“HAY gente que cuando llega a viejita quiere irse a una finca, o se quiere ir al campo, o a una casa de retiro”, cuenta María Isabel Martínez, sentada en un cuarto de una tradicional fría casa bogotana, frente a una mesa pequeña como de esas para tomar el té. Pero no hay nada que quepa en la mesa. No hay nada que quepa en ningún lado porque todo está lleno de libros, libros y libros.
A medida que se acercaba su edad de jubilación, ella se empezó a hacer la misma pregunta: “¿A qué me voy a dedicar yo cuando esté viejita?”. Ninguna de las opciones anteriores la satisfacía. “¡Yo quiero estar entre libros!”, descubrió. “Mi sueño es llegar a viejita entre libros, ese es mi sueño. Punto”.
Ella iba mucho a librerías. Era de las que compraba libros, se sentaba, se tomaba un café. Llevaba toda la vida leyendo, pero desde hace 20 años leía especialmente mujeres, primero las que eran más populares en su generación, como Isabel Allende y Ángeles Mastretta; y luego otras como Marcela Serrano o Gioconda Belli. Así que, ¿por qué no crear una librería que solo ofreciera libros de mujeres?
En los grandes anaqueles de las que frecuentaba no veía que estuvieran tan destacados los libros de escritoras. “Estaban como por allá, no porque la gente lo hiciera de mala, sino porque las mujeres no han sido reconocidas como escritoras”.
“Mira la historia -asegura-. No fue fácil para las mujeres del siglo XVIII, incluso antes, escribir en un mundo en el que siempre han sido los hombres los que han estado al frente –lo que ellas hacían era visto como nimiedades, como lo cotidiano, la vida de todos los días, explicaría después – y no porque sean malos sino porque simplemente a ellos les dieron la oportunidad históricamente, y ahora nosotras estamos reclamando eso”.
¿Por qué no reclamar ella, aquí, ahora, esa oportunidad? Fue entonces cuando decidió crear una librería donde solo se vendieran libros de mujeres. Investigó: había muy pocas iniciativas así en el mundo. Supo de librerías de ese tipo en Madrid, Barcelona, Tenerife, Buenos Aires, Bruselas. Pero la suya sería la primera librería de mujeres de la ciudad, la única en el país.
En ese momento María Isabel trabajaba en la Secretaría de la Mujer de Bogotá –sus inquietudes no habían salido de la nada, ya que llevaba años trabajando en redes con mujeres, buscando incidir en las políticas públicas. Para ese momento no tenía tantas responsabilidades, ya que su hijo estaba grande, así que con lo que ganaba fue comprando poco a poco libros, muebles, estantes, todas aquellas cosas que ahora decoran este salón.
Cuando llegó el momento, solo pidió un crédito para costear el arriendo del local y decidió hacer parte de un espacio compartido, una ‘Casa de creadores’ ubicada en la calle 56 con carrera 6 en la que varios emprendimientos conviven en un mismo lugar –en este caso, cada uno en un cuarto de una antigua casa de familia de arquitectura londinense.
‘El telar de las palabras’, como decidiría bautizar su librería, estaría rodeado de una tienda de ropa vintage, un estudio de tatuajes, una peluquería especializada en pelos crespos, una pastelería, una huerta urbana y una tienda de cosmética artesanal hecha con base en productos del Pacífico. Así, si vas por un corte de pelo, puedes salir con un libro, o si vas por un libro –¿por qué no? – puedes salir con un tatuaje con una cita de tu escritora favorita.
Y, por supuesto, los hombres también son bienvenidos. No se trata de excluirlos, sino de crear un espacio en el que los lectores puedan tener la seguridad de que encontrarán la escritora que buscan. “Aquí tú llegas a la fija si estás buscando una escritora –asegura María Isabel– y esperamos que la gente sepa que aquí está. Por ejemplo, ensayos sobre feminismo, sobre género, sobre derechos sexuales y reproductivos, sobre la teoría queer. Aquí tú vas a encontrar biografías, crónicas, reportajes de mujeres”, aunque en los estantes se alcanza a ver uno que otro infiltrado, como Eduardo Galeano o Federico García Lorca.
Para lograr esta diversidad no fue fácil convencer a las editoriales. Al comienzo no entendían por qué, de su catálogo, esta librería únicamente se interesaba en las autoras. María Isabel debió aprender a negociar, a tocar puerta a puerta explicando su propuesta, estableciendo alianzas. “Nos ha ido muy bien con esto. Hay editoriales independientes que se nos acercan para distribuir acá los libros. Hay otras que son muy grandes y que nos exigen mucho y todavía no tenemos el músculo financiero”, explica.
El pasado 5 de mayo la librería cumplió su tercer aniversario, celebrado con una charla con la periodista y escritora española Rosa Montero, quien por esos días visitaba la ciudad para asistir a la feria del libro. Desde su inauguración, en este espacio se han hecho presentaciones de libros, recitales, talleres de escritura creativa y un círculo de lectores. Los viernes por la tarde, cada 15 días, llegan unas diez personas solo para escuchar. Se lee durante dos horas, en grupo. Una persona va leyendo en voz alta; el resto escucha.
El pacto consiste en hacer silencio, en comprometerse a no seguir leyendo en casa y, sobre todo, en disfrutar. Se trata de simplemente, dejarse atrapar por la historia. Después no hay discusiones teóricas ni un complejo análisis literario. Importan más los personajes que los tiempos gramaticales; cuenta más la intriga por lo que va a pasar que desentrañar sus técnicas narrativas. “Nosotras lo gozamos, nos reímos, a veces lloramos...”, cuenta María Isabel.
Ahora María Isabel logró construir un nuevo espacio para la lectura, no solo para ella sino para todo aquel que se anime a acompañarla. En el club de lectura ya han leído siete libros, muchos de escritoras colombianas, como ‘Azares del cuerpo’, de María Ospina; ‘Los divinos’, de Laura Restrepo; ‘Memorias por correspondencia’, de Emma Reyes; o ‘En diciembre llegaban las brisas’, de Marvel Moreno, entre otros.
Lo que ella quiere es que este sea un lugar de lectura, de charlas, para que la gente comprenda cómo vivían las mujeres antes, a qué se dedicaban, qué temas escogían. Por ejemplo, ¿en qué contexto escribió Virginia Wolf?, ¿cómo hacía para escribir Jane Austen? Lo hacía en la soledad de la noche, porque no le quedaba tiempo./Agencia Anadolu
*El artículo fue editado del original