Contar la historia detrás de los archivos fotográficos y de lo que está oculto en las cartas familiares fue la inquietud que despertó en Catalina Navas el impulso por continuar apostándole a la novela con el libro “El movimiento de la crisálida”, el cual se lanzó este mes bajo el sello Alfaguara.
En esta, su segunda novela, la escritora bogotana les devela a sus lectores la historia de Pedro Caballero, un joven del barrio Calvo Sur, hijo de un hombre que tiene su familia y su vida oficial en un mejor barrio de Bogotá. Pedro está acostumbrado a crecer en las márgenes. Asiste a un colegio de hombres que ahonda su soledad, y su fascinación por el Cristo que cuelga en la iglesia. Al terminar el bachillerato, sale de su casa chica y viaja a Estados Unidos, a finales de los 80, con el propósito de romper la coraza que lo aprisiona y ampliar su mundo. Pero allí encuentra nuevos cercos.
Navas, quien fue una de las ganadoras del primer concurso de cuentos de ciencia ficción convocado por Colciencias, ha publicado “Camino de hielo”, “Las mujeres de la Independencia” y “Correr la tierra”, su primera novela.
La literata, que también es bibliotecaria en la Red Distrital de Bibliotecas Públicas de Bogotá, le develó a EL NUEVO SIGLO el origen de “El movimiento de la crisálida”, sus inspiraciones y las preocupaciones de la nueva generación de escritores.
EL NUEVO SIGLO: ¿Qué la inspiró a elegir el mundo de las letras?
CATALINA NAVAS: Aunque estudié literatura, siempre me había parecido que la escritura era algo muy lejano de lo que podía hacer en mi oficio, pero desde hace 12 años tengo una práctica constante de diario. Soy muy juiciosa en el registro de la realidad en mi diario y de repente se fueron convirtiendo algunas de esas cosas que escribía en la posibilidad de una historia de ficción.
ESN: ¿Qué autores han sido referentes para su narrativa a lo largo de su trayectoria como escritora?
CN: Mi primera y esta, mi segunda novela, están atravesadas por la Biblia, a pesar de que para nada sean libros católicos, pero sí está el hecho de haber crecido en un país católico. Diría que esas primeras narraciones o ese primer universo de la ficción y la poesía están dados por la narrativa católica.
Últimamente para este libro releí un montón por ejemplo a Pedro Lemebel, Fernando Molano Vargas, el escritor colombiano que murió muy joven pero que dejó una obra muy interesante, Reinaldo Arenas y un libro de cuentos que publicó Laguna hace algunos años de Luis Negrón, que se llama “Mundo cruel”, entre otros. Alonso Sánchez Baute también, con su novela clásica “Al diablo la maldita primavera”. Estos fueron referentes de cómo narrar esa ciudad desde donde me interesaba. También Antonio Caballero con “Sin remedio”, que es un clásico bogotano.
ENS: ¿Cuál cree que son ahora las preocupaciones de las plumas más contemporáneas?
CN: Cada autor tiene unas búsquedas estéticas. Creo que hay una cosa que es común, algo de lo que me alejo en este libro pero que definitivamente había experimentado en el primero, y es el asunto de hablar desde el yo, de ficcionar la propia experiencia o partir de ahí.
Pero con esta segunda decidí romper con esa premisa de una manera radical porque el personaje que está en esta novela es una voz completamente opuesta a cualquier cosa de lo que se hubiera podido escribir y fue un ejercicio muy interesante pero también muy riesgoso, porque es un intento de hacer literatura muy opuesta a lo que uno hace normalmente, lo cual no está tan de moda en estos días, en los que la literatura es tan testimonial.
ENS: Este mes lanzó su segunda novela “El movimiento de la crisálida”, ¿cómo llega a su pluma esta historia?
CN: Tengo un proyecto de tres novelas y esta es la segunda, que están montadas o basadas en archivos familiares, archivos de cartas, fotos y de relatos que han quedado en la historia de la familia.
Esta es una historia que se construye a partir del archivo fotográfico que dejó mi tío, por parte de mi mamá. Él vivió mucho tiempo en Estados Unidos, emigró porque supongo que vivir en los años 70, en Bogotá, siendo gay, era muy difícil y sigue siendo difícil, pero es esa época mucho más, Entonces él se fue y todo el tiempo que estuvo por fuera dejó este archivo de fotos y cartas que fueron quedando ahí. Algunos años después, cuando llegué a ellas y las vi, me di cuenta de que había una historia que había que contar y que había un personaje con ganas de narrarse así mismo. A partir de esos documentos construí esta novela.
ENS: La memoria, la familia y la enfermedad son constantes de esta obra, ¿por qué elegir estos pilares para el libro?
CN: Creo que estamos muy familiarizados con la importancia de construir otras historias, por ejemplo, de narrativa nacional. Pienso en la exposición que está ahora de la Comisión de la Verdad en el Museo Miguel Ángel Urrutia del Banco de la República, que nos recuerda esa distancia que hay entre los archivos que construye el gobierno y la memoria que intentó construir, por ejemplo, sobre la Toma del Palacio de Justicia y cómo esa intervención estatal sobre los archivos fue determinante para la manera en la que narramos la historia del país.
Sabemos de la importancia que hay en la historia del país, pero sobre los relatos familiares no hemos puesto tanta atención. Tendemos a pensar que lo que nos cuentan los mayores es lo que ocurrió de verdad y siento que hay que ponerle el ojo a los relatos familiares porque es otra forma también de narrar Colombia y lo que nos sucede.
Me interesa intervenir en esa historia familiar, en lo que se cuenta de nosotros, en la manera en que las familias han hecho memoria de sí mismas y de lo que nos rodea para preguntarse muchas cosas como: ¿sí hay verdad en eso? o ¿qué tanta verdad hay?
ENS: Esta es su segunda novela, ¿qué la ha impulsado a seguir apostándole a este género?
CN: Es un género que me gusta mucho, el que más leo, con el que me siento cómoda y en el que siento que me interesa explorar otras herramientas. Por ejemplo, mi primera novela era de formación, que cuenta la historia de un personaje joven que sale al mundo para hacer descubrimientos sobre sí mismo y vuelve cambiado, haciéndose preguntas sobre la identidad; entonces me interesaba ejercitarme en ese género de la novela de formación. Tengo también como referentes las narrativas testimoniales latinoamericanas. Por eso acudí a Elena Poniatowska o Rigoberta Menchú, al género del testimonio latinoamericano, para construir una suerte de falso testimonio, una falsa novela testimonial que narrara eso.
Me interesa explorar, hacer mi propia versión de este género y unas aproximaciones a lo que otros autores han hecho. Me parece muy emocionante experimentar por ese lado. No lo siento con otros géneros.