Por Emilio Sanmiguel
Especial para EL NUEVO SIGLO
La escena final de «El carnaval del diablo» es francamente sobrecogedora. Lo es porque es al mismo tiempo metáfora y cruda realidad.
Los bailarines-actores rodean a quien en ese momento se convierte en protagonista y, en ese momento, el centro de gravedad del espectáculo. Poco a poco, como si de un rito se tratara, le van despojando del vestuario, lo que, aparentemente, en el lenguaje dramático propuesto por el coreógrafo Tino Fernández sobre la dramaturgia de Juliana Reyes, tiene un significado más profundo. El rito descubre la exposición de una realidad. Porque al despojarle de lo superfluo se revela a los espectadores que la situación sobrepasa las apariencias. Como acción teatral la escena es perfecta, al desnudarle los pies parecería que algo no está bien del todo y unos segundos más adelante se revela que este bailarín tiene mutilada una de sus piernas. Finalmente queda solo, indefenso, permanece así sobre su única pierna; van cayendo las luces y el «Carnal del diablo» llega a su final; es inevitable no ver en la escena a ese soldado mutilado de Miguel Ángel Rojas.
El «Carnaval del diablo» de Riosucio en Caldas es una fiesta ampliamente conocida del patrimonio inmaterial de Colombia. Es, en la creación de L’explose, apenas el punto de partida para plantear una reflexión sobre la realidad nacional. Tino Fernández y Juliana Reyes no cedieron a la tentación de quedarse en la anécdota folclórica; mejor optaron por ir a la esencia misma del carnaval como metáfora de ese momento fugaz durante el cual, aparentemente todos son iguales amparados en el secreto de la fiesta.
Porque a lo largo de la obra van desfilando ante el espectador todas las realidades de un país que vive desde siempre sumido en el desasosiego. La violencia en todas sus facetas hace presencia en las diversas escenas, y en medio de la fiesta y el baile desfilan todas esas cosas que terminan siendo cotidianas, porque no hay alternativa, hay que convivir con ellas e intentar convivir con ellas, como en el carnaval. Uno de los personajes se lanza con ferocidad sobre las instituciones y con un látigo castiga lo que queda de un crucificado y otro baña su cuerpo con el producto del derrame de crudo en otro rito patético. También es patética esa imagen cuando los cadáveres se van arrumando uno sobre otro, o la pareja tan indefensa que ejecuta los movimientos que, como si fueran unas marionetas, otros le obligan a realizar.
Lo que hay que aplaudir de la propuesta es haber conseguido hilvanar las escenas hasta convertirlas en una realidad coreográfica, en un todo indivisible que la noche del pasado viernes, en la sede de L’explose en Galerías, logró atrapar la atención del espectador durante la hora que duró el espectáculo.
Es el resultado de varios factores. El primero, claro, llevar al escenario de la danza la tradición de siglos de someter una creación a los aportes de un dramaturgo, Juliana Reyes, con un coreógrafo, Tino Fernández, y la entrega de los bailarines-actores Luisa Fernanda Hoyos. Ángel Ávila, Yovanny Martínez, Wylman Romero, René Arriaga y Jairo Antonio Riascos, en el marco de la escenografía y vestuario de Laura Villegas (parece que es ya una figura indispensable en lo suyo), un factor que no hay que pasar por alto son las logradas luces de Humberto Hernández y Giovanny López y la música incidental de Camilo Giraldo.
Todo se aúna para la creación de un espectáculo que es, desde todo punto de vista, profesional. Sin embargo, el secreto está, parece ser, en la manera de resolver coreografía y dramaturgia, Tino Fernández y Juliana Reyes no tienen miedo de ser trasgresores y esa es finalmente la rúbrica de sus trabajos en L’explose. Porque tienen la lucidez de entender que el suyo es un medio que demanda estar al día de las corrientes internacionales, pero, paradójicamente anclados en la realidad y contexto que les rodea.
Así lo han demostrado a lo largo de sus trabajos, que no se repiten. En «El carnaval del diablo» la balanza se inclinó más hacia lo teatral y la danza misma estuvo más al servicio de la idea que a la demostración de las condiciones estrictamente dancísticas; los guiños a la academia, presentes en otras obras suyas, aquí son inexistentes y, muy en el lenguaje de la danza, hay más trabajo de «piso» que baile «aéreo», parece lógico en medio de una propuesta que quiere evitar la belleza del movimiento en aras de un expresionismo trágico.
Sin duda es una obra de fuertes contenidos, pero también una creación necesaria, justamente por lo que ella plantea: que estamos anestesiados, y convivimos con una realidad espantosa, como los protagonistas del «Carnaval» que bailan como posesos –porque cuando bailan lo hacen como posesos- en medio de la fiesta.
CAUDA
La polémica planteada alrededor del Teatro Nacional y el Festival Iberoamericano de Teatro es un asunto de marca mayor. Lo que está en juego no es cualquier bagatela, es el legado de Fanny Mickey. Deja el asunto la sensación de que se buscan chivos expiatorios, que la secreta ambición de echarle el guante es desmedida, que sólo se han oído verdades a medias y no es buena cosa que el Estado vaya a terminar manipulando la situación…