Madgy Tahami mira boquiabierto lo que queda del pequeño museo egipcio de Mallawi. El suelo está salpicado de cristales rotos y en las vitrinas solo queda alguna pieza de las más de mil que albergaba.
Antes, antigüedades, estatuillas, objetos de oro y joyas contaban la historia de Egipto desde la era faraónica hasta los califatos musulmanes de los Omeyas a los Fatímidas, del siglo VII al XII, pasando por antigüedades griegas y romanas.
Desde hace 20 años, estos tesoros históricos eran toda la vida de Magdy. "Este museo me gusta más que mi casa. He pasado en él más tiempo que en mi casa. Es como si hubieran robado, saqueado, destruido mi casa", confiesa triste a la AFP.
Tanto para él como para sus colegas, el museo de Mallawi, a 70 kilómetros de Mynia, una ciudad del Alto Egipto al sur de El Cairo, ha pagado un alto precio por la represión sangrienta de los seguidores del presidente islamista Mohamed Mursi, depuesto por el ejército a principios de julio.
El 14 de agosto, poco después de que la policía y el ejército lanzaran una operación que dejó un baño de sangre en la capital, en la que murieron centenares de seguidores de Mursi en pocas horas, varios centenares de hombres armados atacaron el museo.
Aunque nadie apunta claramente a los asaltantes ni a los saqueadores, los muros que rodean al edificio tienen eslóganes favorables al presidente destituido.
"Sí al islam, sí a los Hermanos Musulmanes", proclama uno de ellos, mientras otro amenaza: "Sisi, estamos llegando" en un mensaje para el general Abdel Fatah al Sisi, nuevo hombre fuerte del país que anunció en la televisión la destitución de Morsi el 3 de julio tras las gigantescas manifestaciones contra el ex presidente islamista del Estado.
En esta región, donde vive una importante minoría cristiana, los islamistas radicales claman regularmente por la destrucción de estatuas y antigüedades, pero no han sido las únicas víctimas.
Muchas iglesias y propiedades de coptos han sido saqueados.
Alertados sobre los sangrientos acontecimientos en la capital, los empleados cerraron el museo y se atrincheraron en el interior con una decena de policías, pero no pudieron evitar los daños, dice Magdy.
Lo describe como un "campo de batalla". Se oían disparos pero "no se sabía ni de dónde procedían ni cuáles eran los blancos".
Tras varias horas, la casi totalidad de las 1.089 piezas del museo habían desaparecido o fueron destruidas, algunas incluso quemadas, dice Magdy. Para la UNESCO, el ataque dejó "daños irreversibles para la historia y la identidad del pueblo egipcio" en un país jalonado de maravillas arqueológicas y piezas de la antigüedad.
"Se llevaron todo. Las pocas piezas que dejaron porque no podían llevárselas las destrozaron", dice Magdy que señala al suelo y dice: "Aquí quemaron una momia".
La policía egipcia anuncia cada día que ha encontrado nuevas antigüedades. Hasta ahora ha logrado recuperar 221 objetos de los centenares desaparecidos.
Temiendo que aparezcan en el mercado negro de los coleccionistas, la UNESCO "recuerda que los objetos procedentes del museo están identificados y registrados a nivel internacional, por lo que su venta es ilegal tanto dentro como fuera de Egipto".
En las salas del museo, el suelo está tapizado con cristales rotos y repisas de madera.
Frente a la puerta de entrada del museo que todavía tiene impactos de balas, Jalil Husein, encargado de la seguridad, contempla en silencio la calle llena de coches calcinados.
"Al día siguiente del ataque, vino una delegación oficial a verificar los daños. En ese momento, un francotirador mató a nuestro colega Sameh Ahmed Abdel Hafiz, que trabajaba en la caja, cuando estaba en el patio", cuenta.
Durante la revuelta que llevó a la caída del todopodersoso presidente Honsi Mubarak, en febrero de 2011, varios museos fueron saqueados, en particular el de El Cairo, situado cerca de la Plaza Tahrir, epicentro de las manifestaciones.