Por Carlos Martínez Simahan
Especial para EL NUEVO SIGLO
La mundialmente conocida obra de Gabo tiene la marcada influencia de la saga de Márquez de Aracataca, tal vez porque eso imperó en su familia. Sin embargo, siempre me ha causado curiosidad y, hasta inquietud, que no se haya destacado el peso que tuvo en la misma, La Mojana, Sucre.
Es mi padre, Hermógenes Martínez, quien gestiona que los padres de Gabo y él mismo se trasladen a Cartagena. En La Mojana, Gabriel Eligio (el padre de Gabriel) fungía como médico homeópata, que era la profesión que le gustaba, y tenía una farmacia. El traslado a Bolívar lo hacen en los años 50’s y básicamente por las eternas inundaciones que se vivían y viven en esa región.
Gabriel Eligio era el hijo mayor de Gabriel Martínez, educador de Sincé y hermano de mi padre Hermógenes, al igual que de Plinio. En total fueron seis hijos. Tres hombres y tres mujeres, hoy día todo, fallecidos. Hace muchos años, el papá de Gabriel tuvo algunas diferencias con el abuelo y por ello decidió tomar el apellido de su madre: García. De allí que el primer apellido de Gabo, mi primo, es García.
Mi padre instala a mi tío y su familia en Cartagena, en una casa del barrio La Popa, en 1951. En ese entonces yo hacía mi primer año de bachillerato y Gabo estaba trabajando en El Heraldo, de Barranquilla, pero todos los fines de semana viajaba a Cartagena. Así, durante mucho tiempo compartimos en el cuarto, donde en las noches nos poníamos a hablar. O mejor, él hablaba y yo escuchaba con fascinación sus relatos, porque eso eran, relatos magnificados de cualquier tema
Para mí siempre fue un ser admirable, con una prodigiosa imaginación. En ese momento, para un joven de 11 años muy provinciano como yo, oírle relatar sus cuentos y fábulas, explicando su trabajo en el periódico, era fascinante.
De allí nació una amistad cercana, sin ser íntima, porque la vida nos fue separando. Sin embargo mantuvimos siempre una comunicación bastante fácil con él y con toda la familia.
Recuerdo una anécdota de esa época de mi adolescencia cuando cualquier día me levanté para ir al colegio y vi las monedas que mi padre semanalmente me dejaba. En la noche, cuando fui a tomarlas y Gabo me dijo eran suyas. En seguida comentó “no te preocupes, cógelas pero me las tienes que devolver porque los grandes también somos pobres”.
Siempre he sostenido, sin ser crítico literario, que me extraña porque ni los críticos ni admiradores de la obra de Gabo le han dado el suficiente valor de la región de La Mojana en sus escritos. Es cierto que en Aracataca desarrolló toda su imaginación, pero si empezamos con su primera obra, Los Funerales de la Mama Grande, todo se desarrolla en La Mojana, específicamente en la zona de La Sierpe, corregimiento de Sucre. Por esa zona, cuenta Gabo que llegó el hombre que pisó la leyenda cuando se murió La Marquesita, que al paso de sus innumerables ganados iban naciendo los arroyos. También Crónica de una muerte anunciada ocurre en Sucre.
Otra muestra de la influencia de La Mojana está en que allí es tradicional que se repitan los nombres. Así se encuentran muchas personas llamadas Santiago Álvarez, Manuel Sampayo, u otros. Yo creo que Gabo magnificó la repetición de nombres de la familia y por eso toda la historia de los Aurelianos y los José Arcadio.
Gabo siempre fue un hombre especialmente sencillo, espontáneo de buen humor y con un saludo que invitaba a la intimidad. Era especialmente buen amigo y esa es una de sus cualidades esenciales porque gozaba con eso. Decía que escribía para que lo quisieran más sus amigos.
Siempre tuvimos un trato muy familiar. Ni mi papá ni yo ni vimos ni sentimos la lejanía de la figura universal en que se fue convirtiendo. Siempre que nos encontrábamos y conversábamos, en Cartagena, hablábamos largo, con el mismo trato afable y querido. Nuestro tema generalmente era la Cartagena que él vivió en los años 50 y 60, y de la que alguna vez pensó no lo comprendió bien. La razón en ese momento fue que él era un escritor revolucionario de las letras y con algún tinte de izquierdismo y la ciudad, por su idiosincrasia era muy conservadora. Pero eso rápidamente se fue decantando y cambió. En poco tiempo, cuando salía por sus calles recibía la calidez y el fervor popular.
Muchas personas no entienden por qué Gabo, su esposa y su hijo se fueron a vivir a México. Y lo que pasa fue que allí encontró, muy rápidamente, una oportunidad laboral muy rentable. Allí trabajó en el cine, haciendo guiones, hay que decir que fue un cineasta de primera categoría. Entonces tal vez ese sustento importante fue lo que allí lo arraigó.
Sin embargo él tenía mucho orgullo por Colombia y sobre todo de ayudar al país. Así lo hacía saber constantemente. Recuerdo una vez que lo fui a visitar a México y me recibió diciendo “Carlos esta casa es Colombia, todos los días me refiero a Colombia, mi país”.
En esa ocasión estaba particularmente alegre porque estaban por iniciarse las conversaciones con el ELN, me dijo que había hablado con Antonio García, quien le había manifestado que estaba dispuesto a hacer la paz. Ese episodio lo tenía muy optimista. En momentos claves de Colombia estuvo muy involucrado en ayudar a la paz. Sin embargo esa fue su gran frustración, porque la subversión nos ha frustrado a todos.
No se sabe si Gabo era el escritor más leído pero estoy seguro de que si era el más querido del mundo.