Esta es la historia de dos iniciativas, "Otra Escuela" e "Insomnia Teatro", que ha buscado mediante la dramaturgia interactuar con las comunidades
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EL ARTE, desde hace siglos, ha sido aprovechado no solo para el consumo y entretenimiento de la gente, sino también para transformar las condiciones de vida de muchas personas.
Hoy, el “Teatro de lo Oprimido” es una forma de interpretar y aplicar la dramaturgia. Este fue creado por el artista brasileño Augusto Boal e impulsa una forma de hacer teatro optando por romper la idea del actor formal, con el propósito de lograr que las mismas comunidades sirvan como intérpretes de su propia vida y utilicen su cuerpo y su expresión oral para representar los conflictos que están padeciendo y que no podrían ser encarnados por alguien más.
Para Samuel Coronado, uno de los artistas y educadores de la Corporación Otra Escuela, en Bogotá, “la lógica del teatro foro o de lo oprimido es romper con la ‘cuarta pared’ y convertir al espectador en un espect-actor”. Cuenta Coronado, en diálogo con EL NUEVO SIGLO, que este permite que la gente haga parte de la obra brindando soluciones al problema que se plantea, mostrándolas en escena y visibilizando así el panorama del conflicto plasmado en determinada población.
Inicios y actualidad
Esta corporación, que es pionera en implementar esta técnica, la ha utilizado como recurso de transformación social en diferentes poblaciones. Inicialmente nace como una organización para el acompañamiento y asesoramiento pedagógico para docentes y gracias a una beca con el Instituto Paulo Freire, de Berlín, empieza a enfocarse en la educación para la paz mediante el Teatro de lo Oprimido, una metodología que el instituto les planteó y ellos recibieron exitosamente.
“Apenas nos encontramos con esa herramienta fue como la luz porque a través del arte se pueden tramitar muchas cosas, no solo un tema discursivo si no también el poner en la práctica las historias, las emociones y los conflictos”, explica Coronado, quien además rescata la facultad polisémica del teatro, el cual abre el panorama para entenderlo de muchas maneras y propone soluciones diferentes, a partir del punto de vista de cada uno de los involucrados.
Por esta razón decidieron hacer este tipo de teatro a través del trabajo comunitario, durante tres años, haciendo a su vez un acompañamiento psicosocial con jóvenes y niños entre los ocho y 20 años en el barrio Cazucá. La iniciativa tuvo como resultado dos piezas de Teatro Foro. Una de ellas tenía que ver con el microtráfico, en el cual ellos y ellas actuaron y contaron su historia y quienes recibían la obra era la misma comunidad, quien participaba y aportaba soluciones a dicha problemática. La otra era acerca del maltrato a la mujer, una situación cotidiana en varios sectores.
Este proyecto tuvo un impacto en la comunidad, permitiendo así visibilizar otras problemáticas que aunque no trataron en las obras, indirectamente los aquejan, como el matoneo, la escasés, la pobreza, la desescolarización, la delincuencia, entre otras.
Otra iniciativa netamente social
Ubicado en Bosa, “Insomnia Teatro” es otro colectivo que cumple una función social. De él hacen parte actores, docentes y estudiantes de la Licenciatura en artes escénicas de la Universidad Pedagógica, quienes trabajaron mediante el “Teatro de lo Oprimido” con dos poblaciones, ambas con necesidades diferentes.
Junto al hospital de Laureles en Bosa trabajan utilizando entidades culturales y artísticas para tratar el tema de educación sexual sin acudir a métodos tradicionales. Deciden utilizar la propuesta de Augusto Boal como alterativa para acercase a los adolescentes de los grados noveno, décimo y once, una de las poblaciones más complicadas por la edad en la que se encuentran. Gracias al sketch que este grupo presenta, los jóvenes se animan a actuar y a brindar soluciones al conflicto allí planteado.
Sin duda, esta forma de hacer teatro resulta un recurso muy valioso enfocado en la educación. “Lo más difícil es entender que es educar y transformar mediante el teatro y en espacios no formales, tenemos la concepción de aprender mediante las instituciones pero debemos animarnos a entender que en otros espacios de la vida también hay procesos de educación” le dice Fabián Monroy a este Diario, uno de los integrantes del colectivo.
Basados en esta premisa, otro de sus proyectos fue con 11 abuelas de un ancianato en Bosa, con quienes abrieron un espacio para escuchar sus relatos e historias de vida, con el fin de darle voz a una comunidad vulnerable y en buena parte, desconocida, y que ha ido perdiendo importancia. “Todo el proceso giró en torno a ellas y a sus historias sobre el amor. A partir de la lectura dramática de ‘El amor en los tiempos del cólera’ se detonaban temas sensibles y semana a semana recordaban más cosas de su infancia y adolescencia, algo de lo que no hablaban hace años” cuenta Monroy.
“Estos diálogos sería bueno hacerlos con quienes se resisten a él, personas que no tienen nada que ver con el arte ni la educación sino con personas que están en el mundo y tienen sus conflictos. Es muy valioso llegar a estas personas para aportar con esa cultura de paz, que es de vida y es de mundo. Es todo un proceso y es una acción de multiplicación” concluye Coronado.