En los últimos tiempos -los “últimos tiempos” se cuentan a partir de la inauguración del Teatro Mayor- la presencia de las grandes figuras y orquestas de la música dejó de ser una rareza para ser, por fin, parte del menú cultural de Bogotá. Sin embargo, no siempre esas presentaciones han colmado las expectativas del público. No vale la pena hacer la lista de quienes sí y quienes no; entre otras cosas porque ninguno de esos figurones ha protagonizado un desastre o cosa por el estilo: simplemente no todos se han entregado por completo
Joyce Di Donato, la mezzosoprano norteamericana de prestigio internacional no sólo cumplió, sino que estuvo por encima, muy por encima de las expectativas la noche del pasado miércoles 16 de octubre en el Mayor con su espectáculo En Guerra y Paz. Armonía a través de la música.
Esto bien merece una explicación. Su propuesta no sólo se ha presentado ante importantísimos auditorios del mundo sino que el sello Erato ha popularizado en el formato Blu-ray la presentación en el Liceo de Barcelona.
El mundo está convulsionado, desde la Patagonia hasta los Polos. A la cantante eso parece preocuparla sinceramente. Por eso tomó la decisión de aportar un grano de arena con lo que tiene y puede: su voz, su sensibilidad, su audacia y su inteligencia. Me atrevo a afirmar que no hablamos de oportunismo, porque se trata de una figura comprometida, así lo ha demostrado en los últimos años y lo demostró en el Mayor.
El espectáculo en sí mismo es original. La cantante rodeada de Il Pomo d’oro, la prestigiosa orquesta barroca italiana, dirigida desde el clave por el ruso Maxim Emelyanchev recorrió, al igual que en la Barcelona del Blu-ray, una selección de arias y fragmentos orquestales del barroco y fin del renacimiento, con un toque de música contemporánea y, para despedirse, un selección posromántica, selección alusiva al tema de la guerra, la paz, la reconciliación y, sobretodo, la esperanza.
Lo importante es que, a pesar de tratarse de un programa que ella ha cantado, como dije, ante muchos auditorios del mundo, en el Mayor no hubo el menor asomo de rutina, todo lo contrario, la Diva se entregó, lo hizo como si en su trabajo se le fuera la vida y el público así lo entendió.
Qué buen público el que casi agota el aforo del teatro. Pues dado que se trataba de un programa compuesto por obras que no son propiamente populares, cabía la posibilidad del desconcierto, pero de evitarlo se encargaron la cantante y la orquesta, de hacerlo con tal convicción y entrega que fuera la música misma la encargada de seducir al auditorio. Como efectivamente ocurrió.
Ahora bien, musicalmente hablando la selección y el orden de las obras reveló un trabajo armónico de elaborada filigrana para que las piezas se engastaran una detrás de otra sin revelar fisuras: por ejemplo, de la Sinfonía de la Reppresentacione di anima e di corpo de Cavalieri a la «Ciaconna en sol mayor» de Purcell, y de la Ciaccona al Lamento de Dido de Dido y Eneas del mismo compositor.
Con obras más o menos del mismo tiempo, vaya y venga, pero conseguir ensamblar con idéntica pericia el «Aria de Susana» de “Susana” de Händel con Da pacem, Domine del compositor contemporáneo Arvo Pärt, retroceder en el tiempo para continuar con el Aria de Almirena de Rinaldo, también de Händel, eso demanda audacia, delicadeza y habilidad.
Ahora bien, Di Donato cantó con todo el magisterio técnico y musical que exigía el repertorio; en lo suyo estaba la técnica al servicio de la música y el dominio de los textos de las arias que fue desgranando a lo largo del espectáculo, porque al fin y al cabo todo se trató justamente de transmitir al auditorio lo que, más que estar cantando estaba diciendo en las arias de Händel, Leonardo leo y Henry Purcell.
Al igual que en Barcelona, luego de una emotiva alocución, que no dejó indiferente al teatro, se despidió con Morgen, el Lied de Richard Strauss, que la orquesta, con instrumentos antiguos, le arropó con la finura que exigía su interpretación.
El público estuvo a la altura y sin duda captó lo que la artista vino a decirle.