentos de L’elisir d’amore de Gaetano Donizetti. Obviamente Quanto è bella y la Furtiva lagrima. Quedaron en evidencia dos cosas, la primera, que la voz ya no está para abordar roles que demandan una extrema ligereza, característica que efectivamente Alagna poseyó en el pasado, pero el instrumento ha evolucionado hacia un timbre más spinto que lirico. La segunda, más riesgosa, que no estaba en las mejores condiciones de salud. Eso sí, el aplauso, especialmente para La furtiva fue cerradísimo; más para Donizetti que para la interpretación.

 

Aguirre dirigió enseguida  la Polonesa de Evgeny Onegin de Tchaikovski -que tampoco fue lograda- a manera de abrebocas para el aria de Lensky de la misma ópera, Entonces el concierto dio un vuelco. Porque se sobrepuso a sí mismo, y apareció sobre el escenario el tenor de casta, que hizo lo que se debe hacer en circunstancias de ese talante: ser artista.

 

Tras una, a duras penas aceptable, Obertura de La forza del destino de Verdi, el tenor marsellés, de ancestros sicilianos, cerró la primera parte del recital con una de las arias más comprometidas del repertorio verdiano, Quando le sere al placido de Luisa Miller también de Verdi. Nuevamente se repitió el milagro, porque ya desde la introducción al aria, Oh, fede negar potessi, fue evidente la voluntad del tenor de doblegar su instrumento para obligarlo a entregar al público una versión memorable, apasionada, de ligados impecables y faenas de fiatto de esas que son la rúbrica de los grandes de la ópera.

 

La segunda parte

Abrió la segunda parte el Preludio sinfónico, Op. 1 de Giacomo Puccini, que es muy probablemente se interpretaba por primera vez en Colombia. A todo señor todo honor, porque de las intervenciones exclusivamente instrumentales de la orquesta fue la única que alcanzó estar  la altura de las circunstancias. Las otras a fueron, un desangelado Intermezzo de la ópera Manon Lescaut  de Puccini y el Intermezzo de Cavalleria rusticana de Mascagni, bien, pero nada memorable.

 

El resto del programa sencillamente llevó al público a las estrellas. Primero vino E lucevan le stelle de la Tosca de Puccini, que desató una de las ovaciones más cerradas que el público de Bogotá haya proporcionado a artista lírico alguno en los últimos tiempos. El aria de Pinkerton de Madama Buttefly fue muy aplaudida, pero menos que la de la Tosca, porque no es tan directa en su efusión lírica, pero la interpretación fue asombrosa.

 

Lo que ocurrió después sencillamente no se puede describir con fidelidad. Alagna es un intérprete formidable de Canio de I Pagliacci de Leoncavallo, así lo demostró con su versión de Vesti la Giubba, que cantó enmarcada entre dos fragmentos orquestales, el primero provenía del trozo que se oye luego del aria, y tras el aria, el final de la ópera, un recurso muy efectivo: el aria la recorrió como si estuviera en el escenario y se jugó la vida; muy difícil no dejarse llevar por el apasionamiento y la entrega con que la hizo, el auditorio enloqueció y los gritos de la ovación procedían de todos los rincones del Mayor.

 

Cerró con la escena final de Otello de Verdi, con la entrega y la efusión que exige un momento de tanta intensidad vocal, aunque, los problemas vocales se evidenciaron en un par de momentos, especialmente en el dominio de los matices. Pero nada grave, la verdad..

 

Los “encores” y la moraleja

Sobra decir que hacía rato Algana ya tenía al público doblegado a sus pies. El primero de los encores nuevamente hizo delirar al teatro: Granada de Agustín Lara, el segundo fue Senza nisciuno, la napoletana de Ernesto di Curtis (gracias Sandra Meluk, que me sopló el título de la obra).

 

Moraleja: Roberto Alagna hizo en su presentación del Teatro Mayor lo que no han hecho la gran mayoría de sus grandes colegas en sus presentaciones de los últimos años en Bogotá: darlo todo. Se dice que un artista trabaja en la escena, o bien con el capital o bien con los intereses, eso depende de muchas circunstancias, pero sobretodo del arte que los invade cuando pisan el escenario; los que actúan con los intereses a duras penas consiguen la aprobación, los otros llevan al auditorio a las estrellas.

 

La noche del viernes en Bogotá, Alagna no podía echar mano de los interés porque la voz (él mismo lo evidenció en un par de oportunidades) no estaba en gola, entonces, mejor, le dio paso al artista…