A esto hay que hacerle introducción. En el Teatro Mayor la temporada de danza se llama Alma en movimiento. Un título que no puede ser más apropiado, y no voy a hacer aquí un recuento de la historia de la danza, porque no es el caso. Lo que sí es un hecho es que el hombre baila desde el principio de los tiempos por una necesidad esencialmente espiritual. En la antigüedad para comunicarse con la divinidad y después para expresar inquietudes que vienen de lo más profundo de la inmaterialidad de los seres humanos: el alma.
Por eso tan atinado el título de una temporada, que en el lapso de apenas dos semanas trajo al Mayor dos espectáculos, contemporáneos y radicalmente diferentes: la noche del jueves 1 de noviembre el grupo Israelí Vértigo Dance Company y el pasado miércoles 13 el Ballet Preljocaj de Francia.
White Noise
Vertigo Dance Company viene trabajando en Israel desde 1992, bajo la dirección de Noa Wertheim, nacida en los Estados Unidos, pero formada artísticamente, primero en Netanya y luego en Israel.
Es la autora de la coreografía White Noise -Ruido blanco en castellano- del año 2008, que aplaudió sin reservas el auditorio la noche del jueves 1 de noviembre. Como espectáculo, hunde sus raíces en la tradición de la danza moderna y, naturalmente se ubica en las Antípodas de lo narrativo. Sin embargo, resultó evidente que se trata de una creación cuidadosamente planeada. Valga una explicación: tras el resultado que el público contempló, no hay cabida a la arbitrariedad, en este caso la complejidad de las relaciones entre los seres humanos; casi podría hablarse de un libreto que Werheim desarrolla mediante una estructura de lograda solidez, porque el espectáculo, muy dramático por cierto, se enmarca en dos escenas de conjunto que en su interior permiten una secuencia de «episodios»: tras la primera escena viene una sucesión de «solos» y escenas de conjunto, que se alternan en el marco de la variada propuesta de luces de Dani Fishof-Magenta. Se trata de una secuencia determinada por las intenciones dramáticas de la coreógrafa, que se acentúa por la forma como es utilizada la música, casi a la manera de una «Suite», episodios tranquilos contrastan con otros de fuerte intensidad, para finalmente desembocar en el «final» de misterioso dramatismo.
Es decir, que lo visto no le brindó tregua a los espectadores del teatro, simplemente porque está bien construido y complementado con el buen vestuario de Sasson Kedem y, desde luego, por la calidad de los bailarines.
Romeo y Julieta
El mundo del ballet es menos dogmático, por ejemplo, que el de la ópera. Hay más libertad y el público está más abierto, por ejemplo, para ver una nueva coreografía de Romeo y Julieta utilizando la música de Prokofiev. Porque, sin ir más lejos, la primera versión, con la gloriosa música de Prokofioev, tuvo la coreografía de Lavroski en 1940, luego vinieron, entre otras, las de Ashton, Cranko, Mac Millan, Cullberg, Neumaier y esta, de Angelin Preljocaj de 1996, la vista el pasado miércoles en Bogotá.
Preljocaj, francés de ancestro albanés, hay que decirlo, es uno de los más prestigiosos coreógrafos de nuestro tiempo y su propuesta una de las más audaces creadas sobre el drama original de Shakespeare.
Es audaz porque no sigue al pie de la letra los lineamientos del drama, aunque sí respeta su esencia: un romance en el marco de hondas rivalidades donde hay cabida a aspectos sin duda novedosos: la política y el erotismo. Evidentemente el coreógrafo busca establecer una distancia sideral con las creaciones anteriores, ya no se trata de superar la «marcación» del precioso «Pas de Deux del balcón» de Mac Millan o de algunas de las logradas escenas de Cranko, sino de hacer algo nuevo. De hecho lo es.
Para lograrlo, requiere de la escenografía de Enki Bilal y vestuario de Bilal e Igor Chapulin. También de esas luces sombrías de Jacques Chatelet y de los fragmentos musicales del británico Goran Vejvova que se alternan y mezclan con la música de Prokofiev.
Pero, como en el caso de los israelíes, requiere de un sólido elenco de solistas, como los vistos en el Mayor: la formidable Julieta de Léa De Natale, el convincente Romeo de Laurent de Gall, el ágil Mercucio de Leonardo Cremaschi, las divertidas nodrizas de Théa Martin y Anna Taratova, el arrogante Tebaldo de Marius Delcourt y todo el corps de ballet de la compañía.
Todo ello redondeó un espectáculo para que el público, como ocurrió la noche del miércoles, aplaudiera sin reservas otro Romeo y Julieta con la música de Prokofiev.