Musicalmente el mejor de los realizados hasta hoy, pero en materia de público no se ven progresos: el mismo jet set de las inauguraciones y cocteles en Bogotá.
Por Emilio Sanmiguel
Terminó el pasado fin de semana el VII Festival internacional de Música de Cartagena. Musicalmente el mejor de los realizados hasta hoy. Aunque en materia de público no se ven progresos: el mismo jet set de las inauguraciones, cocteles y parrandas vallenatas de Bogotá con delegaciones de los capítulos correspondientes de Cali, Medellín y, claro, Cartagena, la ciudad anfitriona. Los melómanos se cuentan con los dedos de una mano.
Alegarán los jet-seteros que también ellos tienen derecho a culturizarse. Y ¡tienen razón! Porque una buena parte de ellos forma parte de la complicada red de patrocinadores (el que aporta más queda mejor sentado) y además, es evidente ¡necesitan culturizarse!
Falta un público conocedor
Mucho jet-set, pero faltan melómanos. Falta un público conocedor que sirva de guía y referente. Que ponga en evidencia, por ejemplo, que todos los recintos adolecen de acústicas insatisfactorias: vamos por el séptimo y los conciertos del Heredia se realizan en un escenario mal aforado y a nadie se le ocurre dotar al teatro de una concha acústica, puesto que, tal parece, nadie se percata de que el hecho de que se oiga no es sinónimo de buen sonido. Lo propio ocurre con la capilla del claustro de Santa Teresa, que bien ameritaría ajustes para conseguir un sonido más agradable y menos turbio.
Y vuelvo a lo de siempre. Claro que el jet-set criollo en el festival tiene su encanto. Por momentos el vestíbulo del Heredia parece sacado de las páginas sociales de las revistas del corazón, se saludan unos a otros y luego, como en el siglo XVIII ocupan los palcos o desfilan glamorosamente por el corredor de la luneta; cuando el concierto termina no se despiden porque el espectáculo se traslada a las grandes recepciones, que son la cumbre de la noche.
Como no hay melómanos, pasa lo que pasa. Como el disparatado aplauso y el amago de ovación de pies para Salvatore Accardo, y “sus amigos” luego de un fracasado “Cuarteto” de Bocherini y el de Verdi la noche del 6 de enero.
Lo propio para el de la mañana de 12 de enero en la capilla de Santa Teresa, aunque, valga la verdad, aquí una buena cuota de responsabilidad sí le cabría a la dirección artística del festival, porque cómo pueden pasar por alto que, en un concierto dedicado exclusivamente a obras para violonchelo de Antonio Vivaldi (conciertos y sonatas) le propinen al auditorio una dosis de las siguientes tonalidades: re menor, sol menor, la menor, ¡la menor nuevamente! y, por fin, ya para cerrar el programa, do mayor. Si a ello se le agrega que el desempeño del chelista italiano Mario Brunello fue insuficiente, la ovación del público quedó fuera de lugar.
Un público más enterado, no me queda duda, habría levantado el teatro Heredia a los gritos para ovacionar a Sara Mingardo el martes 8 de enero cuando cantó las últimas frases del “Salve Regina” en fa menor de Vivaldi, cuando la contralto italiana decía el final del himno, en pianissimo, la voz parecía descender del cielo raso y, claro, uno añoraba: qué tal que el teatro tuviera buen sonido… el público lo intuyó y aplaudió con calidez, pero lejos de lo que merecía Mingardo y el Concerto italiano dirigido por Rinaldo Alesandrini. Esa misma noche, ella y la soprano Valentina Varriale cantaron el Stabat mater de Pergolesi, fueron muy aplaudidas, pero no como merecían, porque hace falta esa cuota de público entendido…
Falta ese auditorio capaz de dejar en claro que en el concierto del sábado 12, el de la clausura oficial, el desempeño de los violinistas Mauro Ferreira y Nicholas Robinson en Las cuatro estaciones de Vivaldi estuvo por debajo de las expectativas, en contraste con el buen trabajo de la orquesta, el Concerto italiano de Rinaldo Alessandrini: por eso la reacción tan indecisa del auditorio con un aplauso, muy sonoro por si acaso, pero cortito… por si acaso también.
Festival de dos mundos
También se impone acercar los diferentes mundos del certamen. Los jóvenes talentos son invitados de segunda y no toman parte en los conciertos del jet-set: si son tan talentosos porqué no permitirle a al menos uno de ellos llegar a la programación oficial.
O el caso de la Filarmónica joven de Colombia, convocada para realizar un concierto, pero el domingo 13 de enero en la noche, en el Heredia, sí, cuando la clausura del festival ocurrió la noche del sábado.
Un último detalle
Este festival, dedicado a la música italiana del renacimiento, barroco y estilo galante incluyó, cómo no, música vocal, porque hasta una ópera se interpretó. Sin embargo, el programa de mano, tremendo programa de mano, no incluyó los textos y menos aún su traducción.
No obstante, cada noche aparece en escena una presentadora, divinamente vestida y arreglada, como para el reinado de belleza, que suelta cualquier suerte de burradas, las de este año estaban menos preparadas que de costumbre y ni la correcta pronunciación de los nombres de los compositores se cuidaron de preparar.
Uno se pregunta: ¿la presentadora o el textos de lo que se va a interpretar? ¿Qué puede ser más útil?... con todo respeto, la presentadora sobra y el texto falta.