Por Emilio Sanmiguel
Especial para El Nuevo Siglo
LOS APLAUSOS del respetable fueron tan calurosos, que Alexandre Moutouzkine resolvió regalar, no uno, sino tres encores al final de su recital de la noche del pasado sábado en el Teatro de Colsubsidio: Lilacs de Rachmannov, El otro estudio y Niña con violín.
Fue el perfecto final para un concierto marcado por la excelencia. Porque Niña con violín de Ernán, así, sin hache, López-Nussa es una composición cubana, una danza en realidad, que Moutouzkine interpreta con tanta autoridad en el estilo que hasta la ha tocado en el Encuentro de jóvenes pianistas 2014 de La Habana.
Final perfecto para una noche que abrió con su versión limpísima de la Suite francesa nº 5 en sol mayor de Johann Sebastian Bach, porque resultó imposible sustraerse a la firma extraordinaria y reflexiva como recorrió su inmortal Sarabande, la gracia absoluta del Bourée, la finura de la Gavotte y el impresionante control de las “voces” de que hizo gala en los movimientos extremos de la suite: la allemande y la gigue final.
Enseguida vino la transcripción de Sergei Rachmaninov sobre tres movimientos de la Partita nº 3 en mi mayor para violín solo, también de Bach. Si en la Suite Moutouzkine fue escrupulosamente cuidadoso del estilo, en la transcripción sí se permitió ciertas libertades. Lo interesante de lo que hizo fue que cada uno de los movimientos lo inició con la máxima pureza estilística, sonido controlado y nada de pedal, pero a medida que avanzaba, especialmente en el Preludio y particularmente en la Gigue, el sonido se ampliaba paulatinamente hasta alcanzar dimensiones avasalladoras, pero, esto fue lo más importante, sin que el sonido perdiera calidad, sin descuidar la musicalidad y manteniendo la más absoluta limpieza; los movimientos de la Partita parecían venir desde el siglo XVIII para llegar a la grandilocuencia sonora del romanticismo tardío de principios del XX.
La primera parte cerró con su transcripción de tres escenas del “Pájaro de fuego”, el ballet de Igor Stravinski. Difícil pasar al papel lo que en el teatro fue pianismo de altísimo bordo. Porque hubo pirotecnia virtuosística, sin duda, pero también derroche de musicalidad. Primero por el atinado criterio en la selección de los fragmentos: la brumosa y etérea primera escena del ballet, luego el chispeante Pas seule del pájaro de fuego y finalmente la desbordada Danza infernal, pero es que además la suya no fue una transcripción, digamos, literal, sino selectiva, que tomó partido por los acentos más osados e innovadores de la partitura original, de la cual se dice, le dio sepultura al pasado y sentó las bases para La consagración de la primavera.
La segunda parte estuvo consagrada a los “12 Estudios, op. 25” de Federico Chopin. Otro suceso pianístico, porque las legendarias dificultades del ciclo, parecieron no plantearle ningún tipo de problema técnico, sino que a la hora de la verdad se convirtieron en un inmejorable vehículo para hacer música de la mejor calidad; es decir, que no hubo rastro alguno de virtuosismo en su manera de resolver los estudios y sí pasión, limpieza y gracia.
Un recital, sin duda, excepcional, por eso no fue sorpresa la recepción del público que, como dije, salió ampliamente recompensado y con el sabor cubano de esa Niña con violín del cubano López-Nussa
Hoy puede ser una gran noche
Las noches muy excepcionales no suelen ser las más frecuentes en la magra vida musical de Bogotá. Por eso la Serie internacional de grandes pianistas ocupa el lugar que ocupa en el menú cultural local. La de esta noche tiene todos los visos de una experiencia de esas llamadas a ser recordadas por mucho tiempo.
Porque El Arte de la Fuga BWV 1080 es una de las obras cumbres no del barroco sino de la historia, y jamás ha sido tocada en Colombia, en su versión para teclado. De hecho hay toda una polémica respecto de cuál debe ser el medio más adecuado para llevarla al público, y hasta algún audaz ha resuelto especular que es una partitura para ser oída mentalmente; y todo parece indicar que el teclado es el medio más adecuado para hacerlo.
El pianista franco-suizo Cëdric Pescia la llevó al disco y los comentarios de la crítica especializada no han ahorrado elogios; la ha interpretado ya en muchos escenarios; de hecho acaba de hacerlo en Bruselas. Esta noche es el turno para Bogotá.
Sin exagerar puede decirse que la de esta noche es toda una prueba para el público. Porque en El Arte de la fuga el auditorio se va a enfrentar con una composición colosal en sus objetivos, que deliberadamente evade las exhibiciones de virtuosismo o cosas por el estilo, para darle cabida a la inteligencia del interprete puesta al servicio de una música cerebral, matemática, cuya belleza emana de la profundidad del pensamiento del más grande compositor de la historia.
Interesante la expectativa que despierta cuál vaya a ser la reacción del público, porque la última fuga de la obra quedó inconclusa, la enfermedad no le permitió al compositor terminarla, la música sencillamente se diluye y el público de Bogotá jamás ha vivido una experiencia similar.